26/5/10

PELOTAZOS QUE ARAÑAN EL TRAVESAÑO DEL ALMA (Segunda Parte Del 94 al 06)

W.G.G


Cuando EE.UU organizó el campeonato del 94, hacía rato que trabajaba como cocinero en Le Petit Café. Me contrataron por la única razón de ser argentino, rótulo que me daba extensos conocimientos sobre las vacas, cuando yo no sabía prepararme ni un bife. En este restaurant se sirven los cortes de carne sobre piedras volcánicas (aorita), calentadas previamente en un horno a 500 grados. Vivíamos en un pequeño departamento, en el pueblo de San Nicolás, al sur de Aruba. Una de las refinerías más grandes del mundo le da vida a este desolado paraje.

No fue la avivada de Maradona en el tiro libre, con el rápido pase a Caniggia, lo que acerca a mi mente el partido con Nigeria, sino el almuerzo en una sinagoga.
 Mi compadre del alma, Alfredo Moleker, cuidaba las instalaciones de un templo judío, en Dakota (barrio ubicado al centro de la isla), a cambio de sus servicios, le prestaban una casita. Ese domingo (se me hace era domingo) la sinagoga estaba desierta, por lo cual mi amigo invitó a un grupo de compatriotas a saborear un asado mientras veíamos a la huestes de Diego. Todo iba perfecto, pero se terminó el vino y el anfitrión, después de reflexionar unos segundos, se retira de la reunión, volviendo al ratito con cuatro botellas de un exquisito moscato de misa, “cedido” generosamente por la colectividad. Al tiempito, gritábamos los goles del Paul mientras degustábamos la inesperada bebida. Entonces, un ruido de pasos acaparó el interés general. Por el camino del jardín se acercaba apresuradamente Ernesto, el rabino. El bochorno fue total, indescriptible, nuestros rostros colorados (no sé si por la vergüenza o por el moscato), se reflejaban nítidamente en las botellas con el prohibido liquido ceremonial.

Otra anécdota curiosa que pinta mi natural despiste de cuerpo entero, sucedió el día en que jugábamos con Grecia. Pedí trabajar solo el almuerzo, así me quedaba la tarde libre para observar a la albiceleste. Siempre me transportaba (de San Nicolás a Oranjestad) en autobús, porque Daniela, que trabajaba más lejos y entraba más temprano, se llevaba el Lada Samara. Aquel mediodía usé el auto pues mi esposa estaba libre, pero con el apuro por no perderme ni un minuto, me monté de vuelta en el colectivo y solo me acordé de nuestro vehículo cuando, al llegar a casa caminando, la patrona me preguntó por él.

“Me cortaron las piernas” diría el Diego y en mi recuerdoteca, la imagen de la enfermera acompañándolo a todos lados al final del encuentro, ocupará por siempre un lugar especial. Para los hinchas argentinos, la salida del diez significó el fin de un sueño y el fin del máximo jugador que haya parido nuestra tierra.



Meses antes de emigrar a U.S.A, viviríamos nuestro tercer mundial en el caribe holandés. Era Francia 98, la recordada copa del amor.

Aruba es un crisol de razas y culturas. Estaban representados en la pequeña isla casi todos los países contendientes. Habitábamos por esos días un chalecito lindo y arbolado en Pontón, un barrio situado al norte. Quedaba en una esquina, sobre la transitada ruta Oranjestad_Noord.

Zanetti, Simeone, Verón, Ortega, Batistuta…¡Que pedazo de formación! Jugaban como los dioses, aunque noté desde el principio que no tenían una muy buena preparación física. (el técnico estaba más preocupado en que no usaran el cabello largo). Mariza García, una amiga paranaense, nos regaló una bandera gigante, la cual colgamos de un palo (como de cuatro metros) ubicado en la parte más elevada del techo de la casa. La insignia patria se apreciaba en todo el vecindario y alrededores, pronto fuimos identificados como los argentinos de Pontón.

Con Inglaterra, en octavos, sufrimos como primerizas, pero logramos zafar en los penales. Todavia trabajaba en Le Petit Café, el negocio pertenecía a la arubiana familia Booi  (aunque se sentían holandeses de corazón). Booli, el hijo del medio, se había especializado en humillarme, recordándome cuando podía, a Maradona y la triste eliminación del 94. Le aposté (sin dudarlo) que llegaríamos a semifinales por lo menos. Cuando se acercó la fecha de definiciones, me ilusioné sobremanera. El disfrute seria total, no solo ganaría unos florines y vería con gusto la amargada cara del isleño, sino que el rival iba a ser Holanda,  mi más odiado rival.

La lucha, en cuanto a hinchadas, era desigual. La isla estaba llena de holandeses y lugareños que alentaban a los naranjas. Por el lado nuestro, solo un puñado de treinta argentinos distribuidos en tres o cuatro poblados. Hicimos de la casa de Pontón el bunker criollo. Desde allí salimos en caravana (el sábado 4 de julio) hacia lo de Dante Leandi, donde se reuniría la gauchada para ver el esperadísimo match.

El resto es historia conocida, Dennis Bergkamp, a los noventa minutos, nos jodió la vida e hizo que por una semana, tuviésemos que aguantar los bocinazos de todo sonriente fan de los tulipanes que pasara por enfrente de casa…Por suerte Holanda cayó en semis.



El Delano Hotel, en South Beach, condado de Miami, era a fines del milenio el lugar de veraneo de los figurones de Hollywood. Allí conseguí mi primer trabajo en Estados Unidos. Por más de tres años tuve el honor (o el horror), en mi prestigiosa función de asistente de mozo, de limpiarles la mesa a tipos como: Harrison Ford, Madonna, Sylvester Stallone, Will Smith, Jennifer Lopez, Salma Hayek, Jean Claude Van Damme, etc, etc. Palpé la vanidad y vi el menosprecio por el resto de la humanidad que siente la mayoría de estos “artistas” tops. (A quien le interese, escribí un artículo por esa época. “Falsos astros que oscurecen el poniente”)

¿Qué tiene que ver todo esto con los mundiales? No se impacienten, ahí voy. Resulta que tras el nefasto once de septiembre, el turismo cayó a pique y cientos de miles nos quedamos en la calle. Fue así que en el barrio Little Haití y desempleado, pasé las madrugadas de junio y julio del 2002 sufriendo al gran favorito del mundial de Corea y Japón.

Habíamos realizado la mejor eliminatoria de la historia con el loco Bielsa. Perdimos un solo partido de dieciocho y clasificamos varias fechas antes. Busqué desanimado, en aquellas solitarias desveladas, un bálsamo para las inseguridades económicas y de papeles que nos acosaban entre los yankees. Por supuesto que no lo encontré y terminé más aburrido que antes.

En síntesis, ese campeonato pasó lleno de penas y sin ninguna gloria. La superselección se fue en primera ronda, dejándonos solo un sabor amargo y las cargadas de los vecinos y amigos de recompensa.



Durante la cita de Alemania 2006, la cuestión (económicamente hablando) había mejorado bastante para nosotros. Tal es así que pude tomarme (a partir del final de ese año) una temporada sabática, donde trabajé sobre el material que utilizaría en mi primer libro. Por entonces teníamos casa propia y nada hacia prever la terrible crisis que se desataría muy pronto sobre el imperio del norte.

Por vez primera iba a disfrutar de un mundial con mi hijo Ernesto, quien con sus quince años (y gracias a la pesada prédica de su padre) le había comenzado a agarrar el gustito al fútbol. En Miami, como en Aruba pero en mayor escala, hay fanáticos para todos los equipos, por lo tanto los mundiales se viven con mucha intensidad…Este no iba a ser la excepción

Podíamos remontar el barrilete de la ilusión una vez más, Pekerman nos dió el trofeo mayor en varios campeonatos mundiales juveniles. Era su gran oportunidad en mayores. Existía harto material humano para trabajar. Con sus dieciocho años, Messi era la piedra preciosa que comenzaba a pulirse, aunque como buen bostero, todas mis fichas las tenía apostadas por el gran Román.

Los cuartos con México serán difíciles de olvidar, Sobre todo porque lo vi rodeado por quince rivales y solo una compatriota. Resulta ser que se realizaba el campeonato internacional de natación en Fort Lauderdale y mi hija Verónica poseía unos tiempos muy buenos en mariposa y combinados. Estaba por entonces posicionada entre las mejores 16 de U.S.A en la categoría 11y doce años. Allí estábamos ese sábado cuando, después de las carreras preliminares, nos escapamos a un barcito alemán situado a dos cuadras de la pileta, para ver el partido. Vaya sorpresa nos pegamos al llegar, la delegación del país azteca (que participaba del encuentro aquatico) estaba instalada frente a uno de los televisores. Un grupo de muchachones gritando desaforadamente por lo que pintaba como hazaña, hasta que Maxi sacó ese bombazo impresionante y enmudeció a los frustrados delfines verdes. Lleno de orgullo y pasión por mi camiseta, grité el gol con fuerza, abrazándome y saltando con la querida entrerriana que tenía al lado.

El maldito machete de Lehman, sumado a la lesión del pato nos impidió llegar más lejos. Pero qué bonito jugó de a ratos nuestra selección, ¿no? Como en el memorable encuentro con Serbia y Montenegro, cuando hicimos veinte y tantos pases antes de incrustarla al fondo de la red.



Lo que vendrá en estos días está por escribirse, el bobo se acelera y los nervios empiezan a crisparse. Sudáfrica será el lugar donde veintitrés titanes argentinos buscarán sumarse al podio de los cuarenta y cuatro campeones mundiales que ya nos regaló la historia.

Estoy inquieto, armó y rearmó en mi mente el equipo del debut del 12 de junio frente a Nigeria, mientras desempolvo las cuatro camisetas que tengo guardadas. Coordino los horarios de trabajo (vacaciones incluidas) para no perderme ni un segundo del más de medio centenar de partidos.

Hago oídos sordos a las quejas de Daniela, que no concibe que pierda tanto tiempo leyendo estupideces y que trata de convencerme que todo es un circo, donde lo único importante es el dinero. Lo triste del caso es que yo opino exactamente igual que ella, pero a medida que el tiempo se acorta, mi corazón es el que va tomando las riendas.

¡A quien carajo le interesa en este momento que el futbol sea un negocio! Solo sé que en poco tiempo, allá en el sur del continente negro y en su máxima gala mundial, el amado balón volverá a rodar.

Hoy por hoy, solo esto importa…¡Que suene entonces el silbato inicial y ponga h..... Argentina!

5 comentarios:

Ío dijo...

¿Va a ser un relato de futbol?
Noooooo, por dios, Walter¡¡¡¡¡¡
No me impaciento, ¿o si?

Besos, amigo mío

Ío

Anónimo dijo...

Soy Jose Montoya y nací en Jaime Prats. Siempre leo sus relatos, me encantan y me hacen sentir orgullose de ser de ese pueblito mendocini.
Un gran abrazo Don Walter

Walter G. Greulach dijo...

Esta recopilación de sucesos y anécdotas referidas a los mundiales, es la continuación de otra que puse el mes pasado.

Un abrazo mis amigos y ¡FUERZA ARGRNTINA!

Jacinto Piedras dijo...

Podran decir lo que quieran, mi amigo Walter, pero el fútbol seguira siendo el deporte más bello del mundo.
Hermosos recuerdos

Ío dijo...

Qué buenas anécdotas las tuyas, Walter, hablando de futbol pero sin hacer mucho caso al balón.
Me ha gustado, pero no me gusta el futbol, ni me parece bello, ni interesante ni cosa parecida, y no entiendo que la gente llegue a matarse por algo relacionado con ello.
Aún así respeto tu gusto; que feo mundo sería este si todos pensáramos igual, ¿verdad?

Agradezco tu paso por mis letras, siempre son tus visitas un motivo de alegría.
Un abrazo, besos, amiguito mío

Ío