6/3/09

El ocaso en que descubrí a un tal Gerald.

Walter Greulach (Dibujo de Leo Noboa)

Con admiración y respeto, dedicado al maestro Gerald Thomas

El sol amenazaba con dejarnos en tinieblas, mientras la tarde, impávida, se esforzaba muy poco por evitarlo. Tres o cuatro turistas, tirados panza arriba, se empecinaban en disfrutar de los raquíticos haces de luz en la playa floridana.Aquel jueves de febrero me encontraba al final de la rutinaria tarea de acomoda- reposeras en la playa del National. Metía toallas y cobertores sucios en una bolsa negra, al tiempo que repasaba mentalmente los rótulos que se me habían ido adosando a lo largo de mis cuarenta y pico de infructiferos años. Hijo en Mendoza, estudiante en Córdoba, locutor en Entre Ríos, cocinero en Aruba, mozo en Miami y ahora también “beach attendant”. No muy prometedor para alguien que a los diecisiete años se pensaba el sucesor de Borges o al menos un pichón de Cortazar.
Mi colega Jairo, el chapín, me miró con desgano, señalándome la salida del hotel.
—Atiéndalo usted Walter —me dijo con fingido respeto, a la vez que agarraba una sombrilla tirada en la arena, simulando encontrarse muy ocupado.
—Semejante amabilidad me confunde —pensé divertido. Mi compañero solo hacia esto cuando tenía catalogado al huésped de turno como mal tipeador. Luego me contaría que ya lo había atendido otras veces y nunca recibió mas de cinco dólares.
Cerré con fuerza la bolsa y le salí al encuentro. Mediría unos pocos centímetros más que yo, de cincuenta y tantos años, tez blanca, pelo negrísimo y nariz prominente. Surcó por mi cabeza la idea de que me encontraba en presencia de alguien famoso y rico, un excéntrico personaje de esos que bajan del norte. Desbordaba personalidad. Un tipo con aura dominante, como dicen por ahí.
—¿Puedo ayudarlo señor, se hospeda usted en el National Hotel? —pregunté, con la misma cantaleta repetida mas de mil veces.
Me contestó que se estaba quedando en el cuarto 706 y su nombre era Gerald Thomas. Pese a su blancura casi espectral, descarté que se tratase del director británico de cine fallecido varias décadas atrás.
—Solo quiero que me cuide un rato estas cosas, mientras me pego un baño en el mar —agregó cortésmente, dándome una envoltorio de plástico con ropa y un par de lentes. Un billete de veinte dólares me ayudó a hacer la tarea más placentera.
Estaba un poco fresco, salíamos de un frente frío que bajó los termómetros a treinta y pico, por eso me extraño la naturalidad con la que mr.Thomas se zambulló en el océano.



Unos quince minutos más tarde regresó por sus pertenencias. Le agradecí con un aporreado ingles que denunciaba mi no pertenencia a estas tierras. Me interrogó de donde venia y al contestarle Argentina se le iluminaron los oscuros ojos.
—Ahh, Buenos Aires —exclamó en un español aportuguesado— una de las ciudades mas bellas del mundo. La mixtura justa entre la modernidad europea y el pintoresquismo sudamericano.
Sacudió con la mano unas gotas que pendían de su cabello, se colocó los lentes y agregó :—Hace pocos meses estuve allá, dando unos talleres de teatro en el San Martín. También voy regularmente a Córdoba, al festival internacional.
—¿Es usted un actor de teatro? —pregunté entre curioso y avergonzado por no poder aun reconocerlo.
—Director de teatro —acotó y volviendo al tema de la ciudad porteña que lo tenía fascinado, agregó :—Cuna de Borges y Cortazar, dos geniales escritores que ha dado la lengua española.Catalogó al famoso ginebrino como el más universal de los autores modernos y resaltó el compromiso social y la consecuencia de Julio, a quien dijo haber conocido poco antes de su muerte.
A esa altura yo estaba embobado, me pellizqué disimuladamente para saber si no soñaba. Me encontraba frente a un intelectual de primerísimo nivel y hablando de mis dos mas grandes amores. Luego le tocó el turno a “Rayuela” y el sismo que provocó en la aburguesada literatura de aquel entonces. “Casa tomada” era para él el mejor cuento del franco-argentino, para mi: “La noche boca arriba“. Del genio ciego elogiamos “Borges y yo”, cuento sobre el cual había realizado un cortometraje.
Luego le conté de mi pasión temprana por el teatro, allá en los ochenta, en tierras cordobesas y como la cruda vida me alejó de la mas autentica expresión artística del ser humano.
Cuando las sombras amenazaban la vieja casucha de madera, agarró su bolsita marrón y se despidió. Un grupo de alborotadas gaviotas, cuervos y palomas, habían armado un zafarrancho por un puñado de papas fritas que algún gracioso desparramó en la arena. Nos alejamos unos pasos del bullicio y aproveché para comentarle sobre mi libro de cuentos “El guionista de Dios…¿o del Diablo?”, que desde hacia unos días había salido humildemente al mercado.
—¿Bose escribió un libro? —preguntó sorprendido— me gustaría leerlo.
—Mañana sin falta se lo traigo, será un honor para mí. —exclamé sinceramente.