25/12/08

NI UNA VEZ EN LA VIDA


WALTER GREULACH


Se despertó sobresaltado, le pesaba la cabeza y sentía la boca pastosa. El corazón latía apresurado. Una aguda puntada en el oído derecho le obligó a cerrar los ojos con fuerza. «Triste, solo e inmensamente desamparado», fue la primera frase que se proyectó inaugurando su mente esa mañana. Dos cosas lo sorprendieron en aquel insulso momento. El terrible dolor de estómago con el que se había acostado, ya no existía, y las molestas goteras —regalo del huracán Wilma— habían desaparecido.


Se vistió con la remera que tenía escrito "Viva el río en Paraná", la bermuda verde pálido y las ojotas marrones. De la boutique "Me cago en la elegancia", como solía criticarlo un amigo. Pensaba levantarse a las seis treinta y eran ya las nueve y media. El maldito reloj despertador había fallado una vez más. ¿Lo habría puesto anoche? Solo recordaba haber tenido la intención.
Aquel 30 de diciembre —mientras caminaba por Harding rumbo al supermercado Publix— Mauricio Iparraguirre repasó el peor año de su ahora miserable vida. En enero recibió la triste noticia desde Entre Ríos. Su abuelo materno, Lorenzo, había fallecido dos días después de cumplir los 99. Fue un cándido ser humano que con suma dedicación y cariño suplió la ausencia de sus padres, fallecidos en un incendio cuando él solo tenía cuatro años. Ahora, su ilusión de compartir juntos el centenario quedaba hecha añicos. Nunca se perdonaría el no haberlo ido a visitar en los últimos doce años. Las palabras de amor y agradecimiento que planeaba decirle quedarían eternamente atascadas en su garganta.


Cruzó la calle sesenta y nueve esquivando a un grupo de jóvenes que iban al parque a jugar al fútbol. «Rosarinos», pensó al observar las camisetas de Newel's y Central. En los primeros años del nuevo milenio, miles de argentinos arribaron a Miami. Con el estatus de país con visa waiver, sus habitantes no necesitaban más que presentar su pasaporte para entrar al país del norte. Lentamente fueron aglutinándose en Miami Beach, especialmente en el área donde vivía Mauricio. A esta zona, comenzó a conocérsela como la pequeña Buenos Aires.
En marzo comenzó a tener problemas para orinar. Los fuertes dolores y las gotas de sangre que expulsaba lo impulsaron a hacerse una serie de chequeos. Le costó dos mil dólares enterarse de que tenía un ramificado cáncer de vejiga. No poseía seguro médico y el tratamiento costosísimo le consumió en pocos meses los ahorros de más de diez temporadas. Era todavía una incógnita el tiempo que aún le quedaba de vida.

24/12/08

SIN RETORNO


Walter Greulach


Letanías de oportunidades perdidas, imágenes que cual flashes intentan alumbrar una mente ya indefensa.
Sombras lúgubres que se entrecruzan ondulantes, siniestras y de fondo un aullido, como de clavo hiriendo el pizarrón, destrozando mis oídos ya sin tímpanos.
Gozos y dolor, pasión y desamor, destierro y añoranzas, todo mezclado en cruel desfile frente a unas estáticas pupilas.
El arrepentimiento de no haber ido un poco mas lejos.
La cómoda cobardía que engendra al conformismo.
Lo que nunca fue siempre por culpa de los otros.
Honda pesadumbre que oprime un pecho carente de latidos.
El deslizarse desnudo por un tobogán metálico engrasado. Al final un tanque con las heladas aguas del llanto de aquellos a los que hicimos daño.
Intento aferrarme al recuerdo de un beso, de una sonrisa, de la mirada de un niño, a un simple atardecer tomados de la mano.
Es en vano, mis articulaciones no responden a los débiles impulsos de un agujereado cerebro.
Se acerca el final, un helado viento congela mi reseca piel. Ya no hay futuro, el pasado huye conmigo.
Destilo angustioso los últimos segundos de una insulsa vida.
Pude haberlo hecho mejor.
Que si hay un Dios, me de el castigo merecido...

24/11/08

EL ULTIMO VIAJE DEL GRINGO JULIAN


Walter greulach


Los árboles y postes de luz pasan como espectros, opacando intermitentemente el extenso campo. Algunas vacas negras con blanco matizan, a lo lejos, el aburrido paisaje. El cielo limpio, interminable, parece profundizar un creciente sentimiento de desprotección.
El colectivero escucha a todo volumen, en una emisora de la zona, el panorama informativo del mediodía. La furia del mercado parece haberle puesto un punto final a esta etapa del capitalismo moderno. Caen estrepitosamente las bolsas y los especuladores se suicidan en masa. La presidenta argentina nos da otro mensaje en su papel de maestra ciruela. Boca y River siguen sin dar pie con bola. A mí, hoy, me da todo igual. Tengo puesto el piloto automático y ando sin ánimo para desactivarlo. Vuelvo a mis pagos, realizando el mismo ritual de las pasadas tres décadas. Compartir la navidad con mis padres y hermanas. El viaje de diecisiete horas entre Córdoba y el sur de Mendoza es desgastante. Cada parada en estos pueblitos polvorientos y chatos se me hace interminable.
Me pongo a ojear entonces una revista seudocientífica, buscando algo que aleje de mi cabeza los pensamientos negativos. El articulo trata sobre el poder insospechado de nuestra mente. El tema es tocado con un sensacionalismo repugnante. Al menos, ancla mi memoria a acontecimientos asombrosos de los que fui participe allá por la mitad de los años ochenta.


¿Cuándo empezó todo? En que puntual instante mi antiguo amigo lanzó el tema al aire, iniciando la sorprendente historia.

12/10/08

EL POETA PROFUGO

WALTER GREULACH


...Para mi amigazo de siempre, Sergio Fabian Coniglio...



Se evaporaba el día en un naranja tamizado de grises. Bajo el frescor de las frondosas tipas, bordeábamos la cañada comiendo medio kilo de pan criollo recién horneado. La lluvia caída por la mañana y parte de la tarde serpenteaba rumorosa por el arroyo canalizado. Antes de doblar por la esquina de Laprida, buscamos reponernos de la larga marcha ayudados por un antiguo banco de piedra.
Suspiré hondo buscando una pizca de paciencia ante la proximidad del nuevo disparate.
—Entonces… ¿Cómo se llama la tipa esa? —le dije con ojos de resignación y una risita chueca mordida en los labios.
—Ana Luna. Vive a dos cuadras de nuestro depto, casi enfrente del observatorio. Esta re buena, preciosa. No sabes lo que es, —agregó convencido mientras suspiraba cubriéndose la cara con las manos y meneando la cabeza.
—Una luna al lado del observatorio. ¡Qué romántico? —dije conteniendo la carcajada—. ¿Hablaste con ella por lo menos?
—Aún no, para eso es que te necesito.
—¿A mí? ¿Estás loco o qué? ¿Queres que me le declare por vos? —le recriminé un poco enfadado ya.
—No, no, para un poco. Solo quiero que escribas el mejor de los poemas de amor, —me dijo, como si enfrente estuviese Pablo Neruda y no un mediocre aporreador de rimas.
—¡Ahora sí que la jodiste lindo! ¿Le vas a dar unos versos sin siquiera haber intercambiado una palabra? —De verdad mi amigo no dejaba ni un instante de sorprenderme.
—No se los voy a dar, se los voy a tirar por arriba de la reja, para que pegue en la ventana de su cuarto. A la tardecita siempre está allí.
A esa altura asumí que llevaba tiempo concibiendo el abordaje. Intenté persuadirlo de la insensatez del romántico proyecto.

EL PARTIDO QUE NUNCA FUE


WALTER GREULACH


A mi querida abuela Ema ...

           
            Esta ha sido una historia que por décadas retintineó en mi cabeza. Cual graciosa anécdota fue presa de mi conocimiento a principios de los años setenta. Siendo yo un niño insoportable, Ema mi abuela paterna me la contó. Por lo menos deseo pensar en ella como culpable. La visualizó sentada en el gran sillón marrón. El absorto puñado de nietos postrado a sus pies disfrutando de cada una de sus ocurrentes historias asombrosas. No la tengo encuadrada como una gran lectora, más bien era una original reproductora de leyendas populares. "¡María dame la pata que es mía!" y "Jacinto el descabezado", fueron adaptaciones suyas a relatos clásicos escritos siglos atrás.

“El partido que nunca fue” debió haber salido de sus labios. No sé si sucedió. Invento o no, quedó grabado en un sitio especial de mi recuerdo teca.

           Son reales los nombres de los lugares, aunque no exacta su disposición geográfica. No sucede así con las fechas y personajes.

           Quizá en algún amarillo trozo de diario o en un manuscrito reporte municipal se pueda encontrar alguna prueba. Tal vez una mente centenaria pueda albergar el distante recuerdo. Nada de ello importa, en realidad todo es solo una excusa para justificar la pintoresca historia que paso a detallarles... No intente exigir el inocente lector precisión alguna.