25/2/12

DE ESAS AGUAS QUE REGABAN NUESTROS SUEÑOS

     

      Walter G. Greulach

          Una cortina de algodones cenizos amenguaban al criminal sol de enero. Al resguardo de dos sauces reposábamos tras traqueteada mañana. Un puñado de teros y un trio de urracas chapoteaban en ruidosa jarana más allá de la curva. Era domingo y la ruta a Jaime estaba vacía, ocasionalmente salía un auto del club Banco y se desplazaba sobre el puente, entre el vapor de la siesta, como en cámara lenta. Todo se mueve en cámara lenta a esa hora del día. A nuestras espaldas, en la estación de servicio de los Barroso, un flaco aindiado luchaba lo indecible para acomodar un bidón con veinte litros de Kerosene sobre la parilla de su bicicleta. Desde lejos nos llegaba el ronronear de alguna que otra avioneta tratando de sortear la despareja pista del Aero Club.
Mi recuerdo no atesora rostros, solo sensaciones como: plena naturaleza, paz, libertad, compañerismo. Podrían haber estado Tito, Néstor, Carlitos, quizás Iván o Gustavo, los nombres no vienen al caso. Nos veo sentados sobre el pedregullo musgoso, con el agua a la altura del pecho, las caras coloradas, la risa a flor de labios. Seguro era domingo, aventuremos un año, 1979. Estaríamos hablando sobre bueyes perdidos y vacas voladoras.Gastábamos minutos esperando que nos bajara el asadito y el par de porrones que nos acabábamos de embuchar.

10/2/12

Diario de un oncólogo arrepentido




      29 de febrero
No es que desperté esta mañana y tomé así por así la decisión de abandonar todo y marcharme al campo. Lo de ayer a la tarde  fue el detonante, pero el proceso había sido lento, desgastante, mortificador. Por tres décadas y pico había venido violando el juramento hipocrático, al principio con poca noción de la barbaridad que estaba (estábamos) cometiendo. En los años recientes, a medida que se iban esclareciendo las cosas (siempre estuvieron claras pero no queríamos aceptarlo), fui adquiriendo conciencia y me descubrí tal cual era, un minúsculo engranaje del mas monumental y maquiavélico de los negocios. 
          Tuvo que sucederme esto para decir basta, para sacar la cabeza del inmundo hoyo e intentar (por poco tiempo lo se) respirar aire puro. Aunque no voy a engañar a nadie con hacerme el ético a esta altura de mi vida. Seria distinto si lo hubiese hecho mucho tiempo atrás, cuando recién empezaba a practicar y no tenia adonde caerme muerto. Ahora con medio millón en la cuenta bancaria, mis hijos criados y lejos, sumado a millares de pacientes enterrados con mi ayuda, seria la madre de los cínicos si me hago el quijote verde.

9/2/12

ESCABECHITO (Epílogo)




            Seis años pasaron desde la muerte del diputado nacional y del último encuentro con el mercader de delicatesen, Tito se había retirado a disfrutar de su jubilación a orillas del Traful, en la villa del mismo nombre. Compró una casa quinta, pequeña pero confortable, realizando así el sueño de toda una vida.
Aquel mediodía de marzo leía la edición dominical de La mañana, sentado en una reposera a la vera del lago. A cada tanto sacaba con un tenedor un pedazo de escabeche de un frasco apoyado sobre una mesita replegable de campin. También había un plato con cuadraditos de queso gouda, pan casero y una botella con un pinot noir de novela. Sus ojos pasaban de las páginas del periódico a una boyita roja y blanca que, como a cuatro metros de distancia, se bamboleaba sosteniendo un anzuelo. La caña de pescar apoyada en una horqueta, de fondo Paco de Lucia y su guitarra, mezclado con el trinar de los pájaros y el arrullo de las olas. Un cielo azul en alevosía, el verde de las coníferas, la transparencia del lago, el blanco de las montañas nevadas… que más podía aspirar nuestro querido Tito, toda la paz del mundo rendida a sus plantas.
            Tras un par de minutos la tanza comenzó a temblar y la boya se sumergió un instante volviendo luego a emerger. Nada de esto acaparó la atención del hincha granate, un reportaje a doble página en el centro del diario lo había congelado.

6/2/12

ESCABECHITO (segunda parte)

         ConejoEscabeche1


                                                  -DOS-
Seis meses transcurrieron y pese a que Tito dio vuelta Buenos Aires buscando al bendito flaco, no encontró ni la más remota pista. Por alguna poderosa razón se retiró del mercado, se lo había engullido la tierra. Pensó en realizar otra tanda de análisis más exhaustivos en el laboratorio, pero prefirió no levantar la perdiz y evitar que otros se pusieran al tanto de lo sucedido. 
Walter, otro de los pocos adictos al escabechito, le reclamaba novedades a cada momento, diciéndole que extrañaba horrores las conservas. Nunca le confió lo del laboratorio y cuando sacaba el tema, trataba de eludirlo de cualquier manera. Quería tapiar el recuerdo para siempre en su memoria y con el desgaste de las horas lo estaba logrando. Entonces llegó la fatídica carpeta asignándole a su departamento la nueva investigación.

3/2/12

ESCABECHITO


W.G.G

                       -UNO-

—¡Puta si hay tipos raros en este mundo! Gente a la que el término exótica no le cabe, simple y llanamente una parva de locos de mierda —reflexionaba  el detective Gabriel Alberto Giannoni mientras releía asombrado el informe del laboratorio sobre el contenido del frasco con forma de conejo y sentía un sabor entre acido y amargo escalando por su laringe.
            Había degustado por años esas exquisitas conservas y ahora que se enteraba de su verdadero contenido, le asqueaba el hecho de haberse convertido en una especie de adicto a ellas. Allí estaba como encandilado en la entrada del laboratorio, mas no le interesaba tanto desentrañar el misterio de la procedencia de los frascos, como el elaborar un plan de acción para que familiares y amigos no se enteraran en que consistía el apetitoso manjar con que los agasajaba en cuanta ocasión podía.