Las
noticias que brindaba el canal universitario ese mediodía daban pena, causaban
escozor. La Docta se desangraba en manos de cientos de salteadores de la más
baja ralea, producto de una sociedad enferma, aletargada, en terapia intensiva.
La falta de coordinación, de previsión, de simple sentido común y decencia de
la corrompida clase política, tanto provincial como nacional, sumada a la complacencia
de gran parte de la ciudadanía habían alentado este caos. La década lucia
irremediablemente perdida y los dos años de transición se presentaban lentos,
tortuosos. Sin embargo nada de esto parecía afectar el humor de Sebastián Diego
Paredes, ubicado en la parte baja del subsuelo emocional.
Tomaba mate con un cuarto de pan criollo mientras observaba sin ver la pantalla
de su sony 14”, de los viejos, a transistores. Le daba igual si de la Sota
arreglaba con los uniformados o si se prendía fuego la ciudad, siempre que el
incendio no quemara su sucucho en la Avenida Hipódromo del Barrio Jardín cordobés.