Cada vez que se acerca una cita mundialista, se vive (entre los que amamos la redonda) un estado emocional difícil de describir. Optimismo, tensión, ansias, se van mesclando, produciéndonos un nerviosismo casi histérico. Ya sé que es solo un juego (o un negocio, por lo menos para los que lo usufructúan llenándose los bolsillos de billetes), pero no nos pidan explicaciones lógicas para este complejo sentimiento.
A mi particularmente, el evento me trae imágenes de copas pasadas. De otros lugares en donde me encontraba, de diversas situaciones en las que estaba inmerso. Podría escribir una novela sobre esto, seguro resultaría un bodrio intragable. Prometo que les tiro algunas líneas y después me borro…
El primer mundial del que tenga memoria fue el del 74 en Alemania. A los nueve años vivía en mi pueblito de Jaime Prats y por supuesto no teníamos televisor. Pasábamos un fin de semana largo, con mis padres y hermanas, en la casa chalet que mi tío Fritz tenía en El Toledano, a dos cuadras de la pileta del A.C.A (Automovil Club Argentino), en San Rafael. Allí vi la final Alemania-Holanda en un Zenith (me asombra que aun recuerde la marca). ¿Se acuerdan de esos armatostes pesadísimos, a válvulas y con el ruidoso selector de canales? Aunque esto no hacía falta, porque teníamos en la zona tan solo un canal, el seis, que comenzaba sus transmisiones al mediodía.
Nuestro país aun no conseguía distinguirse del montón en este deporte y pese a que llevaba un equipo con excelentes jugadores (Telch, Brindisi, Babington,Kempes, Perfumo,etc), dio pena, perdió con Brasil y fue goleado por los tulipanes. Esta información la leí después. De ese torneo solo recuerdo flashes de la final. Tengo la imagen (entre mates, cafe con leche y facturas) de una sufrida e inmerecida victoria de la escuadra del Kaiser, sobre la belleza estética de la naranja mecánica del genio Johan Cruyff.
Argentina 78 lo gocé a pleno. Cursaba el segundo año de la E.N.E.T en General Alvear y mi espíritu campesino luchaba por adaptarse al ritmo de la ciudad. En el lejano sur provincial no teníamos ni puta idea de la masacre que estaban llevando a cabo los militares y todos (casi todos) fuimos patéticamente felices por aquellos días.
En la finca habíamos comprado un pequeño Noblex blanco 13 pulgadas. Mi viejo lo conectaba a la batería del Ami 8, la electricidad llegaría años después. Aquel domingo 25 de junio resultó ser una fecha indeleble en mi historia personal. No solo Argentina – Holanda se jugaban la copa, también celebraba mi cumpleaños número catorce.
Luego de comernos un asadazo (con vino patero incluido) en la toma de agua, armamos en el comedor, con unos cajones de cosechar, unas improvisadas tribunas. Subimos la tele lo más alto posible y nos aprontamos, junto con como treinta parientes, (los Lust, los Jockers, los Lima, los Kromer, los Greulach, etc.), a sufrir la final. Cuando un tal Naninga (o algo así) reventó el travesaño, en el minuto final del tiempo reglamentario, se derrumbó la tribuna de arriba y varios viejos cayeron al suelo. Por suerte en el adicional, un valiente matador pondría las cosas en su lugar. ¡Que manera de festejar mama mía! Salimos en caravana rumbo a Alvear. La vuelta al perro alrededor del monumento al Libertador (aturdidos por la alboroto de miles de voces y bocinas), se convirtió en uno de esos momentos mágicos y eternos.
En la península ibérica se escenificó el primer mundial a todo color. Los argentinos buscábamos en el mundial un bálsamo para tantas amarguras dejadas por la guerra de Las Malvinas. Me preparé hasta la exageración para disfrutar de una selección inundada de estrellas. Imagínense a Maradona y Kempes juntos, para mí ya habíamos ganado antes de jugar. Lo viví entre la casa de la Chola (mi abuela), en la Propulsores Alvearenses y las de mis amigos de la secundaria. ¡Que fiasco! Y yo que había comprado El Gráfico y la Goles durante un año y llevaba las estadísticas precisas de los jugadores y de los veinticuatro equipos.
El partido contra Bélgica lo vimos en la casa del narigón Nuñez. Marcelo vivía con su mamá en la parte de atrás de la escuela Carlos María y tenía una flamante tv color. El gol de Vandenbergh (la traicionera memoria me indicaba que era Ceulemans) inauguró un camino tortuoso y desmotivador. Tal es así que terminado el torneo, hasta me aburrí del futbol por algunos días. En síntesis lo más destacable de España…la patada voladora del Dieguito contra Brasil (impotencia pura).
Tiempos de democracia, brisas de libertad. Al fin los milicos se habían ido. En el 86 asistía al tercer año de la Licenciatura en Comunicación Social en Córdoba. Militábamos en el Santiago Pampillón, una agrupación estudiantil de izquierda y con Sergito Coniglio nos instalamos en el departamento del Bichi Valenzuela y el “cantimplora” (no sé si supe alguna vez su apellido). Nos invitaron para el primer cotejo y los re mercúricos nos quedamos hasta la final. Creo que ni fuimos a cursar por todo el mes.
Cada toque del barrilete cósmico en México era una descarga eléctrica. Lo utópico transformado en cotidiano. La mano de Dios y el mejor gol de la historia, no podíamos pedir más. ¡Qué belleza, qué estética, qué jugador mamita querida!
En el centro de la Docta, aquella tardecita posterior al tres a dos contra los germanos, nos reunimos miles de hinchas satisfechos. En la intersección de Colón y Vélez Sarsfield había gente colgada hasta de los semáforos (no estoy exagerando). Nunca un jugador de ningún deporte desparramó tanta dicha, como lo hizo Maradona en un remoto e inolvidable invierno del 86.
En la bota Italica se disputó la magna cita del noventa y nos agarró (junto a Daniela) en la bellísima isla de Aruba, en el Caribe holandés. Recién llegados de Entre Ríos, con una mano atrás y otra adelante. Ernesto, nuestro primer retoño, se estaba incubando en el vientre de la paranaense. Vivíamos en la casa de una hospitalaria familia arubiana, en el barrio de Dakota. Trabajaba en una estación de servicio, con turnos de hasta dieciséis horas y por el salario básico. Mi transporte era una frágil bicicleta prestada, con la que luchaba contra el inclemente viento de la zona. Me acuerdo de los dos hijos adolecentes de nuestros anfitriones, Raymer y Dwight, uno fanático de Argentina, el otro de Brasil. El día del partido se enfrentaron enardecidos con dos bates de beisbol.
El futbol de la celeste y blanca fue aburrido y mezquino. Solo iluminado cuando la tocaba un Diego muy lastimado. El que hayamos llegado a las finales, habla del nivel paupérrimo del campeonato y de un Goyco con todas las luces. Muchos partidos los vi en un televisorcito blanco y negro de ocho pulgadas escondido en el depósito de la estación.
Dos momentos sublimes para destacar. El gol del hijo del viento tras excelso pase del diez, con los subsiguientes llantos brasileros y la Italia dividida en el cotejo de semifinales, el sur con Argentina, el norte con Italia.
7 comentarios:
Olá, Walter. Recentemente vi uma entrevista de um ator argentino que está trabalhando em uma telenovela brasileira.
Detesto novela, mas a entrevista foi maravilhosa. E me fez lembrar de vc. Ele disse que tem uma cinema em Búzios (Cine Bardot) porque gosta desvairadamente do filme O Homem que Matou O Facínora.
Ele citou uma virada muito curiosa que ocorre no filme e que me lembrou seus contos!
Abs do Lúcio Jr.
Me encantaría saber el nombre del escritor al que te referis.
Un abrazo, que estes bien...
Hola, Walter!
En verdade, es un actor, no un escritor. Mario Jose Paz, se não me engano. A matéria com ele está aqui:
http://oglobo.globo.com/cultura/revistadatv/mat/2009/11/06/ator-que-interpreta-argentino-em-viver-viva-revela-como-sera-seu-romance-com-personagem-de-giovanna-antonelli-914636939.asp
O escritor brasileiro que citei na minha resenha a seu respeito é o Paulo Emílio Salles Gomes:
Paulo Emilio, conhecido principalmente pela crítica de cinema, foi antes de tudo um pensador. Nestas três novelas, publicadas quando tinha 60 anos, ele libera sua livre e extraordinária imaginação, na expressão de Antonio Candido, ao escrever estas histórias que se nutrem de elementos retirados do cotidiano próximo. Assim, 'Três mulheres de três PPPês' procura passar a impressão de divertimento, mas, por trás dos jogos, das inversões, das reviravoltas do entrecho, oculta-se um profundo mal-estar com a convivência inevitável da burguesia paulista, da qual o autor tinha indisfarçável horror. Suas três mulheres são anti-heroínas superiormente dotadas, que submetem os parvos PPPês aos seus caprichos e os subjugam, por força de sua progressiva - e assumida - traição. Uma fortuna crítica representa as primeiras reações à obra surpreendente de Paulo Emilio e reúne nome como Zulmira Ribeiro Tavares, Roberto Schwarz, Modesto Carone e Celso Luft, entre outros.
Emílio, quando são pródigos ao falar de outros.
Mais resenhas em:
http://www.livrariacultura.com.br/scripts/cultura/resenha/resenha.asp?isbn=8575035304&sid=187017811242024898966146
PS: pps é uma private joke para "paspalhos e parvos", que são os homens dos contos.
Um, por exemplo, pega um diário da mulher que suicidou-se e com quem brigava e vê o quanto ela o amava. Revê tudo, toda a relação. Arrepende-se.
Depois, ele por acidente, encontra um outro diário, o verdadeiro. O outro era um diário falso. Aí, toda a narrativa é vista novamente por outro ponto de vista...
Abs do Lúcio Jr.
Yo soy otro amante loco del futbol y estas historias tuyas son mias tambien. Es verdad que los mundiales marcan jalones importantes en la vida de los futbolmaniacos.
Saludos Walter...Marcelo Paiva
Yo era chiquita, pero la que mas recuerdo del mundial 78, es la canción esa de los 25 millones de argentinos.
Esa era la época de los argentinos somos derechos y humanos,¿no?
Tu nota me refresco memorias muy londas
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