18/2/09

¿LA MENTIRA MEJOR CONTADA?





A Leo Noboa, amigo y critico como hay pocos...


Mi mejor amigo me miró a los ojos, intuí que diría algo que iba a molestarme muchisimo. —¿Vas a hablarme de nuevo sobre la mentira mejor contada, —me dijo socarronamente...



El amodorrado sol expulsó con pereza los rayos finales, antes de perderse entre los cerros. Las sombras, más alargadas que de costumbre, parecían empeñarse en formar curiosas figuras ante los ojos de Ernesto Ebaldo Schuster. Cabizbajo y aburrido bordeó el Correo, y cruzando la avenida principal entró a la plaza mayor de la pequeña ciudad. Las últimas tres consultas le habían resultado tediosas e interminables. Movía automáticamente la cabeza, asintiendo sin escuchar, tras cada frase del paciente de turno.
¿Qué hacia allí?, se preguntó, tratando de ayudar a unos desequilibrados mentales, cuando el mismo se sentía la persona mas traumada de la tierra. Buscó el banco más lejano, a salvo de ocasionales transeúntes, y se dejó caer con desgano. Elevó su mirada sobre un par de palmeras, asentándola sobre la iluminada cruz de la iglesia del Sagrado Corazón. Desde el alto madero,un gigantesco cristo parecía recriminarle sus negros pensamientos. El grupo de palomas y tortolitas, dos metros a su derecha, comenzaron una sinfonía en U mayor. Entrecerró los ojos y bajó la cabeza, estaba fatigado, deprimido.
A lo lejos, la banda de música de la policía, ensayaba una estridente marcha militar. Si hubiese sido una melodía fúnebre, Ernesto no habría notado gran diferencia.
A dos cuadras de allí estaba su hogar, sin embargo en esa tardecita, como en las de los tres últimos meses, buscaba siempre una excusa que retrasara el regreso. La casa lucia ahora fría e inmensa. Alguna vez fue un nido de vida, repleto de risas y amor. El nexo final con un feliz pasado se quebró en diciembre. Treinta años de matrimonio mandados al diablo por su estúpida y empecinada afición.Su cansado cerebro comenzó a estirar una enredada madeja de recuerdos…




Estudió psicología en la Universidad Nacional de Cuyo, se graduó con honores y con apenas veintidós años presentó una tesis doctoral que marcaría escuela en dicha disciplina. Se trataba de una novedosa y revolucionaria terapia por aquellos años. A través de la regresión hipnótica del paciente, se buscaba encontrar en vidas pasadas el origen de su trauma presente.La primera década se la pasó dando conferencias en las mas prestigiosas universidades del orbe.
Escribió tres libros, todos ellos best sellers y dictó cursos desde Londres a Pekín.
Veinte años atrás, harto ya de tanto vagabundear, se afincó en su pueblo natal en el remoto sur. Allí comenzó a practicar, con harta dedicación, los métodos terapéuticos que había difundido por el mundo entero.



Sacó la gastada pipa del bolsillo del gamulán y la llenó con un tabaco sabor a chocolate que había traído de Puerto Mont. Con la bocanada inaugural del aromático humo, arribaron a su mente pinceladas de la lejana adolescencia en donde comenzó a fumar. Ahí también, tuvo su primer encuentro con la materia que lo apasionaría toda la vida. Siempre contaba en charlas académicas, la insólita anécdota de su “iniciación”. A los dieciséis cursaba cuarto año en el colegio de los salesianos. Desayunaba con Dios, almorzaba con Cristo y cenaba con la virgen María. Militaba en la juventud católica y era el monaguillo preferido de la parroquia de su barrio. Un dorado otoño del 69 un tío materno bajó de la lejana Europa, trayendo en sus alforjas el mayo francés. Sin dudas un extraño personaje para aquel perdido territorio.
Fritz se propuso tozudamente, en el mes de vacaciones, demostrarle al incauto imberbe la no existencia de Dios. Durante todo abril, el hombre rebatió punto a punto los endebles argumentos que el joven, biblia en mano, trataba de defender infructuosamente. En dicha apología del ateismo, el hermano menor de su madre reivindicaba la figura de Jesús. Un tipo único, cargado de un carisma gigante y una gran vocación para servir al prójimo. Aunque, se encargaría de repetírselo más de una vez, humano simplemente, tan mortal como todos nosotros.



El andamiaje mental estructurado durante década y media de dictadura religiosa se hizo trizas. Las aseveraciones de su tío fueron surtiendo efecto. En vez de esgrimir la fe como único antídoto posible, Ernesto empezó a apasionarse por la fría verdad de las ciencias.
El punto de inflexión fue el día en que el europeo lo llevó a la sesión de una famosa médium en la capital provincial. El objetivo de Fritz era destruirle a su sobrino la tierna idea del paraíso eterno. Increíblemente, el frío y racional revolucionario creía en esas cosas. Lo que sucedió una noche en la esquina de Río Bamba y Junín señalaría el destino del joven en los años por venir. Por momentos la gran señora, así la llamaban, entraba en profundos traumas, ayudada por un colaborador que la guiaba en el proceso. Distintos difuntos parecían posesionarse de la médium, que oficiaba de conexión con el mundo real.
Ernesto sorprendió a su pariente al comentarle luego las conclusiones a las que había arribado. La mujer no entraba en contacto con espíritu alguno, sino que era su propia alma la que viajaba por vidas anteriores. El tío sonrío satisfecho, más allá de la curiosa explicación del muchacho, había alcanzado su propósito desevangelizador. Ernesto nunca lograría dilucidar como llegó a formarse en su cabeza el concepto aquel.



Tomando la bandera de Jesús como hombre modelo, el nuevo ateo se mudó a una escuela pública para dos años después ingresar a la universidad. Para ese entonces, no existía artículo o libro sobre regresión mental y reencarnación que no hubiese leído.
Su mayor anhelo fue, desde siempre, experimentar con pacientes todas las variantes de sus técnicas terapéuticas. Recién ahora, en un aislado pueblito entre los Andes lo estaba logrando. Los métodos, muchas veces reñidos con la ética, no encontraban allí oposición alguna. Sus notables éxitos, al aliviar o hasta suprimir profundos traumas, fueron dándole una especie de carta verde para hacer y deshacer a sus anchas. Eso si, se encargó de que los logros científicos no trascendieran más allá de las altas cumbres, lo que menos deseaba era poner en riego su valiosa “impunidad“.
Paralelo a su afán investigativo se desarrolló su devoción por Jesús hombre. Empapeló la casa con frases y dibujos del Cristo, evitando cualquier mención a un Dios supremo. No satisfecho con idolatrar en el plano teórico al nazareno, llevó a una práctica extrema sus enseñanzas. Vendió casi todos sus bienes para fundar un orfanato y un asilo de ancianos. Se dejó crecer la barba y el pelo y atendía gratuitamente a sus pacientes. Empezó a escribir una especie de evangelio pero sin Dios, como le gustaba decir.
Un amanecer soñó que era el salvador crucificado, otra fría noche de julio se vio en el monte de los olivos platicando con los discípulos. El calvario hacia la cruz lo recorrió en sufridas visiones. Amó a la Magdalena y besó afligido la mejilla de Judas. Terminó logrando lo que en su temprana adolescencia había repudiado… divinizar a Jesús.
Esta obsesión de brindarse por entero a los pobres, entró en conflicto con los intereses de su familia. A duras penas Ernesto cubría las necesidades básicas de los suyos. La situación se hizo insoportable, hartos de tan fanático apostolado, su esposa e hijos se marcharon sin siquiera despedirse.
Pasaron los meses y siguió su rutina como si nada, no se percató de lo que había perdido hasta que, una mañana sentado en el borde de la enorme cama, miró el espacio vacío y sintió una escarcha recorriendo su interior. La soledad lo pisó, aplastando sin misericordia la otrora reconfortante sensación de darse al prójimo sin reparos.
—Tanta bondad para los otros y tan poca para los míos. —se dijo sollozando— ¡Egoísta, miserable de mierda!



Unos días después, abandonado en el banco de la plaza mayor, con los pulmones atiborrados de nicotina, pensó que su existencia se desbarrancaba y, a no ser que tomase una durísima decisión, el abismo que vendría seria infranqueable. Ya no podía vivir sin su familia, pero a la vez no tenia el coraje suficiente para traicionar a Cristo. Si aquel insigne hombre abandonó todo por tan loable causa ¿Cómo podía él ni siquiera dudar un segundo?
Aflautó los labios dejando escapar unos finos anillos de humo y observó aburrido como se desvanecían en el aire. Un puntazo en la nuca le obligó a bajar la cabeza, el ojo derecho le titilaba. Apretó con fuerza sus sienes usando los dedos medios de ambas manos y sintió el ruido de una lágrima al estrellarse contra la baldosa de arabescos dibujos.
—Ya no hay vuelta atrás murmuro bajito—. Si no es esta noche, no será nunca.El proyecto era sumamente arriesgado, pondría en juego su integridad física y mental. Debería haberlo hecho paso a paso, en forma lenta y controlada, pero su estabilidad emocional lo obligaba a realizar el viaje de un solo tirón.
Durante más de treinta años de práctica, Ernesto fue clasificando a los espíritus según la cantidad de vidas por las que habían transitado. Si eran menos de cinco las llamó almas niñas. Más de cinco, almas jóvenes. De quince en adelante se convertían en almas viejas. Al morir el cuerpo, explicaba Ernesto, el espíritu busca un nuevo recipiente. A lo largo de su eterno peregrinar va almacenando imágenes en su memoria infinita. Esta cantidad impresionante de información seria destructiva para cualquier ser humano que aspirase a tener una existencia normal. Por eso, al inicio de cada nueva etapa, se activa una especie de válvula que impide se cuelen recuerdos de vidas pasadas. La retrospección hipnótica va abriendo estas compuertas navegando por un turbulento mar de remembranzas.
Al quedarse solo, pudo practicar al fin la más complicada de las técnicas, la auto regresión. Con pocos resultados al principio, pero con el correr de los días la fue perfeccionando. Consiguió entrar en pequeños trances, vislumbrando como una especie de fogonazo o vision relámpago fieramente defendida por su memoria. Todo desorganizado, sin secuencia alguna.
El gran avance vino al utilizar un estimulo exterior, su propia voz grabada, que entonces lo guiaba durante el proceso. Pudo al fin romper la primera válvula para descubrirse segregada mujer en una India convulsionada por el mahatma Gandhi. Gastó horas aprendiendo a avanzar y retroceder en el tiempo. Llegó a ponerse en un plano paralelo al recuerdo mismo, sin tener necesariamente que sentir lo mismo que sus antepasados.
Dos meses luego logró lo que parecía imposible, retener todos los recuerdos una vez finalizada la autohipnosis, prescindiendo del estimulo exterior.



Ernesto respiró profundo y cerró las manos, pegándolas al pecho. Apoyó su mentón sobre ellas y bajó lentamente los párpados. La banda, ahora instalada a unos quince metros, tocaba, como provocándolo, cuando los santos vienen marchando. Parecía un buen presagio para la extenuante jornada que le esperaba al anochecer.
Dos mil años atrás, treinta y pico de vidas pasadas lo esperaba el Mesías... si es que alguna vez había existido.



Serian las veinte y treinta cuando el hombre giró con resolución el picaporte y entró a la quieta vivienda. Detuvo el péndulo del cucú y desconectó los tres teléfonos. Colgó el cartelito en la puerta delantera que decía: “No me encuentro en casa, vuelva mañana por favor”. Cerró puertas, ventanas y postigos herméticamente y puso muy bajito una música de Philip Glass (de tipo tibetana) que siempre lo ayudaba a relajarse. Debía evitar, a como diera lugar, algún estimulo externo que pudiese sacarlo de trance.
Comió un par de tostadas con dulce de damasco, saboreando cada mordisco como si fuera el final y se tomó un te de tilo bien cargado.
Ahora si, ya estaba listo. Se acostó en la cama grande de roble, aspiró profundamente mientras buscaba la posición más cómoda. Como lo había hecho las noches pasadas, trabajaría en dos planos, no perdiendo nunca la conciencia como sucede en el sueño. Quedaría atento y despierto frente a lo que iba a suceder.Observó por última vez el cielorraso color verde claro y bajó su vista para admirar el gran cristo tallado en pino. Regalo de sus suegros, estaba en la parte superior de la esquina más lejana.
—¡Ayudame Jesusito, por favor que mi viaje tenga éxito! Que pueda encontrarte y convencerme de la grandeza de este apostolado. Dame fuerzas para no traicionarte. Muéstrate en toda tu grandeza, como el simple hombre que fuiste.



Poco a poco fue cerrando los ojos, los delicados acordes musicales comenzaron a sedarlo. Inició la inducción hipnótica, concentrándose en la respiración. Sus canales sensomotores comenzaron a ralentizarse. Al aproximarse al estado alfa, las ondas cerebrales fueron reduciendo su ritmo. Ernesto sentía como determinadas áreas del sistema nervioso central, que normalmente no le eran accesibles en estado de vigilia, estaban activándose. El desdoblamiento antes mencionado, le permitiría controlar el proceso.
—Deja que la relajación se condense en tus párpados cerrados y fluya hacia las sienes como un líquido calido. ordenó Ernesto sin mover los labios.
—El líquido te inunda y vas relajando uno a uno los músculos del rostro, continuando con los de todo el cuerpo —prosiguió su lado conciente
.Esta etapa le insumia entre diez a quince minutos. Luego debía imaginar que se hallaba en un lugar sumamente confortable, al aire libre. Entonces comenzaba a abrir uno a uno sus sentidos, hasta creerse parte de la escena y del contexto, como si realmente se encontrase allí. Al llegar a ese punto, el Ernesto conciente estaba confiado y seguro para empezar el verdadero proceso. Aunque, el subconsciente parecía aun no estar convencido de empezar la arriesgada regresión en cadena.
—No te preocupes —dijo la parte conciente— contemplaras todo lo que ocurre como si te encontrases en un cine tridimensional. Si es necesario borraré todo trauma que pudiese afectarnos al despertar —agregó seductoramente.Al fin hubo acuerdo.
Contó hasta diez lentamente, pidiéndole al subconsciente que retrocediese en el tiempo y el espacio, entrando en una especie de túnel. Al llegar a la decena, había accedido ya a una temporalidad distinta, en otro lugar y otro cuerpo.Si alguien se hubiese acercado a la cama en aquel momento, habría asistido a un curioso espectáculo. Ernesto, con los parpados bajos, movía los ojos frenéticamente y realizaba extrañas muecas, relatando sus visiones con una voz que ya no era la suya.



Nunca logró saltarse de una vida a otra rápidamente, el proceso lo obligaba a detenerse en los instantes mas importantes de sus antecesores, aquellos momentos que los habian marcado síquicamente. Era un torturante desfile de imágenes y sentimientos que lo agotaban terriblemente. Dolor, odio, amor, ira, todo en el mismo menú. Esta vez le pareció que controlaba un poco la velocidad. Mejor así, debía sobrevolar más de treinta vidas en una sola jornada.Al traspasar cada nuevo nacimiento y acercarse al umbral de la muerte del anterior recipiente corporal, no sentía miedo, ni aprehensión. Solo una sensación de extrema liviandad, de espíritu puro flotando por allí. Era la separación entre cuerpo y energía.
Seria fatigoso (y no viene al caso) describirles las vidas que transitó Ernesto aquella noche. Borracho perdido en Dublín, vendedor de alfombras en Bagdad, cocinero en China, bufón del rey francés, bruja quemada por la inquisición, ayudante de un templario en las cruzadas, sacrificado en ritual maya, caníbal en el África profundo, plagiador en la corte de Constantino, fina prostituta en Egipto, luchador profesional en Olympia y veinte mas, que ni mencionar vale la pena.



Agotado al máximo y con sus nervios pelados, a punto estuvo de chasquear los dedos y empezar la cuenta regresiva.
—Una vida mas, por favor imploró con voz ronca.Y allí estaba, supo que su miedo mas fiero, el de haber vivido en otro lugar, no se concretaría. Su intuición, sus sueños y sus ganas lo habían convencido de que una vida anterior suya caminó la misma geografía que Jesús y en la misma época.
Sus ojos reconocieron inmediatamente a la antigua Jerusalén. Respiró con ganas el sagrado aire y vinieron hirientes a su conciencia las palabras que mas de dos mil años atrás le lanzó alguna vez su amigo Pablo: “Y que si descubrís que no existió, que todo fue un invento de la iglesia católica para fundar una religión. Y que si estamos en presencia de la mentira mejor contada…
Alejo su indeseable plano conciente y se concentró en las visiones. Ahora se hallaba en la Roma imperial, en los albores del primer milenio. Debía ser un personaje importante pues todos lo trataban con respeto y admiración (¿o miedo?) Poder y opulencia. Despilfarro y lujuria. Era sin duda la vida mas libertina y detestable por la que había transitado, no veía la forma en que este ser pudiese cruzarse con su venerado cristo. Decepcionado, no se molestó ni siquiera en escuchar los sonidos y tratar de averiguar quien era. No tenía importancia.
Frenético aceleró su desplazamiento temporal, buceando en un cúmulo de imágenes y sensaciones, comenzando a temer que nunca lo vería. Que su querido Jesús era una vil y sucia patraña inventada por Constantino y los suyos. Sintió que su existencia se desbarrancaba hacia un abismo insondable. Ya nada tenia sentido…



Ernesto lo vió y el corazón se le paró por varios segundos. Una alegría inmensa estremeció su cuerpo y una risa franca se escuchó aquella madrugada en el solitario dormitorio.
No hizo falta que nadie se lo nombrase, en esos hermosos ojos estaba su carnet de identidad. La bondad y el dolor del mundo reflejados en dos pupilas.
Tendría un metro setenta, de contextura fuerte y rasgos crudos. La piel era oscura, su encrespado pelo y su barba poseían un negro azabache. Labios gruesos, nariz prominente. Todo lo contrario al blanquito hermoso que nos había pintado occidente.
Estaba parado firme y altivo como a unos tres metros de distancia. Su estatura moral empequeñecía a los cuatro centuriones que lo custodiaban. Un aura calida e intensa brotaba de su cuerpo.
—Como siempre lo imaginé —pensó Ernesto— no tiene nada de divino. Un ser humano, majestuoso y sencillo.
Lo contempló extasiado, con un profundo e infinito amor. Quiso acercarse y tocarlo, mas no tenia dominio sobre ese cuerpo, solo veía, olía, escuchaba y sentía, sin poder alterar absolutamente nada.
De pronto, una aguda sensación de terror ascendió por su laringe. Comprendió por vez primera quien era. Afuera del suntuoso palacio, la multitud coreaba un conocido nombre, terrible para la historia. El bullicio era infernal, enloquecedor.
Se acercó dubitativo al balcón y observó a la enardecida muchedumbre. Se dió vuelta lentamente, el sol del imperio abrazaba su nuca, transpiraban sus palmas. Sintió sus pupilas nublarse por las lágrimas y una opresión enorme que tapiaba su aliento.
El hombre se secó disimuladamente los ojos, alzó temeroso el rostro y miró al cristo por vez final.
Ernesto se concentró a fondo, realizando un esfuerzo sobrenatural, tratando de manipular ese asqueroso cuerpo, intentando evitar que dijera lo que seguro iba a decir.
Lavó sus manos en una vasija de fino mármol rosado y observando las pulidas baldosas blancas exclamó con voz entrecortada: —Saquen al rey de los judíos al balcón y que su pueblo decida lo que hacemos con él.
Poncio Pilatos sintió de repente todo el peso de veinte siglos sobre sus espaldas.

3 comentarios:

Gerald Thomas dijo...

Walter querido
El Vampiro es my companero de Blog.
Yo estoy en NY e el esta en Curitiba, No se trata de una dupla personalidad o de una bipolaridad. Somos, realmente, duas personas separadas.
LOVE
GERALD

Tito de Prats dijo...

A verla, dijo el chicharra ???
Veamos qué sale por aquí.
Los cuentos me impresionaron y me atraparon....
Y me alegró mucho saber que estás llevando adelante el libro, del cual quiero un ejemplar autografiado, por supuesto....

Walter G. Greulach dijo...

Que sorpresa encontrarte por estos lares, amigazo del alma...Un fuerte abrazo de oso mi querido Tito Barón...Walter