8/6/15

Un reencuentro en New Orleans

 Un reencuentro en New Orleans


Cortaba ramas secas de los helechos que colgaban bajo el balcón del frente de casa cuando lo vi. Había llovido durante la siesta (siempre garúa sobre New Orleans) y tres horas después, el sol levantaba vapores asesinos que a punto estaban de tronchar mi espíritu jardinero. Apoyé la tijerita de podar sobre el borde de la escalera y bajé un par de peldaños buscando una vista mejor. Pese a los veinticinco años transcurridos, reconocí al instante el andar cansino, la figura encorvada. Debía haber bajado del trolebús en St. Charles y venia caminando por Lousiana Avenue con un pequeño bolso colgando de su mano derecha. Moví la cabeza sin poder escapar del asombro y salí trotando a su encuentro.

          Estaba más gordo y pelado, el escaso cabello, recién recortado, lucia teñido de canas. Sus hundidos ojos resaltaban el narizón de siempre.

           Nos fundimos en un abrazo, fuerte y sentido el mío, el suyo frio y lejano, casi obligado.

            — ¡Pablo, hermanito del alma, que alegría verte! —exclamé sin retirarle los brazos de la espalda.  ¿Por qué carajo no avisaste que venias?, te hubiésemos ido a buscar al aeropuerto.