W.G.G
El
viento chiflaba entre las copas de los aguarigay que rodeaban el gallinero. Acompañaba
su melodía, el retintinear de las hojas recién nacidas, alegres por la
proximidad de la primavera y el susurro de las cortaderas que abanicaban al rio.
Un torrente de aguas danzarinas desbordaba la acequia llevándose la basura que
tapizaba el fondo. Había turno de riego ese amanecer en la finca de San Pedro del Atuél, transcurría
manso aquel catorce de septiembre.
Una hectárea de pasto ralo
por aquí, media de pimientos y tomates recién plantados por allá. Delante del humilde rancho, dos tamariscos, un durazno y un nogal. Tras los chiqueros
una huertita con retoños de acelgas, papas, lechuga y zanahorias. Contra la
huella, del lado derecho de la entrada, eucaliptus, de la izquierda, membrillos
intercalados con manzanos. Dos chocos somnolientos descansando al reparo de la
ramada y a solo un par de metros del mala cara atado bajo un parral, unas
diez gallinas picoteando granos de maíz.
Calma envolvente, solo
matizada por los rumores de la naturaleza. Tranquilidad a punto de quebrarse, por
lo menos en aquella alborada en que comienza mi historia y termina la de él.
Francisco Bravo se sentó, recostándose contra la parte exterior de la pared de adobes, junto a la esquina que apuntaba a la tranquera. Unas mierdas de paloma se adosaron a su bombacha, ni se inmutó, su atención era captada por las movedizas sombras que se desplazaban tras los eucaliptus linderos a la chacra.
Desde el tiempo en que comenzó
a deshilvanar las horas mas álgidas de su vida, supo cual seria su destino. No
se ilusionó con epílogos de héroe popular llevado en andas por el pobrerío, ni
tampoco con desenlaces tranquilos rodeado de sus seres amados. Comprendió que
el frio metálico de una bala cerraba su camino. Vaya si estiro su final. ¿Cuántas
veces salvo el pellejo por centímetros?, o mejor expuesto ¿Cuántas veces sus
amigos los campesinos lo escondieron en sus ranchitos de barro y paja?, convencidos
ellos de que protegían a una especie de santo, al salvador de los sin nada.
Francisco Bravo se sentó, recostándose contra la parte exterior de la pared de adobes, junto a la esquina que apuntaba a la tranquera. Unas mierdas de paloma se adosaron a su bombacha, ni se inmutó, su atención era captada por las movedizas sombras que se desplazaban tras los eucaliptus linderos a la chacra.
Un minuto antes estaba desayunando, la Telma y
las niñas dormían y él se cebaba unos mates mientras mordisqueaba un pedazo de pan
casero. Se hallaba preocupado por la fiebre alta de la más chica, tendría que llevarla
al doctor. Allí presintió el final, fue en el instante previo a que el pocho,
su peón adolescente que dormía afuera, lo alertase y comenzaran a ladrar los
perros. No fue el ruido, sino su total carencia. Por unos segundos el mundo
fingió detenerse. Se acalló el cantar de las chicharras, cesó el crickear de los grillos y el llanto de
las ranas. Si hasta su padre el viento pareció aguantar la respiración. Pegó un
salto y a la carrera se puso el sombrero, se anudó el pañuelo y agarró las dos
pistolas, calzándose el cuchillo en la espalda. El barullo despertó a su mujer,
le hizo señas que se refugiase en el fondo con las niñas y cerrase la puerta.
Aunque sabia que venían a buscarlo solo a él, siempre existía la posibilidad de
una bala perdida alcanzando un inocente.
Se arrastró un metro y asomó
la nariz pispiando el panorama, ahora los veía mejor, eran mas de diez
uniformados los que se cubrían tras los arboles. Pensó que estarían planeando
la forma de cercarlo. Había uno mas alejado, como ajeno a todo, un civil, creyó
reconocer su figura.
¿Quién, o qué realmente había
sido? Desde el crimen primigenio, cuando le desarrajó un tiro al cabo aquel por
un problema de faldas, hasta el último asalto, pasó mas de una década, tiempo en
el que se le atribuyeron también hurtos y asesinatos que no cometió. Si bien al
principio acunó los ideales anárquicos, la utopía de los pobres redimidos en
esta tierra y no en el cielo, hoy era consiente que con el andar del almanaque
se fue transformando en un delincuente, lisa y llanamente. Su aura de invencible
defensor de los humildes le sirvió muchas veces para sus propios objetivos y hasta
en una época se creyó un quijote, un Robin Hood, llegando a regalar parte de sus fechorías a
sus seguidores y disfrutando de todo ello.
Hubo un momento en que no
pudo más y no fue tanto la persecución policial lo que lo hartó, sino la pesada
carga de la fama. Sus hombros no resistieron el peso de la leyenda, una
historia de súper hombre en la cual ya no creía, su realidad no se aproximaba,
ni remotamente, a la imagen que los humildes tenían de él. Se sintió vil, sucio y buscó el retiro,
ilusorio al fin, porque los mitos populares nunca se jubilan, mueren inmolados
en la causa. Buscó la paz en esa remota finca del sur provincial, se cambió el
nombre y con la ayuda de quienes lo idolatraban en la zona, logró el anonimato
por diez años. Se recibió de chacarero y vivió honestamente de esta profesión.
Se casó, tuvo dos hijas y en ese espejismo asumido, fue verdaderamente libre y
feliz por primera vez.
Observó el revolver apoyado en su falda, las chicharras cantaban de nuevo, estaba calentando, la brisa barría la humedad que en la noche se había adherido a la tierra. Transpiraba y no hacia calor, se secó con el pañuelo a cuadros que llevaba anudado al cuello y se hecho para atrás el sombrero, percatándose que su esposa lo observaba tras la ventana, con disgusto le indicó que se alejara. ¡Cuánto la amaba!, sobre todo por la forma incondicional en que lo había aceptado, sin preguntas, sin recriminaciones. Le ofrendo dos criaturitas hermosas que le pusieron sentido a sus días.
Observó el revolver apoyado en su falda, las chicharras cantaban de nuevo, estaba calentando, la brisa barría la humedad que en la noche se había adherido a la tierra. Transpiraba y no hacia calor, se secó con el pañuelo a cuadros que llevaba anudado al cuello y se hecho para atrás el sombrero, percatándose que su esposa lo observaba tras la ventana, con disgusto le indicó que se alejara. ¡Cuánto la amaba!, sobre todo por la forma incondicional en que lo había aceptado, sin preguntas, sin recriminaciones. Le ofrendo dos criaturitas hermosas que le pusieron sentido a sus días.
Tirado allí, comprendiendo
que discurrían sus segundos postreros, se arrepintió de todo, del primer tiro y
la década que vino después. Comprendió que nada, ni siquiera el fin más noble valía
el sacrificio de vidas humanas. Se preguntó si su accionar había sido movido,
en algún momento, por sinceras convicciones anarcas, o simplemente la vida lo
terminó encajonando por un túnel sin moral ni ética, del que ya no pudo escapar.
Habían traspuesto la
tranquera y se acercaban por atrás de la alameda con la intención de rodear el
rancho. Podría salir a los tiros y con suerte llegar al mala cara y comenzar,
una vez más, la huida. Pero ya no era el mismo quijote inconsciente de años atrás,
tanto él como su contexto eran
diferentes. La romántica era de los bandidos rurales formaba parte de una
historia ya escrita, de un pasado que nadie quería volver a revivir. Además no quería
poner en peligro a las tres personas que más quería, a sus tres tesoros Estaba
viviendo tiempo prestado y quería devolverlo de una buena vez. El rumor de
pasos, los susurros entrecortados le indicaban que era hora.
—¡Qué hermoso amanecer!
—murmuró clavando su vista en el rojizo horizonte sobre el rio. Con deleite
aspiró el aroma de frutales y hierbas que le traía el viento. Los pájaros,
haciendo caso omiso a los intrusos, le regalaban la última sinfonía. A Francisco Bravo se le humedecieron los ojos
y agradeció al creador por esos años finales en la finquita mendocina.
Le llevó una eternidad, le insumió
un esfuerzo sobrehumano levantarse y salir corriendo hacia ellos. Llovieron
plomos sobre su esmirriado cuerpo, pero el primero, el que acabó con su vida, inmortalizándolo,
dicen que salió de su propia arma.
Cuenta la leyenda que la policía, aunque ya estaba muerto, lo mismo lo perforó a balazos, tratando de borrar su amplia y generosa sonrisa.
Rictus que ni siquiera se desprendió del rostro gringo, cuando lo velaban en la ciudad, en la sede del partido demócrata,
llorado por miles de sus sufridos pobres.
No exijan mis lectores
precisiones de tiempo, ni lugar, más allá de aquellas imágenes creadas en mi
imaginación, con el solo propósito de forjar esta subjetiva crónica de la muerte
y el consiguiente nacimiento de un mito popular, de Juan Bautista Bairoletto, el hijo del
viento.
10 comentarios:
Roberto Triguez:
Muy buena Walter, como todo lo tuyo, andan faltando miradas distintas sobre este personaje nuestro, y de estas situaciones, vos le haz dado la tuya, que según yo creo, se ajusta a una realidad mas certera que la mera transmisión oral y novelesca, que el propio personaje no siempre querría que se le diera
Carina Fernandez:
Jaja. gracias Walter, me lo guardé en mi compu, simplemente sublime, me encantó
Norma Euliarte:
MUY BUENO ,ME GUSTO XQ LO DESCRIBISTE LO Q ERA ,UNA PERSONA COMUN .INVENTARON TANTAS COSAS Q QUEDO COMO UN DELINCUENTE .UN ABRAZO WALTER ,SIEMPRE NOS SORPRENDES CON TUS RELATOS .GRACIAS .
Elsa Haydée Salvoni Archilla:
Una historia que nos llega a los alvearenses con profundo sentimiento. Gracias por el relato Walter.
Abel Castro:
SENCILLAMENTE EXCELENTE WALTER!!! UN RELATO HISTORICO COMBINANDO EL REALISMO CON LA IMAGINACION,BUENISIMO!!!
Monica Beatriz Videla:
Que bueno !!!!!!! Gracias por compartir tus cuentos. Los siento míos y soy feliz.
Mirtha Varas:
Vuelvo a comentarte que tocaste el corazòn de los alvearenses, con ese hombre al que todos, de alguna manera, lo sentimos como "propio"
Julio Fuertes:
ESA HISTORIA ESCUCHE DE LA PROPIA DOÑA TELMA EN LA PELUQUERIA DE MI MAMA,ME GUSTO MUCHO...
Hacía tiempo que queria escribir algo sobre Bairoletto, imaginandome como fueron los últimos minutos de su vida en Carmensa. Un abrazo y me alegro que les haya gustado.
Aida Arraya:
Maravilloso, me hizo acordar en las primeras líneas un cuento de mi abuela Lola, vivido en el sur mendocino, y asi resultó ser, excelente, era el cuento de mi abuela ....gracias Walter Gerardo Greulach, te espero todos los domingos con tus cuentos...
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