28/1/13

De Jaime al Centro de la Tierra



                                Cueva Ventana                                                                                                                                                                                                             

w.g.g




Una tormenta de agua y granizo había maltratado, una vez más, al sur mendocino el día anterior. La tarde era húmeda, ardiente. Los hilos de vapor se elevaban desde la alfalfa recién cegada incorporándose a un horizonte nebuloso e inestable. Dos de la tarde, hora terrible de la siesta cuyana. Sensación térmica, cuarenta y dos grados y ascendiendo. Un barniz transparente parecía recubrir todo, desdibujando el paisaje hasta darle esa pastosa irrealidad de las horas en que mandan las iguanas.


Treinta y pico años más tarde me parece, es más, estoy convencido, que en aquel entonces a nosotros, niños al umbral de la adolescencia y con las duracell recargadas, no nos afectaba el calor. Pasado el mediodía era el momento mágico en el que nos escapábamos de nuestros cancerberos y dejábamos fugar las fantasías más recónditas.

13/1/13

Sangre Maldita





 

 W.G.G

         Siempre (desde niñito) tuve una tremenda curiosidad por conocer la historia de mis ancestros paternos. En cada ocasión que sacaba el tema a colación, mis mayores se iban distraídamente por las ramas y terminaban aportándome poco o nada. Llegué a pensar que ni siquiera mi padre sabía con certeza cuál era su origen. Me había contado que mi abuelo Adolfo García nació en el sur, cerquita de Bariloche, que administraba un hotel a orillas del Nahuel Huapi, y que allí conoció a mi abuela Maria que trabajaba limpiando los cuartos. Que se casaron en el 66 y en el 67 se mudaron a Rosario, donde unos meses después vino al mundo Edgardo, mi padre. Aquí al sur de esta ciudad, en el barrio Saladillo Sud, echamos anclas los García y hemos llevado hasta ahora una vida linda, relativamente tranquila. De mis bisabuelos solo pude sacarle que se llamaban Julio y Eva y que llegaron desde la madre patria, no sabe de que zona, ni siquiera si tenían hermanos o dejaron algún otro hijo allá en su tierra.

            Tecleo estas letras en mi laptop, protegido por las penumbras de la habitación. Han pasado dos días desde la revelación y aun mi espíritu se sacude henchido de culpa y vergüenza. ¡Como si yo, mi padre o mi abuelo tuviésemos la culpa de algo! Creo, es más estoy seguro, que nadie leerá estas líneas jamás. Este testimonio irá derecho a la lata que haré desaparecer por el mismo hueco del que nunca debió haber salido. Una lata que me reveló la podredumbre que corre por mis venas. Mantendré el doloroso silencio de los míos, que más me queda.

            Es extraño, afuera llueve a rabiar y aunque los cristales están empañados, puedo ver la luna llena apoyada en una esquina de la ventana. Un lunón hermoso, intimidante, como el pasado que me asfixia y me obliga a descargar mis sentimientos en una hoja de cuaderno.