29/6/11

Muerte en tránsito



W.G.G
Amanecía, un gris enchastrado de naranjas cubría la playa San Miguel del Puerto San Martin. Aquel treinta de Abril, el Mercedes rojo se estacionaba con veinticinco mil kilos de soja al final de una columna como de veinte camiones que aguardaban la autorización para ingresar al puerto. Estaba fresco y había llovido toda la noche. Un grupo de palomas y gorriones picoteaban los restos de granos desperdigados sobre el cemento. Un poco mas allá, tres o cuatros camioneros tomaban mate y cada tanto lanzaban estertóreas carcajadas.

Iván chasqueó la lengua contra los dientes buscando sacarse un resto de medialuna escondido en el agujero de una muela recién sacada. Como a las cinco y media se había detenido a desayunar en una estación de servicio y aprovechó para comprar un paquete de marlboro y pilas para la linterna. Sintonizó LT 8, el panorama informativo estaba por comenzar. Prendió un cigarrillo y tras pegarle la primer pitada con furia, recostó el asiento un poco mientras con la otra mano saludaba a Edson, un brasileño con el cual había compartido largas esperas en los meses pasados. No le hizo mucha fiesta porque quería descansar un poco y el carioca hablaba hasta por los codos. Despues de estirar las piernas, entornó los parpados y suspiró profundamente.

—Diez días mas y no vuelvo a subirme en mi vida a un puto camión —le había dicho unos días atrás a Sofía su mujer, con los ojos nublados por la emoción. La imagen de sus hijitos, Joaquín y Anabella, llorando porque no iba a pasar semana santa con ellos, no lo dejaba ni un instante.— Te juro que será mi ultimo viaje y después me consigo un laburo fijo acá en el pueblo.

5/6/11

Mike, mi linyera favorito

Walter Gerardo Greulach

El celeste contiene al turquesa y lo arrincona contra el gris claro. Cielo, mar y arena arrullados por una húmeda brisa que baja desde el noreste y que alivia apenas el ardor de mi cara. Recostado contra la caseta de franjas blancas y negras verticales, como una manzana mientras me repongo de un sábado infernal, por lo caluroso. En algún lugar alguien fuma un porro y el empalagoso olor de la cannabis opaca al del yodo y la sal. Ha pasado un cuarto de las siete e intento juntar coraje para acometer la ardua tarea que me espera, guardar noventa reposeras con sus colchones y cuarenta sombrillas. Faena que se me hace más pesada aun, teniendo en cuenta que Andy, mi colega barilochense, ha llamado enfermo. Pienso en Mike, que está por llegar y podrá ayudarme por un puñado de verdes, como lo ha hecho en los pasados cinco años. Aunque hoy existe un problema, hoy por primera vez conozco la verdadera identidad de Peter Michael Serbello.