Walter Greulach
Si hubo algo que identificó al negro Carmona durante su extensa trayectoria como entrenador, fue su pasión casi enfermiza por las tácticas defensivas.Profesor de educación física de varios colegios secundarios, entre ellos el mío, lo conocí a mediados de los setenta. Su color de piel acentuado por el sol, parecía más que negro, azul oscuro. De ademanes ampulosos, sonrisa amplia y labia generosa. Poseía la virtud de hacer creíble lo inverosímil, lógico lo ridículo.Relataba a quien quisiera (o no quisiera) oírlo, la historia de su bisabuelo africano, Zulú creo. Un gran guerrero que con solo un puñado de subordinados, derrotó a cientos de colonizadores europeos mucho mejor pertrechados.
La clave del éxito radicó en una innovadora estrategia defensiva, la cual no viene al caso relatarles, ni tampoco me acuerdo.Se inicio en las lides directivas como técnico de la cuarta división del Andes futbol club. Escogió a los jóvenes más altos y robustos que encontró en la zona. El promedio del equipo era de un metro noventa de altura y ciento cincuenta kilos de peso. Alineaba a los once jugadores en el arco, conformando una barrera casi imposible de superar. Solo el portero tenía permitido romper la formación y era para revolear la pelota lo más lejos posible. En la primera y también última recordada temporada, la compacta escuadra empató cero a cero los doce partidos de la etapa clasificatoria. Las estadísticas en esa fase fueron dignas de un campeón; única oncena invicta y sin ningún gol en contra. Lástima que en semifinales perdió por penales con Sacachispas cinco a cero. El negro no había podido enseñarle a ninguno de sus matungos a patear correctamente una pelota.El guardameta en el básquet fue una magistral innovación suya, la puso en práctica con la selección de mi escuela en el intercolegial del 79. El polaco Kozinski cursaba sexto año y medía dos metros veintitrés centímetros, aquella temporada se convirtió en la estrella del campeonato. Se paraba frente al aro y no dejaba pasar ni una. Por suerte la regla de pelota que va descendiendo es tanto, aun no regía. Una noche en el colmo de la desfachatez, Carmona le puso guantes para atajar. Evitar las faltas al rival era el axioma fundamental, pues en los tiro libres no se permitía arquero. Era cómico ver a sus jugadores esquivando sin disimulo al contrario que llevaba la pelota. Solo intentaban un ataque al final del juego, con la idea de ganarlo dos a cero. A veces con el permiso del coach, uno o dos integrantes del plantel se retiraban para hacer alguna diligencia personal y él ni siquiera se molestaba en reemplazarlos. Retornaban únicamente para la última jugada. No recuerdo en que terminó todo aquello, aunque puedo asegurarles que los resultados más bajos en la historia de dicho deporte sucedieron esa temporada.
No volví a saber de él por mucho tiempo. Una noche (como dos décadas después de mis épocas de escolar), nos encontrábamos con un par de amigos en un bar viendo por televisión una aburrida velada boxística. Nos llamó la atención ver, en una de las peleas preliminares, a uno de los pugilistas en una estática posición fetal. Lo suficientemente parado como para no ser descalificado, soportó estoico durante ocho rounds un verdadero diluvio de golpes. Inmóvil, no retrocedió ni un centímetro, ni siquiera se levantaba para ir a su rincón cuando sonaba el gong. Faltando un minuto de pelea, al otro contendiente le agarró un calambre de tanto tirar trompadas y se derrumbó agarrotado en el centro del cuadrilátero. La sonrisa del protagonista de esta historia inundó la pantalla. Ante mi estupor, el negro cruzaba exultante las cuerdas para felicitar al triunfador.
Un pequeño detalle le impidió celebrar con champagne aquella apoteótica demostración de coraje deportivo. El rigor mortis (y no sus indicaciones), había sido la principal causa de la inmaculada defensa de su pupilo.
1 comentario:
¿Como les va? Un abrazo a todos. Este cuento lo puse de nuevo, porque fue uno de los primeros que subí al blog, hace como un año y muchos de los nuevos lectores, seguro que no lo han leido.
Nos vemos, cuidence...W.G.G
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