28/7/09

EL ENTIERRO DEL CUATRO OJOS


W.G.G




El tock tock seco sobre la persiana de madera me hizo saltar de un brinco desde la cama. El movimiento fue lo suficientemente silencioso como para no despertar al cachito García. El operador de LV 24 Radio Rio Atuel, inquilino de mi abuela, dormía plácidamente en el otro aposento.
Serian alrededor de las catorce treinta de un verano asesino que incendiaba las veredas de General Alvear. Había llegado el momento del gran escape. Los Carcereri, Nelson y Sergio, me esperaban en el patio trasero.
—Dale Walter, —dijo el menor— vamos a llegar tarde.
—¡Bajá el volumen, que se va a enterar la Chola! —le susurré, a la vez que me encaramaba a la ventana y saltaba cayendo en cuclillas sobre la chipica hirviendo.
Verdad que el sol mataba y que era un riesgo para la salud, como sermoneaba mi vieja, salir a correr tras una pelota a esa hora de la siesta, pero como perderse el desafío con los aborrecidos salvajes del caserío vecino.
Nuestro grupo estaba compuesto por chicos de entre nueve y trece años. El centro neurálgico del barrio Comercio era la Propulsores Alvearenses y allí nos reuníamos todas las tardes. Yo me integraba los fines de semana, cuando bajaba de la finca de mis padres en Jaime Prats. No tenía el prototipo del jugador de fútbol, ni mucho menos, más el amor al deporte rey me impulsaba a tratar de superar todas mis limitaciones. Con once años, pesaba cuarenta y cinco kilos y medía un metro sesenta. Un esqueleto con una cabeza enorme y para colmo usaba lentes.
Ese sábado del 76, el enfrentamiento seria a la hora quince en el potrero situado al lado del supermercado Saponara. Una canchita con arcos enclenques y líneas marcadas con un palo de escoba nos estaba esperando.
—No se para que venís si no vas a jugar, ¡cuatro ojos! —me recibió ásperamente y con un chirlo en la cabeza el Juanca Fumarco.

12/7/09

BOLSA DE GATOS



W.G.G

Vivíamos el año 1982, en General Alvear, Mza. Creo que sucedió comenzando octubre, se me antoja que había flores por doquier y reinaba ese espíritu de renacimiento y alegría que impera durante la más linda de las estaciones. Si no fue así, no importa, mi cabeza atesoró la vivencia en un contexto primaveral.
Pepsi Cola organizaba una divertida estudiantina, con la búsqueda del tesoro como evento principal. Participaban en ella los dos cursos finales de las escuelas secundarias de la zona.
El sexto año de la E.N.E.T #1 se preparó con todo para capturar el primer premio. No sé si me olvido de alguien o pongo alguno que nunca estuvo, la memoria se divierte a veces adornando nuestros recuerdos. El grupo estaba conformado por el gordo Julio Fonzalida, el tripa Nestor Prieto, el loco Gustavo Nedic, el Tito Barón, el Rafa Rodríguez, el narigón Marcelo Núñez, mi cumpa Iván Barón y el Marito Hidalgo.
Acabábamos de superar la tercera o cuarta prueba, consistía en buscar revistas viejas, mientras más antiguas, más puntos se sumaban. Gracias a unas Caras y Caretas de principio del siglo XX, facilitadas por mi tío el ingeniero Ernesto Lust, habíamos logrado ponernos al tope de las posiciones. Un par de puntos atrás, nuestros eternos rivales de la escuela de agricultura nos soplaban la nuca.
Aun hoy, casi tres décadas después, me sigo preguntando en que mente afiebrada se anidó la desquiciada prueba que continuaba el juego. Teníamos que juntar la mayor cantidad de gatos y meterlos en una bolsa para presentárselos luego al jurado. Algo que lucía simple y divertido para nuestros cerebros adolescentes, se transformaría en un relato digno de Edgar Alan Poe.