22/5/09

DEL LADO DE LA LUNA EN SOMBRAS




W.G.Greulach


El desierto nos rodeaba, solo había polvo y mas polvo. La noche disimulaba los cerros que se apiñaban tímidos al sur. La barrera se elevó y entramos al área de las pistas de aterrizaje. Algunas difusas siluetas se movían preparando el sector principal donde aterrizaría el UF 237 que estábamos esperando.
Estacionamos el camión de exteriores lo mas cerca permitido y al apagar el motor, me inquietó el absoluto silencio que poco a poco nos fue sepultando. Habíamos estado otras veces allí, pero hoy sentía una especie de desolación total. Mi amigo inclinó el asiento y puso un cd de Serrat. Los fantasmas del Roxy poblaron el ambiente, trayéndome un momentaneo alivio.
Encendí un gitanes y aspiré con deleite el primer humo. Recosté la cabeza contra la ventanilla. Mis ojos se extraviaron en el firmamento buscando las luces que anunciaran la llegada del 237, proveniente de Córdoba, Argentina. Solo encontré el redondo astro iluminándonos débilmente, lucia dolorosamente hermoso. Bajé los parpados y la imagen permaneció impresa en mis retinas. El sonido de una guitarra se descolgó de algún rincón de mi memoria y el delicioso aroma de una empanada sumado al áspero sabor del vino tinto, echaron a andar el distante recuerdo…



—Hay pruebas fehacientes que existen bases extraterrestres en la parte oculta de nuestro satélite natural —soltó la frase Rubén, y esperó unos instantes como para disfrutar de nuestras caras de sorpresa.
A esa altura de la velada, lo único que provocó fue un prolongado erupto de Antonio quien inclinó la cabeza sobre el respaldo de la silla y pareció desvanecerse. El resto lo observamos con resignación, el Bencho nos tenia acostumbrados a sus densas historias de marcianos. En aquel momento el exceso de vino tinto nos anclaba a las sillas, y hasta ir al baño lucia como una excursión riesgosísima. El tucumano abusaba de nuestra condición.
—Unas fotos satelitales tomadas por la Nasa, se ven retocadas en los lugares donde se encuentran las bases alienígenas —agregó nuestro amigo mientras saboreaba una jugosa empanada salteña.
—El peti Almada cometió un error imperdonable, le dio pie para que siguiera hablando.
—¿Y que hacen allí, que aun no nos han atacado?
—Vienen a ayudarnos para que nos desarrollemos en la parte tecnológica. Les interesa que podamos surcar la galaxia en un futuro próximo.
—¡Ufff, que interesante! —dijo Estela y preguntó, sin poder contener la risa— ¿Ya están entre nosotros?
—Un muy serio y creíble estudio realizado por la Asociación Americana de Ufología en enero, indica que serian ya miles los aliens que, con forma humana, están interactuando con nosotros. Dicen que poseen poderes síquicos extraordinarios.
No toleraba un segundo más aquella estúpida disertación. Me serví medio vaso de toro viejo e intenté cambiar el rumbo de la charla.
—¡Qué bárbaro como andan Instituto y Belgrano! Este año seguro que ascienden los dos.
Nadie picó el anzuelo, pero al menos nos ganó el silencio. De fondo dos guitarras y una suave voz entonaban el tema Puerto Sánchez, del maestro Jorge Méndez.
En algún lugar repicaron cuatro campanas y en la peña de los Albizu, a cuadras del Estadio del Centro, en la ciudad de Córdoba, los organizadores comenzaron a sacar borrachos a empujones, que se extraviaban por los callejones adyacentes.
Si no fuera porque allí me enfrenté con el ridículo tema de los habitantes de la luna por primera vez, aquella noche otoñal del 97 hubiese quedado extraviada para siempre en mi memoria.

Miré el reloj del toca cd con ansiedad, marcaba las 12:30 del 25 de abril del 2010, la delegación compatriota no tardaría en llegar, rara vez existían demoras. Estábamos allí para entrevistar a dos personalidades cordobesas de la cultura. Era el último material que necesitábamos para finalizar el libro sobre las actividades de la AALU, que nos había llevado más de una década de trabajo. Si todo iba bien, saldría publicado en las principales ciudades del mundo el mes entrante. Si todo iba bien, estariamos regresando a Argentina en unos pocos días.
Alcé la vista hacia el cielo mientras intentaba recordar como había continuado la historia aquella…

Las paredes del edificio exponían un amplio catálogo de manchas de humedad. Aquella casona gigante de principios del siglo XX, ubicada sobre Vélez Sarsfield a cuatro cuadras de Colón, había sido subdividida en mas de treinta cuartos y convertida en un inquilinato.
Las habitaciones tenían de todo, cucarachas, chinches, ratas, babosas y ciempiés como de doscientas patas. Todo…menos muebles, solo había una mesita de lata, una silla de paja media podrida y un catre de madera con un colchón desvencijado.
El cuarto lucia grandísimo, como de cinco por siete, con un techo por las nubes y una doble puerta del tiempo de María Castaña. Como a unos tres metros del suelo, agarrados a clavos puestos en las paredes mas distanciadas, cruzaban el ambiente unos quince hilos finos. La dueña aplacó mi curiosidad como al segundo día, explicándome que eran para crear la ilusión óptica de que el techo estaba mas bajo. La única ilusión que creó en mi, fue la de marcharme lo antes posible de ese zoológico de insectos.
Eran los últimas tardes de septiembre del 99 y en menos de dos meses, concluiría el cursado de la carrera de comunicación social. Tenía a medio hacer la tesis monográfica final. Se trataba de un análisis de la obra del maestro Osvaldo Ardizzone, de quien me volví un devoto admirador desde el primer momento en que leí su original columna “El hombre común” en la revista Goles. Con suerte y la vela izada, dentro de medio año, ya nada me ataría a la bella ciudad mediterránea.
Por aquellos lejanos días, pensaba inagurar el nuevo milenio en Australia, Europa o Estados Unidos, habían varias posibilidades de becas rondando por ahí.
Como a la una de la tarde hice un alto en la lectura de “La canción del Verdugo” de Norman Mailer. El estómago entonaba un áspero gorgoteo, así que me preparé un suculento almuerzo. Pan miñón con aceite y sal, una mandarina y un tazón de mate cocido. Cinco temporadas de supervivencia estudiantil, me habían acostumbrado a comidas de ese tipo. Mis padres me mandaban un cheque que alcanzaba para pagar la pensión, las fotocopias y las entradas para el cine club. Poseedor de una beca en el comedor universitario, mi gran problema era los domingos, en que dicho establecimiento permanecía cerrado. Es cierto… podría haber conseguido un trabajo de medio tiempo que me brindara una existencia más holgada, pero estaba muy a gusto con mi vida de lumpen estudiantil.
Omar, mi vecino, golpeó la puerta y me arrojó el periódico por la rendija inferior de la puerta. Su situación financiera, un poco mejor que la mía, le permitía comprar La Voz del Interior todos los domingos y compartirlo conmigo. Comencé a ojearlo de atrás para adelante. Deteniéndome en el suplemento de cultura y espectáculos. Siempre encontraba interesantes eventos a los cuales asistir sin pagar un centavo. En los clasificados culturales, a mitad de página y en letras pequeñitas, encontré una invitación que llamó poderosamente mi atención.
¿Desea conocer nuestro satélite natural? Haga realidad su sueño. Un habitante del lado de la luna en sombras estará esta tarde con nosotros y lo llevará en un magnífico viaje. Acérquese a la sede de AALU Asociación Amigos de la Luna, esta tarde a la hora 19:30.
No pude más que soltar una carcajada, planeó entonces por mi memoria la imagen del Bencho Ramírez y su disparatada hipótesis. Hacia mas de año y medio que no sabia ni una palabra sobre él. Se graduó y supuestamente retornó a ejercer la profesión de cineasta a su Salta natal.
En aquel momento no se me cruzó, ni por un instante, la idea de acercarme al nido de lunáticos de la AALU. Sin embargo me quedó claramente grabada la dirección de la sede, Humberto Primo 151.
Anoté una exposición de fotos de Henry Cartier Bressón en el Carafa y la feria de artesanos sobre la Obispo Trejo. La opción final era la feria del libro en los salones del Chateau, pero mi presupuesto podía desequilibrarse con un simple boleto de colectivo.
Esa siesta jugaban Talleres Boca, el partido terminó como a las 18:00, apagué la radio y me largué a la calle. Recuerdo haber pasado a buscar a dos amigos de la Facu quienes vivían a cuadra y media.
Los domingos primaverales, entrada la tarde, las peatonales cordobesas congregan a miles de bulliciosas almas. Las tiendas exhiben productos a la vera del camino y los bares sacan sus mesitas afuera. Mimos, músicos y pintores luchan por las propinas que les permitan sobrevivir una semana más. Flota un ambiente de alegría, de despreocupación, de optimismo.
José Luis y Ramón me acompañaron solo la primera hora. Un grupo andino tocaba en el cruce de peatonales y allí se quedaron atrapados por sicus, quenas y zampoñas
Me aventuré para el lado de la Colón y me detuve en una disquería en la que te dejaban escuchar melodías gratis. No se si fue signo o casualidad, me puse los auriculares y lo primero que escuché fue “Brain damage” de “El lado oscuro de la luna”
"The lunatic is on the grass…” decian los muchachos de Waters como provocandome.
Estaba refrescando, encendí la calefaccion del camión. Destapé el termo y me serví un cafecito humeante. Trasladé el asiento unos centímetros hacia atrás para acomodarme mejor. Unas gotitas salpicaron la cámara fotográfica de mi colega, pero él ni se enteró, se estaba quedando dormido y aproveché para cambiar la música, Vangelis era sin dudas un mejor fondo para mis remembranzas…


El salón era amplio y bien iluminado, cerca de diez mesas redondas, con seis sillas cada una, estaban desparramadas en la parte de atrás. En el frente, una pequeña tarima con su micrófono esperaban al orador principal. Tratando de pasar lo más desapercibido posible, me senté en una esquina junto a la puerta de salida. Incliné apenas la frente para saludar a dos mujeres gordas y a un gracioso flaco de tupido bigote, que estaban en mi mesa.
Recuerdo claramente el excéntrico personaje que entró en escena. De edad indefinida, dos metros de altura y una cabeza desproporcionada para el tamaño de sus hombros. Vestía una campera de cuero rojizo y unos pantalones a cuadros negros y amarillos. Sus penetrantes ojos celestes imponían respeto y evitaron la risa que aprisioné en mi garganta. Agarró el micrófono y después de presentarse como un lunático autentico, comenzó su disertación.
—Me gustaría que al final de la charla pudiera haber convencido, aunque más no fuese, al diez porciento de los presentes. Se que algunos de ustedes pensaran que estamos locos. Si me dan la minima chance les probaré lo contrario —nos imploró con las palmas unidas.
El tipo con pinta de arlequín se explayó por más de dos horas. Explicó las actividades que los alienígenas, supuestamente el era uno de ellos, estaban desarrollando en el lado oculto de la luna. Habían construido una especie de ciudad universitaria lunar, en donde traspasaban a los terráqueos sus conocimientos superiores en las distintas ramas del saber: medicina, arquitectura, física, química, astronomía, etc, etc. Los humanos eran en su mayoría abducidos, aunque él disfrazó el termino de manera elegante, y mandados al” campus satelital”. Después de una extensa instrucción, regresaban a la tierra a cumplir con su cometido, elevar la raza a un nuevo estadio del conocimiento.
Si no me marché inmediatamente fue porque no tenia nada mejor que hacer y la desopilante historia me mantenía entretenido. Además, nos habían servido una variedad increíble de bocadillos y para lubricarlos un delicioso vino espumante. Pensé que tal vez podría escribir alguna historia para el periódico de la Escuela de Cs de la Información.
Serian las 22.30, cuando el que se creía extraterrestre, finalizó su alocución.
—Los que quieran anotarse para viajar a la luna, pueden hacerlo con nuestra secretaria en la mesa de entrada. —invitó el anfitrión —Los que no, les agradezco mucho su atención y espero poder seducirlos en una próxima oportunidad.
—¡Chalado y medio!— musité bajito, mientras observaba con curiosidad al único individuo que se dirigía a sacar el “pasaje aéreo”. Era el flaco "mostacholi" sentado a mi derecha.
Me quedé haciendo fiaca un rato mas y picoteando las sobras que quedaban. Me disponía a levantarme, cuando sentí que la cabeza me daba vueltas. El resto de la gente parecía estar en la misma situación, porque cuando la catedral tiró sus once campanadas, aun nadie se había marchado…

Un ronquido fino y prolongado me trajo al presente. Mi compañero dormía placidamente. Ahora sí que el vuelo estaba retrasado y eso era bien extraño. Sentí la imperiosa necesidad de hablar y mientras zamarreaba al norteño de un brazo exclamé:
—Hace hoy diez años que salí de Argentina. Diez años sin pisar mi bella Docta.
—No te martirices más, en unos días regresaremos —me dijo desperezándose. Yo tampoco soporto otro mes en este peladero del demonio. El tiempo se nos hizo interminable, pero al menos valió la pena, ¿no?
Asentí sin decir una palabra y volví a perderme en el opaco astro celestial. De mis húmedos ojos se desprendieron dos gotas y tragué con dificultad. Mi amigo me observaba, también emocionado. Tocó mi hombro con delicadeza y observando hacia donde apuntaba mi mirada exclamó en un suspiro:
—¡Que bella se ve la tierra desde aquí hermanito!
—¡Bellísima Bencho…bellísima!

3 comentarios:

©Claudia Isabel dijo...

vuelvo por más...muy interesante!
Un abrazo

Laurene dijo...

kkkk
The lunatic is in your head...Dark Side of the moon, Pink Floyd, né!

Ri muito de seu conto! Fiz tb uma peça de teatro chamada "O Show dos Beatles nas Filipinas" onde um profeta, Rabonú, diz que espera a destruição da Terra para breve, através da chegada de um grande planeta chamado Hercólubus.

Outra: não existia um trotsquista argentino chamado Posadas e que esperava que os ETs seriam os agentes da revolução socialista?

E o pior é que, para escrever a peça, me inspirei num livro realmente publicado, de autoria de um índio boliviano chamado V. M. Rabolú!

Walter G. Greulach dijo...

Un abrazo para Ruben, un compañero de pensión allá en la Cordoba de los ochenta. Quien me aburrió agradablemente, mas de una vez, con sus relatos de platillos voladores y seres alienígenas.
En donde estes...¡Salud amigo!