31/12/12

No Era Para Nosotros mi Vida



W.G.G
           
      —Por algo sucede, cuando no es para vos, no es para vos y no hay vuelta que darle, no te aflijas en vano mi vida —le había dicho más de una vez Alejandra, con un determinismo insoportablemente sínico. Nunca había creído en el destino, pero ahora  sentado en la primera hilera de sillas enfrentadas a la monumental pecera, recordaba la muletilla de su mujer mientras buscaba desesperado el papelito en sus bolsillos.

            El espectáculo era sublime, dos focas jugueteaban con tres belugas blancas. Las ballenas perseguían a los “perros de mar” dándole mordisquitos cariñosos cuando los alcanzaban. Esta tierna escena poco importaba a Pablo, se incorporó y con el rostro crispado volvió a revisar frenéticamente su camisa, los pantalones y la campera. Dos sillas a su derecha un niño gordo y pelirrojo lo observaba con curiosidad, el perturbado individuo parecía atraerlo mucho más que los acuáticos danzarines.

Eran las cuatro y cuarenta de un plomizo y frio día de noviembre y el acuario de Atlanta comenzaría a cerrar sus puertas en apenas quince minutos. Solo disponía de ese tiempo para recorrer los lugares donde pudiese haber extraviado el bendito billete.

Siete minutos atrás se enteró de que era uno de los dos ganadores del powerball record en la historia de los Estados Unidos. Sucedió cuando, tras ponerse de acuerdo con su esposa y sus hijos sobre el lugar donde se encontrarían, enfiló nuevamente hacia el tanque de vidrio donde se encontraban las focas y las belugas. Los niños querían comer donas y él deseaba apreciar una vez más a aquellos animalitos a los que amaba tanto. En la entrada al anfiteatro de cristal, vio un televisor que difundía los números ganadores. Eran los suyos. Había lanzado un grito ronco y entrecortado buscando apoyo en una columna salvadora ante la súbita bajada de presión que puso a temblequear sus piernas. Luego se derrumbó en la silla en la cual se encontraba ahora tardando solo un par de minutos en percatarse de que no encontraba el ticket premiado.


Las focas se transformaron en su debilidad, no recordaba cuando ni porqué, pero las amaba desde que tenía uso de razón. Siempre que visitaba una ciudad, cuando andaba de vacaciones, se cercioraba primero de que existiese un acuario, o algún tipo de entretenimiento que poseyese a estos animalejos. Eran para él (lo repetía hasta el hartazgo) más nobles que cualquier mascota y estaba convencido que algún día tendría un par de ellas en el fondo de su casa.

—La exposición de los sapos, luego las manta rayas y tiburones, de allí a los pingüinos, luego al show de los delfines —Paso a paso iba reconstruyendo el itinerario hecho junto a su familia tras llegar pasado el mediodía.

Compraron el boleto el día anterior en un negocio del “Underground” sobre la vieja Alabama Street en pleno downtown. Había puesto el boleto en el mismo lugar de la billetera en que estaban las entradas al acuario. Cuando en la admisión se las entregaron cortadas, las  guardó en el bolsillo de la camisa. Allí debería haber ido el ticket también, pero ahora solo estaban los talones. ¿Se le habría caído al agacharse en algún estanque? Solo recordaba haberse inclinado frente a los cocodrilos blancos y  a las focas mientras las alimentaba. Aunque podría haberlo perdido de otras mil formas también. Como sea salió disparado a revisar esos dos lugares, pero nada. Ni rastros del papelito. Ni volando, ni flotando, ni tirado en algún rincón.

—Si alguien lo encontró, a esta hora debe estar disfrutando como un cabrón, o quizá que ni siquiera le prestó atención y lo arrojo a la basura —dijo angustiadísimo y se puso a revisar los tachos.

Pablo estaba destruido, su gran oportunidad, seguro que la única, y la había cagado bien feo. Sería difícil retornar a la rutina de Miami con tamaña carga, seguir siendo un asalariado, un clase media baja.

—¿Cómo levantarse a las mañanas y ver la cara de ese tremendo pelotudo en el espejo? —se recriminó el hombre a la vez que dos lagrimones descendían por los surcos de su rostro.

—No era para vos mi cielo. —La voz de Alejandra le sonó tan nítida en su mente que se dio vuelta sobresaltado, pero allí no había nadie.

Volvió a la pecera, derrumbándose en la segunda fila. Respiró hondo buscando atemperar los sollozos acompañados ahora por un molesto hipo. Un poco más calmado intentó, aunque sea unos segundos, olvidarse del boleto y se concentró en  lo que sucedía en el agua. Las tres focas jugueteaban entre ellas sacando y poniendo un objeto en una ranura de la pared ante la curiosa mirada de una beluga.

—¡Que hermosos ejemplares! —exclamó acercándose al vidrio y pegando su nariz contra él.

La sala se había vaciado y Pablo era el único que, a cinco minutos del cierre, aun se encontraba ahí. Un perrito de mar lo enfocó con sus ojazos y pareció sonreírle mientras apoyaba su hocico contra la nariz del hombre. Enternecido, colocó su mano sobre el cristal y simuló acariciar a la foquita.

 Una sirena y la voz por un parlante anunciaban el cierre del establecimiento, invitando a la genta a dirigirse a la salida principal. Miró por vez final a sus adoradas amigas y les regaló un triste e inaudible adiós. Entonces el corazón le dio un vuelco y sus canillas volvieron a desestabilizarse. Uno de los animales había sacado el objeto de la grieta y flotó por unos segundos  mientras caía semidesintegrado al suelo. Era el ticket de powerball.

—Bichos de mierda y la re mil puta madre que los parió! —exclamó en un susurro mirando el techo con impotencia.

En ese instante llegaban Alejandra y los chicos y a los gritos lo abrazaban besándolo con una algarabía incontenible.

—¡Millonarios mi amor, millonarios para toda la vida! —dijo emocionada la mujer — Dos tickets ganadores y uno lo tenemos nosotros. ¿Qué mierda vamos a hacer con tanto dinero Pabli?

—No vamos a hacer nada porque al boleto se lo comieron las putas focas —agregó señalando al fócido que ahora se acercaba al cristal mostrando un pedacito de papel bajo sus bigotazos.

Alejandra quedó paralizada por unos instantes y poco a poco el rojo fue inundando su rostro. Cerró los puños hirviendo de ira y se preparó para descargarle a su marido un cargamento de improperios.

Pablo se le adelantó y mirándola con resignada dulzura le dijo:

—No era para nosotros mi vida.


3 comentarios:

Anónimo dijo...


Teovaldo Angel Pesce Pawlow

...y bueno, no era para ellos...Muy bueno, gracias Walter.

Walter G. Greulach dijo...

Les quiero acotar que estuve en Atlanta un mes atrás y el acuario es una belleza, espectacular...

Anónimo dijo...

¡Que guacha de mirda la foquita! Jua, Jua, te pasaste esta vez

Juanchila