18/11/15

Golondría y su cortina

Golondria y su cortina

Hay historias en nuestra vida que queremos borrar para siempre, creamos entonces una cortina de hierro y por años no dejamos filtrarse al presente ninguno de esos recuerdos. Pero tenlo por seguro lector que en algún momento antes del fin de tus días, algo tan simple como una imagen, un olor, un sonido, moverá el interruptor y al correrse la cortina, caerán sobre ti (como finas dagas afiladas) aquellas viejas sensaciones que creíste desterradas de tu mente.

En algunas tardes de julio como aquella, después de una fina y rápida llovizna, el sol reaparece entre las nubes. Entonces la humedad parece ensañarse con todo ser vivo aplastándolo y reduciéndolo a una simple masa gelatinosa que resbala por las calles de Miami. Mientras caminaba por Collins Avenue, acercándome al hotel, trataba de encontrar una explicación a esta olvidada sensación que recorría nuevamente mi ser.  No lo conocía personalmente, pero a través de mi niñez y adolescencia me había extasiado viendo sus películas de increíbles aventuras. Época de la vida en la que con muy poco argumento elevamos a nuestros admirados a la categoría de ídolos. Vaya si lo admiraba y aunque como actor dejaba mucho que desear, sus cintas que siempre eran despedazadas por la crítica, se convertían en éxito de taquilla seguro.

1/11/15

La víbora y el salto de las rosas


               
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Atardecía cuando bajé del trole. El aire estaba pegajoso y no había dejado de lloviznar en todo el día. Aparte del French Quarter, este es el lugar que más me atrae de New Orleans, quizás porque preserva ese ambiente colonial de siglos atrás, con sus magníficas residencias de madera enmarcadas en solidas columnas y frescos porches vestidos de reposeras y plantas colgantes. Hay templos por todas partes, jesuitas, dominicos, judíos, etc., etc., es como si doscientos años atrás se hubiesen peleado sin cuartel por la incorporación de los feligreses de la zona. Aunque lo que realmente me fascina, es la línea de tranvías que divide en dos a St. Charles, y luego a Carrolton Ave., posee esos encantadores carros naranjas de principio de los mil ochocientos funcionando en su estado original.
Me interno al barrio por una de sus angostas calles, un aire mítico envuelve el paisaje, aquí el reloj se resiste a avanzar, como si mil duendes nos sobrevolaran custodiando la historia. Frente a la casa de Carina, un cementerio ocupa toda la cuadra, por su doble puerta de rejas oxidadas se vislumbran tumbas centenarias. Un cartel me informa algo del pasado del Lafayette Cementery.  Fue cerrado por falta de espacio en la segunda parte del siglo diecinueve, aquí hay enterrados un puñado de celebres cadáveres y cientos de muertos normales. Funcionarios públicos, músicos y cantantes de jazz, empleados ferroviarios y algunos tísicos anónimos, entre otros, comparten sus huesos. Si hasta Brad Pitt anduvo aquí en su entrevista con el vampiro.