16/6/13

Fue casi mi mejor Sueño

W.G.G






            Lo que ahora reflejan mis pupilas al alzar los párpados esta madrugada es un par de nalgas turgentes y un sexo femenino recientemente depilado. Esto es realmente interesante pues no se trata del de mi mujer. Primero, porque nunca en mi vida podría atraer a un hembrón de semejante nivel y segundo porque pisando los cuarenta estoy más solo que loco malo. Entonces… ¿qué está pasando? No tengo ni una remota puta idea, pero que linda que es Dios mio. ¿Dónde me encuentro? ¿De quién es esta cama grande? Tampoco tengo calzoncillo y cuando enfoco mi atención a mi amigo alborotado, caigo en cuenta que además de estar sin un pelo, este muñeco no es el mío, más quisiera tener uno así yo. ¡Mira vos, no sabía que se podían tatuar!, susurro estudiando curioso el dragón humeante grabado en mis bolas. Debe ser dolorosísimo.


Inhalo aire profundamente y lo retengo en mis pulmones, debo serenarme, analizar esta confusa pero excitante realidad. ¿Qué pasó anoche? ¿Acaso me emborraché y quien sabe cómo acabé junto a esta ninfa? A ver… estuve hasta cerca de la medianoche en el café con el Coco y el Tato, pero recuerdo bien haber vuelto a casa sobrio. Y aunque fuese así, a estas piernas, a este tórax, a estos brazos, no los reconozco. Tengo los músculos bien marcados. ¡Unos abdominales de la puta madre! ¿Dónde está mi pancita gelatinosa, mis canillitas flacas, mi ombligo extraviado? ¿Qué es esto por favor? ¿Quién carajos soy?

7/6/13

Quizá porque se me Antojó Creerle

                                       550 dias

W.G.G
 
Al Moncho Iturbe no era que le desagradara tanto la vida, solo le disgustaba la forma en que la vida lo había tratado siempre. Era poseedor de una soledad rayana en lo absoluto y esa medianoche peor aún, porque su ser más preciado, el único receptáculo de sus palabras y caricias acababa de fallecer.

Han pasado ya veintiocho calendarios por mi pared y todavía retengo con inusitada claridad la historia que el chino Pandiani nos narró una noche de quilmes y maníes en el café Nostalgias, allá en Córdoba, sobre la Obispo Trejo. El chino era un porteño de ley, un fabulador innato, tenía esa cualidad de hacer de la nada un show y en verdad que nos divertía, por lo menos en esos momentos en que teníamos ganas de escucharlo. La anécdota de su supuesto vecino en caballito, fue lo único que tras tanto tiempo me quedó registrado. Quizá porque en algún instante de su verborrágico relato me identifiqué con el Moncho Iturbe y envidié su velada extraordinaria. Quizá simplemente porque entonces se me antojó por vez primera y última creerle al chino Pandiani.

Se acomodó en el rincón predilecto y apoyó el borde superior de la silla en la pared, como lo hacía siempre. Estiró las piernas y bostezó abotargado por la tristeza y el aburrimiento. Se sacó la húmeda campera de lana y la tiró en la esquina de la mesa. Aquel jueves, pasada la medianoche, venia de enterrar a michifus en la plaza del barrio. La tumba la cavó bajo un banco, protegido por el olmo, su viejo amigo, el mismo que lo cobijara en tantas tardes de hastío. Una fina y pegajosa llovizna tapizó su camino al Farolito. Tuvo suerte de que el cielo no se desvencijara hasta segundos después de ingresar al bar.