8/2/10

LAS TERMAS DEL DIABLO




Walter G. Greulach

El viento enmarañaba soledades bajo aquella aciaga luna en que invocó su nombre. Caminando lentamente por la playa, el hombre sostenía un barato maletín de cuerina marrón. Cada tanto reventaba transparentes huevos azules que el mar le arrojaba, ayudandolo así a mitigar su aburrimiento.
Una fresca llovizna, aumentaba la calidad de indeseable del lugar señalado. Faltaban dos horas y pico para la reunión, y el cálculo sobre el tiempo que demoraría en recorrer la distancia que separaba el camino de tierra (donde estacionó el jeep prestado) y el punto de encuentro, resultó grotescamente erróneo.
A mediados de agosto, la Patagonia argentina no es el mejor lugar para visitar, a no ser que se posea una poderosa razón. No debe existir nada tan agreste como esa zona de acantilados a unos 50 kilómetros al sur de la Península de Valdés.

Se sentó en la arena (de un curioso color pardo) y estiró las piernas. Una inmensa roca que se curvaba en la punta, le brindaba algo de reparo. A tres metros, apoyada sobre un tronco seco, una lechuza, haciendo caso omiso a la lluvia, observaba hechizada. Le arrojó con fuerza un palo y esta aleteó solo lo suficiente para esquivarlo, volviendo luego a su trono.

¿Qué tamaña desesperación le había lanzado a la vera del mar de las ballenas, buscando una fuente termal que se decía curaba las enfermedades más pavorosas.
Un cáncer de colon, en su etapa terminal, le aseguraba el ticket gratis al país de las parcas. Solo una palabra podía enmarcar la situación: Desahuciado.
No hubiese sido tan raro entonces, el hecho de que apostara todas sus fichas a una vertiente de aguas milagrosas. Lo increíble resultaba ser con quien, supuestamente, se entrevistaría primero…Con el mismísimo Lucifer.


Unas confusas sombras desnivelaron el horizonte, el corazón traqueteó nervioso. Estaban como a quinientos metros, no pudo distinguir el número exacto, pero parecían varios. Tardarían unos minutos en llegar. Frotó sus manos y las posó sobre las entumecidas orejas. El maldito frio lo estaba congelando. Se sentía exhausto. Cerró los ojos e inmediatamente el rostro de Lowenstein acaparó sus pensamientos.

—No intento crearte falsas expectativas Daniel, —le dijo el oncólogo un mes atrás— pero hace tiempo fui testigo de un asombroso caso de sanación natural.

Un ramalazo de esperanza estremeció su corroída humanidad. Exigió mayores detalles y esperó ansioso.

—Allá por los ochenta, —agregó el galeno— yo era un flamante profesional apenas graduado en la Universidad de Cuyo. Tenía un paciente con cáncer al hígado, al cual no le quedaban más que un puñado de semanas, como mucho. Un día me contó que se marchaba al sur, a unas termas que alguien le había recomendado. Diez años después, daba una conferencia en la Universidad del Comahue, en General Roca, y en la primera fila del auditorio estaba sentado el tipo este.

—¿Seguro de que se trataba de la misma persona? —indagó Daniel interesado.

—Soy buen fisonomista, lo reconocí al instante. Es uno de esos rostros tallados, definidos, imposibles de olvidar. Quise hablar con él, pero se marchó rápido y al tratar de alcanzarlo, un inoportuno grupo de estudiantes me cerró el paso. Nunca lo volví a ver, lo busqué en la guía de la ciudad pero no lo encontré. Me interesaba desde el punto de vista que se trataba de una asombrosa curación. Quizá se cambió el nombre, o no vivía allí. Eres el primer paciente a quien le comento esto después de tanto tiempo.

—¿No podría haberse sanado con algún buen tratamiento?

—Aun hoy guardo la última radiografía que le tomé, la metástasis le había destruido la mitad del hígado y atacado otros órganos vitales. Estaba acabado, sin lugar a dudas.—dijo el médico moviendo la cabeza a la vez que se mordía el labio inferior— Soy un ferviente ateo, pero puedo decirte con certeza que solo un milagro lo hubiese salvado.

—¿Ninguna pista sobre la ubicación de las dichosas aguas? —inquirió Daniel decepcionado.

—Una sola —dijo el otro cerrando los ojos, como intentando rememorar el instante aquel— Pude ver en su mano derecha un pasaje de ómnibus con destino a Chubut. Recuerdo la provincia, más no la localidad especifica.

Saludó al doctor con un sentido abrazo, intuyendo que sería el adiós definitivo. Llegó a tomarle cariño, se había portado muy bien con él. Lowenstein debió sentir lo mismo porque sus verdes ojos se aguaron.

Cinco minutos después, lo alcanzó en la vereda, venia corriendo con la mano levantada.

—Me acordé de otra cosa —dijo tomando aliento— Una estampita sobresalía en el medio del pasaje.

—¿De algún santo en particular? —preguntó el enfermo sin entender a que venía la acotación.

—Era una foto de Satán sumergido en aguas que despedían humo —agregó levantando los hombros y frunciendo el seño— Averigua Daniel, no perdes nada.

Vaya si averiguó, se pasó todo el domingo en casa de su hermana que tenía una computadora y al atardecer, ya casi retirándose, encontró el motivo para marchar al sur. Una página titulada “Las veinte puertas del averno”, ponía al área de la Península de Valdés, en la Patagonia argentina, como el vigésimo lugar donde el demonio contactaba a sus súbditos.

¡Que ridiculez de mierda! ¿Quién puede creer en esto? —exclamó Daniel ese día.

 El lunes a las siete estaba sacando un pasaje en Chevalier.


Situada a unos mil doscientos kilómetros de Buenos Aires, General Roca es una ciudad chata y polvorosa. Por lo menos eso le pareció tras dieciocho horas de un agotador viaje. El colectivo se rompió a mitad de trayecto y tuvieron que esperar siete horas por otro. Llegó al alto valle del Rio Negro cansado y aburrido, preguntándose qué cuernos hacia allí. El panorama le resultó fantasmagórico. No había un alma a la vera de la terminal, solo un perro que cavaba un pozo y levantaba una nube de talco que quedaba suspendida, esperando adherirse a lo que pasara por allí. El hotelucho de cuarta en el cual reservó dos noches, justificaba el irrisorio precio que había pagado. Decidió descansar y levantarse temprano al otro día.

La guía telefónica tenía cinco Campodónico, ningún José. Además del nombre, Lowenstein le facilitó una par de fotos del resucitado. Resultó más fácil de lo esperado, tras la segunda puerta que se abrió, apareció el tipo de la foto.

Mario Campodónico era un delincuente de carrera. A los dieciséis abandonó su casa y la escuela y se fue a vivir al sur con una mujer quince años mayor. Sexo a cargo de manutención. Cuando cumplió veinte trabajaba en una bandita que desarmaba autos robados para vender las piezas. Allí mató por primera vez, después se le haría una costumbre. Inteligente y diplomático, era visto con más miedo que respeto en el ámbito político local. En la tercera década de su vida ya dirigía una poderosa organización de contrabandistas que operaba desde el puerto de Buenos Aires hacia la Patagonia. Fue concejal y diputado provincial. Ahora en sus sesenta vivía en cuarteles de invierno, instalado cómodamente en una mansión a orillas del rio, desde donde regenteaba su pequeño imperio, evitando, desde hacía ya mucho tiempo, cualquier tipo de exposición pública. Era hijo de inmigrantes italianos llegados al país tras la segunda guerra. Tenía cuatro hermanos, tres mujeres vivas y José, un gemelo que había fallecido de cáncer doce años antes.

—¿Cómo le va señor Campodónico? —dijo Daniel visiblemente emocionado.

—¿Dígame? —respondió Mario con desconfianza, aun sin sacar la cadena de la puerta.

—Disculpe la molestia, pero de usted depende mi vida, —dijo sin más el flaco desgarbado.— Con un no puede estar firmando mi sentencia de muerte.

El mafioso miró aquel triste individuo de nariz prominente y pómulos sobresalientes. Parecía al borde del ataúd y lo que le provocó fue un profundo desagrado. Destrabó el cerrojo y se dispuso a echarlo a los golpes si era necesario, pero la curiosidad pudo más y preguntó enérgicamente:

—No entiendo de que me habla señor, explíquese por favor, que no tengo tiempo para perder.

—Mi nombre es Daniel Kontreg y estoy terriblemente enfermo, un cáncer de colon me está matando. Conozco el hecho de que usted se sanó de uno peor al mío.

Campodónico cayó en cuenta de lo que sucedía. Ese patético ser lo estaba confundiendo con José. Comenzó a cerrar la puerta con aburrimiento mientras le ordenaba:

—Retirese por favor, está equivocándose, yo no soy…

Daniel lo cortó en seco, agarrándolo fuerte de un brazo y en un tono lastimoso, le suplicó que lo salvara.

—Estoy dispuesto a darle lo que me pida, cualquier cosa.

El delincuente respiró hondo y una inesperada sonrisa disfrazó su rostro.

—Nunca pensé en dejar de ayudarlo amigo Daniel. Estoy a su entera disposición. Cuénteme que sabe de mi caso y yo le explico el resto. —exclamó Mario buscando a ciegas un dato que lo pusiese en la senda del dinero fácil.

El desahuciado se explayó por quince minutos, relatando lo que Lowenstein le había contado y su posterior hallazgo en internet.
El maleante ya tenía suficiente, puso rostro de santo y apoyó una mano en el hombro del desesperado, interrumpiéndolo.

—No se preocupe, en poco tiempo estará sano como yo. Le daré el lugar exacto donde están las benditas termas diabólicas.

Entonces le explicó que tendría que reunir sesenta mil dólares, que era lo que a él le había salido. Cuatro síquicos lo acompañarían al lugar e invocarían al rey de las tinieblas. Lucifer se presentaría y establecería un pacto con el moribundo.

—Regrese a Buenos Aires, junte el dinero y en dos semanas lo vuelvo a llamar para indicarle el lugar exacto y la fecha y hora en que se producirá el encuentro. Para que la cosa funcione perfecta, es imprescindible que no hable del tema con nadie. ¿Me entendió? Si no el embrujo se quebrará —dijo Mario, asombrándose de la sarta de estupideces que estaba diciendo.

Luego le dio un fuerte abrazo, asegurándole que todo marcharía a la perfección.

—La próxima vez que nos veamos mi amigo, estará tan fuerte como un toro.

Daniel no pudo contener las lágrimas y se quedó unos segundos ceñido a su salvador.

Cuando Mario entró a su casa, se iba frotando las manos con regocijo. Aun le quedaba la desagradable sensación de haber abrazado a un costal de huesos quebradizos.

—Será bien fácil ganar esta platita, —se dijo sonriendo mientras se servía un vaso de fino merlot y saboreaba una rebanada de queso Dubliner.— Un lugar apartado, un tiro en la frente y nadie encontrará jamás el cuerpo.
Conocía a cuatro indiecitos que le harían un trabajo limpio por un par de miles.

—Gracias hermanito por mandarme este regalo desde el cielo. Te has ganado un lindo ramo de calas blancas —musitó el criminal y se acomodó en el sillón para terminar de ver una película pornográfica que había comprado en el kiosco de la esquina.



Se despertó al sentir la punta del zapato tocando su cadera. No llovía, y ya sin nubes, la luna alumbraba con ganas la base del acantilado. La lechuza seguía en el mismo lugar, solo que ahora observaba a los tres individuos que rodeaban al echado.

—¿Los psíquicos? —preguntó Daniel emocionado.

—Psíquicos tu abuelita loco de mierda —lo insultó el más bajito y desenfundó una nueve milímetros recortada.

—¿Qué pasa, no entiendo nada? —se quejó el pobre infeliz, tratando de evitar que le sacaran el maletín con la plata.

—¿Qué es lo que no entendés pedazo de pelotudo? Que te vamos a robar y meterte luego un balazo. ¿Comprendiste ahora viejito?

El flaco trató de incorporarse y el canoso que acababa de hablar le pegó un manotazo en el pecho, sentándolo otra vez.

—¿Y entonces lo de las termas del Diablo? —preguntó Daniel quejumbrosamente.

—Sos el único idiota en el mundo que puede creerse una historia así. Al diablo me lo violo si se aparece. —dijo cagándose de risa el lungo pelado.

Del lado de la lechuza sonó una explosión y una luz roja iluminó el risco por unos instantes. Un fuerte olor a azufre, mezclado con aceite de oliva, saturó el aire.

—Como les gusta joderse la vida —dijo Satán mirando con desprecio a los tres ladronzuelos que, con los ojos como huevos fritos, lo observaban aterrados.— No me gusta que me nombren en vano y menos para faltarme el respeto y lucrar con mi imagen. Bueno, acabemos ya con esta mierda, —agregó el cachudo y apuntó su mano, de uñas larguísimas, a los despavoridos cacos. Entonces, de una sola llamarada los redujo a montoncitos de cenizas.

—Y en lo que respecta a ti, deleznable mortal, —le dijo Belcebú a Daniel con un tono de marcada resignación, mirándolo con unos ojos colorados que largaban chispas— pese a que me provocas mucho asco, me agarraste en un buen día y te voy a regalar unos años más de vida. Lárgate ya y utiliza bien ese dinero, estoy tentadito de arrepentirme y quemarte a ti también.

Antes de ponerse a girar como un trompo y desaparecer con un nuevo estallido, el Leviatán miró con pena al remedo de hombre tirado allí y le aconsejó:

—No creas en la mayoría de las guevadas que te cuentan sobre el Diablo y Dios, somos solo inventos de los humanos, que por conveniencia o desesperación, nos han mantenido vivos por milenios.


Abrió los ojos y buscó alrededor algún vestigio de lo ocurrido, todo le pareció increíblemente real. El reloj le indicaba que habían transcurrido dos horas y media desde que se recostó allí.

— Quizas fue una advertencia del creador para que olvide esta disparatada idea y disfrute tranquilo de mis días finales—pensó Daniel con un optimismo y alegría inusitados.

Serian las tres de la mañana, una brisa helada envolvía el árido escenario, el mar ronroneaba a su espalda. Recorrió el sendero hacia el jeep cantando melodías de amores extraviados, de quimeras aun vigentes. En vuelo circular, la lechuza lo seguía como a cien metros de altura. Comenzó a trotar, bamboleando el maletín de un lado a otro y dando enérgicos saltos cada tanto. Iba planeando entusiasmado, la travesía que lo llevaría a recorrer el mundo entero.

Aspiró una bocanada de aire y observó al pájaro recortado sobre el oscuro firmamento. Hacía mucho tiempo que no se sentía con tanto vigor…

13 comentarios:

Mastropiero dijo...

Espectacular el comienzo che!!!
Hoy te leo por primera vez, gracias a alguien que te recomendo y de en serio que estan bien interesantes tus cosas.
Este del tipo con cancer pinta genial.
Nos vemos...javier

Anónimo dijo...

a esperanza del que padece es lo último que le queda, creo que el relato es prometedor Walter, esperamos la segunda parte con gusto, un suspenso nos une a todos tus lectores!!!!!!!

Ío dijo...

Llegado el momento final, más pronto que lo que debiera ser, todos buscaríamos un rayo de esperanza, por inverosimil o extraño que pueda parecernos.
Magnífico comienzo¡¡¡
Como dice Galara, quedo en suspenso a la espera de la continuación.
Besos, Walter

Ío

Laurene dijo...

Olá, Walter. Outro dia o poeta Fabrício Estrada me disse algo muito inspirador: coloque um episódio da história no espaço e terás um tema de ficção científica...

Ano que vem, quem diria, serão dez anos, já, do onze de setembro!

Será que teremos algo igual, em comemoração?

Abs do Lúcio Jr.

Laurene dijo...

E o livro, sairá em Espanha?

Walter G. Greulach dijo...

Muy pronto, amigo Lucio, saldrá en EL País de España un articulo sobre "El guionista..." escrito por Gerald Thomas.
Sin duda será una buena plataforma para impulsar la obra por aquellos lados.
Un abrazo señor...W.G.G

Lils dijo...

Ah!! esto me gusta. Se desarrolla en escenarios que amo y tiene una trama por demás interesante.
Saludos, Walter!

Ío dijo...

Lo estás poniendo aún más interesante si cabe, Walter¡¡¡
Da hasta un poco de miedo elucubrar lo que sucederá a continuación.

Leo, si no me engañan las letras, que en El País se hablará de ti. Estará bien que tus palabras sean reconocidas, amigo walter, te lo mereces¡¡¡
Un abrazo, besos

Ío

Fénix dijo...

He leido este texto y me ha gustado mucho, de hecho me he quedado con ganas de más, espero que sigas la historia y podamos recrearnos con lo que escribes jeje un beso

Laurene dijo...

Oi, Walter. Quem bom saber desse texto en El País. Espero lê-lo aqui. Abs para Gerald.

PS: Yo creo que las malvinas son argentinas!

Abs do Lúcio Jr.

Ío dijo...

Buen final, amigo Walter, como era de esperar.
(¿Ha acabado bien o solo me lo parece???, no sé, me sabe raro que no termine mal jjejejeejeej)
Besos

Ío

Anónimo dijo...

Válga me Walter, así que en Diario El País de España van a hablar de tu trabajo, eso es maravilloso.

Recién leí el relato del hombre don cáncer... Lindo, un final de esperanza, un relato entre la ficción y la esperanza, un regalo de la sabia pluma de un veterano de las letras, estupendo, gracias.

Ender dijo...

Se me hizo tierno el relato, quizás porque somos sensibles a esa forma de muerte tan cruel que nos avisa con anticipación. Me gustó mucho, dominas los giros en los relatos.