6/2/12

ESCABECHITO (segunda parte)

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                                                  -DOS-
Seis meses transcurrieron y pese a que Tito dio vuelta Buenos Aires buscando al bendito flaco, no encontró ni la más remota pista. Por alguna poderosa razón se retiró del mercado, se lo había engullido la tierra. Pensó en realizar otra tanda de análisis más exhaustivos en el laboratorio, pero prefirió no levantar la perdiz y evitar que otros se pusieran al tanto de lo sucedido. 
Walter, otro de los pocos adictos al escabechito, le reclamaba novedades a cada momento, diciéndole que extrañaba horrores las conservas. Nunca le confió lo del laboratorio y cuando sacaba el tema, trataba de eludirlo de cualquier manera. Quería tapiar el recuerdo para siempre en su memoria y con el desgaste de las horas lo estaba logrando. Entonces llegó la fatídica carpeta asignándole a su departamento la nueva investigación.
Llevaba tiempo sin recorrer ese edificio (cuando necesitaba algo, llamaba a los forenses y listo) pero le bastó unos segundos para experimentar el mismo desagrado de las otras veces. Todo era tétrico allí, bien siniestro, había algo que los ojos no veían pero podía sentir la piel. No eran las paredes blanquísimas y el techo oscuro, o la larga hilera de camillas con pulgares etiquetados, ni siquiera el olor dulzón entre formol y carne quemada. Parecía como si un ente diabólico recorriera los pasillos lambiendo la nuca de los que aun estaban vivos. Tito se estremeció resoplando con fuerza, como intentando despojarse de las malas vibraciones y se acercó al muerto que lo había convocado.
El cadáver de un hombre, como de cincuenta años, fue dejado la noche pasada sobre una camilla, en uno de los cuartos frigoríficos de la morgue. Nadie tenia idea de cómo había llegado hasta ahí. El asunto pintaba entretenido y Tito y su ayudante, Herminio Florián, se avocaron de una vez a la tarea. La causa por la cual el investigador estrella estaba apuntado a este caso, era por la identidad del occiso, un renombrado diputado nacional del partido peronista. Luego de interrogar a los trabajadores del turno de la mañana, los dos policías se sentaron frente a la entrada principal y mientras degustaban un café, esperaban por la gente de la tarde.
  Alrededor de las quince menos cuarto comenzaron a desfilar los trabajadores de la morgue judicial. Tito se alegró de haber traído el camperón relleno de plumas de ganso pues había refrescado bastante, se subió el cierre hasta el mentón y miró con pereza a la primera mujer que se acercaba al reloj ponchador. Entonces su atención se desvió hacia el exterior, a la zona de estacionamiento de bicicletas. Pestaño con fuerza buscando anclar la imagen, ratificar lo que sus ojos le indicaban. El flaco bigotudo, como a unos veinte metros, encadenaba su vehículo, para luego encaminarse, con una parsimonia exasperante, hacia la puerta de entrada. Sintió en sus amígdalas el delicioso sabor del escabeche y al instante el asco y las arcadas. Tomó de un sorbo el café restante, ocultandose con sigilo tras la maquina expendedora de gaseosas. Demasiado tarde, el vendedor no solo lo había visto a él sino también al uniformado que lo acompañaba y ahora corría despavorido buscando la avenida. Tito le ordenó a Herminio que lo siguiera y salió al trote lento tras ellos.

Durante las cuatro cuadras que duró la persecución la mollera del detective maquinó a mil. Las palabras del jefe de laboratorios accedieron frescas y mortificantes,
—Las verduras y condimentos son los usuales, el problema surge con la carne, parece de una textura diferente, pero no es fácil identificar de que es, el vinagre mata propiedades y emparenta todo, pero encontramos unos restos de huesos y te puedo certificar que no son ni de conejo, ni de vizcacha y menos de gallina.
—¿Entonces? —había preguntado Tito asombrado.
—Son de un animal más grande, como de perro por ejemplo.

De vuelta en la morgue, con bigotes esposado, sentado en el suelo y apoyado contra la pared, el detective buscó la forma de quedarse solo con el estafador.
—Dejámelo a mi Herminio, vos anda a interrogar a los demás.
Arrimó una silla a la esquina, observó con desagrado al detenido y mientras movía la cabeza dijo:
—¿Dónde carajos te habías metido embustero del demonio? Llevo meses buscándote para cagarte a trompadas. ¿Qué mierda era esa que nos vendías?
—No entiendo porque me lo pregunta, le vendía un producto de excelencia, escabeche de carnes frescas, seleccionadas, algo único. —dijo el flaco tartamudeando.

—¡Por Dios qué cínico hijo de una gran puta! ¡Carne de perro era lo que nos dabas!
—¡Usted esta loco!¿De donde saco esa barbaridad? Le juro que era la carne que indicaban los frascos. Que Dios me mate a mi y a mi familia si le estoy mintiendo. Es mas, venga a mi fabriquita cuando quiera y vea el proceso de envasado, cuando quiera —repitió bigotes mientras ponía cara de ternero degollado. —¿Acaso tiene pruebas fehacientes de lo que me culpa?
   —No…—el detective cortó la oración como dudando— pero el del laboratorio dijo que había algo raro. ¿Entonces porque te escapaste al verme?
  —Al ver al otro policía fue que me asusté, pensé que me arrestarían otra vez por no tener mi licencia en regla. Me han vuelto la vida imposible, por eso desaparecí de las calles y dejé de vender el escabeche. Hace dos días comencé de nuevo, en el bolsillo tengo una tarjetita con el número telefónico, llámeme cuando quiera otros frascos y así también nos ponemos de acuerdo en cuando viene a visitarme ¡Carne de perro, que imaginación Dios santo! Y ahora sino tiene ningún cargo…—dijo el vendedor riéndose mientras le mostraba las esposas.
Tito lo liberó pidiéndole disculpas entre dientes, no estaba muy convencido, aunque el tipo le había parecido sincero. Agarró la tarjeta y lo miró marcharse hacia su puesto de trabajo.
          —Ahh flaco, no te pierdas, mas tarde voy a ir a hacerte unas preguntitas sobre el fiambre que encontraron en la morgue —le gritó el detective antes de perderlo de vista.
           
Por una u otra causa, a veces problemas de Tito, otras del flaco, nunca llegaron a encontrarse para apreciar el mágico procedimiento y Giaggino prefirió olvidar del malentendido volviendo a deleitarse con el escabechito... Sigue...

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