30/10/11

VII - La víbora y el salto de las rosas

 
  W.G.G        
      Atardecía cuando bajé del trole. El aire estaba pegajoso y no había dejado de lloviznar en todo el día. Aparte del French Quarter, este es el lugar que más me atrae de New Orleans, quizás porque preserva ese ambiente colonial de siglos atrás, con sus magníficas residencias de madera enmarcadas en solidas columnas y frescos porches vestidos de reposeras y plantas colgantes. Hay templos por todas partes, jesuitas, dominicos, judíos, etc., etc., es como si doscientos años atrás se hubiesen peleado sin cuartel por la incorporación de los feligreses de la zona. Aunque lo que realmente me fascina es la línea de tranvías que divide en dos a St. Charles, y luego a Carrolton Ave., posee esos encantadores carros naranjas de principio de los mil ochocientos.
            Me interno al barrio por una de sus angostas calles, un aire mítico envuelve el paisaje, aquí el reloj se resiste a avanzar, como si mil duendes nos sobrevolaran custodiando la historia. Frente a la casa de Carina, un cementerio ocupa toda la cuadra, por su doble puerta de rejas oxidadas se vislumbran tumbas centenarias. Un cartel me informa algo del pasado del Lafayette Cementery.  Fue cerrado por falta de espacio en la segunda parte del siglo diecinueve, aquí hay enterrados un puñado de celebres cadáveres y cientos de muertos normales. Funcionarios públicos, músicos y cantantes de jazz, empleados ferroviarios y algunos tísicos anónimos, entre otros, comparten sus huesos. Si hasta Brad Pitt anduvo aquí en su entrevista con el vampiro.

17/10/11

VI - La verdad revelada (a medias)


W.G.G


          —¡Puta llovizna! —maldigo cubriéndome la cabeza con una caja de cartón desarmada.

            Hace horas que la espero escondido entre dos contenedores de basura. No deseo que ningún chismoso piense raro y llame al 911, o alguno de los empleados le informe a la “Madame”. Aunque hay tantos vagabundos desperdigados por ahí, que podría pasar por uno de ellos perfectamente.

            —Estos días que usted anduvo merodeando por enfrente del bar, ella se quedaba en su oficina y si salía, lo hacía por la puerta de atrás, la de la cocina. Estaciona el Audi en un parqueo a dos cuadras de acá —me confesó Mauricio horas antes, como instándome a la confrontación.

            —¿Por qué me contás esto Mauricio?, Te estás exponiendo a que te depidan del trabajo —le pregunté sin comprender que ganaba.

            —Digamos que soy un romántico perdido, me parece que todos en la vida deben tener otra oportunidad, —contestó sonriendo y sin esperar mi agradecimiento retornó corriendo al hoyo de serpientes.