10/8/10

BOCADILLOS LUMINICOS

W.G.G
          
            —¡No puedo mantener ni un instante más este secreto, —descargó mi extraño amigo esa melancólica y pegajosa nochecita en el barrio Jardín. —Soy un alma caída, quizás la única que ha logrado reencarnarse, —agregó mientras agarraba con las dos manos el mate de madera recubierto en aluminio.


            
           Luis Cráneo Gutiérrez era un ser atípico, una persona entrañablemente rara. Me lo crucé por vez primera en el pre-universitario de periodismo, en la escuelita de cs. de la información. Corría enero del 84 en una Córdoba convulsionada por el advenimiento de la democracia. Inteligente a dar rabia, manejaba un sublime concepto del honor y la lealtad. Para la mayoría se constituía en un tipo verdaderamente imbancable. Para mí era un cofre de sabiduría, alguien al que podías preguntarle de lo que fuese y siempre tenía la respuesta correcta. Con el tiempo me he llegado a preguntar si no me aprovechaba de él. Quiero creer que mantenía esa relación por afecto y no por conveniencia. Vivíamos en diagonal Hipódromo, cursábamos las mismas materias y hasta las rendíamos juntos. Estudiar con él era un auténtico placer, Cráneo poseía el don de la lectura veloz y una capacidad de asimilación extraordinaria. En horas terminábamos con textos que a otros les llevaba hasta una semana.
            Era super introvertido, aunque no por timidez sino por tristeza. Nunca estuve tan aislado de la gente como por aquellos tiempos en que cursábamos la licenciatura, aunque gracias a su ayuda terminamos en tres años y algunos meses una carrera de cinco y medio. Cráneo, sobrenombre que llevaba desde chiquito debido a su prodigiosa inteligencia, me había escogido como único amigo y yo le había respondido con una sumisión absoluta a su enredado mundo. Solo frente a mí abría su caja de Pandora y me mostraba un interior infinito y fascinante. Quizás se soltaba conmigo porque nunca lo ofendí o ridiculicé, como lo hacían regularmente nuestros compañeros de facu. Décadas después me enteraría que la mayoría de aquellos estudiantes (con los que compartíamos aulas y pasillos) pensaban que éramos una pareja gay.

            —¿Que decís? —le contesté con poco interés a la vez que tachaba en el calendario de mi cuaderno la fecha del 23 de julio del 87. Nos quedaba menos de una semana para terminar la tesis universitaria que presentaríamos en conjunto y no estaba dispuesto a sacrificar nuestro valioso tiempo en discusiones anodinas sobre almas y espíritus.
            —Dentro de unos días nuestros rumbos se alejaran, vos retornaras a tu Cuyo querido y el viento decidirá mi camino, —acotó en clara alusión a un mediocre poema que yo había escrito un tiempito atrás.
            —¿Y? —dije casi sin abrir la boca. Tampoco lo miré, no quería darle piola a su barrilete.
            —Me mereces el mayor de los respetos. Tú trato y tu aguante conmigo durante estos cuatro años ha sido maravilloso. Sos el único amigo que tengo y que tendré en esta vida. Por momentos junto a vos me creí una persona normal y hasta disfruté de a ratos de mi tortuosa existencia, —dijo y la voz se le cortó al final. Vi en sus ojos perlas transparentes.
            —¡Que te pasa! Cortala con lo dramático, si nos vamos a seguir viendo. Mendoza no está tan lejos. Además todavía tenes tiempo de cambiar de opinión y mudarte conmigo. Allá hay trabajo para los dos, —lo conforté mientras le palmeaba un hombro. Nunca me habría imaginado que Cráneo podía derrumbarse emocionalmente.
            —No es eso Mocha, ha llegado el momento de contarle a la única persona en la que confío cual será mi destino, —dijo entre sollozos. Noté que sus lágrimas humedecían las hojas de la monografía y con disimulo las corrí a un lado.
            —Contame, —fue lo único que atiné a decir. Me hallaba sorprendido, casi shockeado por verlo en ese estado. No entendía nada y sentía un desagradable nudo que ascendía por mi garganta.
           —No me juzgues mal, sé que lo que voy a decir sonará a locura, pero también sé que respetaras mi voluntad y te guardaras esta desquiciada confesión para siempre. No puedo probarte nada, solo espero que mis próximas palabras no arruinen el cariño y la imagen que tenes de mí. ¿Me lo prometes? —me dijo con la voz tomada y con vergüenza se secó los ojos con una vieja servilleta que cubría la manija de la pava.


—Prometido, —exclamé con mortal curiosidad, retirando mi silla unos centímetros para tener una mejor visión de mi amigo.





            —No somos los únicos en el universo, este tema lo hemos debatido muchas veces, —comenzó su alucinada historia  mientras me diagramaba un supuesto mapa estelar sobre una hoja en blanco. —En el espacio conocido habitan cuatro razas primigenias. Cada una posee un territorio bien definido que abarca miles de galaxias. Después de millones de años de confrontación bélica, han entrado en una relativa paz y por ahora nadie se inmiscuye en los dominios del otro.
            Pensé en hacerle un comentario sobre que capítulo de Star Treck era ese, pero la seriedad y el exagerado nerviosismo con que se expresaba inmovilizaron mis labios.
            —Los homínidos, —continuó— somos solo una de las 746 sub-especies inteligentes creadas por estos seres supremos. Existimos solo para servirlos a ellos. Todos creados genéticamente en laboratorios del “primer mundo” por así llamarlo. Algunas sub-especies son guerreras, otras se usan en el servicio doméstico, otras para el sexo y el entretenimiento. Esclavos de todo tipo.
            —¿Y los seres humanos? —pregunte atrapadísimo por el cuento fantástico que Cráneo me regalaba, olvidándome totalmente de la tesis y la pérdida de tiempo.
            —Los seres humanos somos un caso especial. Fuimos creados por los amos del cuadrante tres hace ya más de cuatro millones de años y habitamos en casi dos mil planetas.
            —¿Y qué función cumplimos? —inquirí divertido mientras le pegaba un mordisco a un pan criollo que había dejado inconcluso unos minutos antes.
            —Somos una clase de bocadillos lumínicos, —dijo y esbozó una amarga sonrisa. —Consumen nuestra energía para mantenerse inmortales.
            —¡Vaya menú que tienen los hijos de puta! —exclamé sorprendido por la prodigiosa imaginación de mi compañero y agregué entusiasmado: —Dale, seguí con el cuento que pinta lindo.
            —No es un cuento, es la verdad Mocha y si no lo vas a tomar en serio, prefiero agarrar mis cosas y largarme para siempre, —largó la amenaza y me fulminó con una mirada de hielo mientras comenzaba a pararse.
            Respiré hondo, sin dudas no bromeaba (además Cráneo nunca bromeaba), confuso y hasta con cierto temor por el desquicio de mi interlocutor, lo insté a seguir.
            —El espíritu nace y se desarrolla en el cuerpo humano y cuando este muere, el alma es atraída por una fuerte luz emitida por un tipo de red magnética, por ponerle un término que puedas entender. Allá arriba quedan pegadas cientos de miles, hasta que una nave cosechadora viene a buscarlas dos o tres veces al año.
            Me mordí para no decir un disparate que pudiese molestarlo, aunque sentía en mi interior que el gran respeto intelectual que aquel ser humano me inspiraba, empezaba a hacerse añicos. Estaba tocado y bien mal. Siempre hubo algo enigmático y obscuro en el comportamiento de Cráneo, aunque con el tiempo había llegado a acostumbrarme a ello. Decidido a probar la inconsistencia de su fabula galáctica pregunté:
—¿Cuándo un alma supuestamente tiene más energía que otra?
—Cuando más bondadosa y bien intencionada sea con el prójimo. Los espíritus de la buena gente son más sabrosos y se venden mejor en el mercado galáctico, —acotó como si de jugosos tomates estuviese hablando.
—Estos alienígenas, además de venir en tiempos de cosecha, nunca han interferido en nuestra historia en tantos millones de años?
—¡Vaya si lo han hecho! —dijo un poco más relajado ante la fluidez que adquiría la charla y se incorporó para ponerle un poco de agua a la pava. Luego de encender le hornalla acotó: —Las principales civilizaciones de la antigüedad fueron creadas y regidas por ellos. Disfrazados de Dioses actuaron entre los fenicios, babilónicos, persas, egipcios, griegos, romanos, etc. Por estos lares, Olmecas, Mayas, Aztecas, Incas y otros tantos fueron guiados también por seres superiores, pero siempre solapadamente, sin actuar de una manera franca y evitando, de ser posible, la exposición directa.
—¿Con que sentido realizaban todo esto? —Inquirí, a la vez que le cambiaba la yerba al mate.
Me miró como disculpando mi inocencia y dijo:
—Es todo sobre rendimiento, ganancias. Es sobre la calidad del producto que se vende. Si abonas bien el cultivo aumenta la espiritualidad y por consiguiente el precio.
—¿Solo intervinieron en la antiguedad? —pregunté volviendo al tema anterior.
—No, hasta el día de hoy lo siguen haciendo. El Islamismo, Budismo y Cristianismo, entre otras religiones, fueron inculcados por ellos a los fundadores de esos credos.
—Entonces en la actualidad la cosecha es bastante magra, —dije irónicamente, pensando en la escases de almas buenas que pueblan el mundo.
—Ese es el gran peligro que me obliga a actuar inmediatamente.
—¿Que peligro? —indagué y por primera vez miré la hora. Llevaba media hora escuchando los delirios de alguien a quien había creído conocer y sin embargo, fascinado, no atinaba a moverme de la silla mientras mis preguntas brotaban a borbotones.
—Si esta tierra ya no es fértil, si la producción no justifica los gastos de cosecha, no te quepan dudas que terminaran con nosotros en un segundo. Como te decía, hay miles de lugares en el universo donde ya se crían humanos y miles más con condiciones similares donde podrían empezar el cultivo sin problemas. No solo hemos ensuciado al mundo de una manera atroz, sino que contaminamos nuestras mentes de una forma casi irreversible. En cualquier momento el tercer planeta del sistema solar desaparecerá del mapa galáctico.
Me recorrió un ilógico escalofrió por la cervical. El relato tenía tanto de pasión como de disparate. Sin quererlo me había ido sumergiendo en su fantástica historia y ya no la veía tan increíble. Exhalé ruidosamente como tratando de romper el embrujo y recuperar la cordura. Tenía que encontrar a como diera lugar, interrogantes que lo desarmaran y dejaran al descubierto su ridículo cuento de ciencia ficción.
—Y…se puede saber cómo carajo sabes vos todo esto? —dije y quedé sorprendido que una pregunta tan obvia no se me hubiese ocurrido antes.
—Soy un alma caída, —repitió, retornando al principio de nuestra charla lunática. —Cuando las almas son retiradas de la red, les colocan un dispositivo que las inmoviliza y anula sus conciencias. Por una razón inexplicable no me lo aplicaron, o no funcionó conmigo y lo increíble fue que luego nadie se diera cuenta. La cosa es que viajé a uno de estos mercados y por un tiempo que no tengo ni idea cuanto fue, pero a mí me resultó eterno, estuve en una clase de contenedores transparentes circundado por negras vitrinas sin iluminación. Miles de almas inermes yacían allí. No debo ser muy buena mercadería, porque paso rato hasta que alguien se decidió a prestarme atención. Podía apreciar todo lo que pasaba a mí alrededor.
—¿Y entonces? —lo apuré ansioso.







Enfrente de la sección comestibles, estaba la parte de “electrodomésticos”. Había un enorme dispositivo holográfico que transmitía continuamente informaciones del universo conocido, principalmente de nuestro tercer cuadrante. Así me enteré de la fuerte caída en la producción de la tierra, de su destrucción eminente y de todo lo demás que te he contado.
—Cómo pudiste escapar?
Cuando una familia de estos seres primigenios se acercó con la intención de comprarme, me agarró tal desesperación que salí volando. Hasta ese instante había sido consiente de mi exclusiva condición cognitiva, pero no de  mi movilidad.
—Y después que pasó?
—Luego volví a la tierra y reencarné en el bebe de los Gutiérrez.
—¿No hay otras almas caídas en la tierra? —dije nervioso, mordiéndome la uña de uno de los pulgares. Cráneo me hizo señas para que terminara el mate al cual no le había dado ni una chupada en los últimos cinco minutos. De fondo, el grupo Posdata cantaba por LV2 “Aguas de la Cañada”.
—Libres como yo, no creo. Solo algunas que los supremos desprenden de la red por ser de calidad ínfima. Las inutilizan y las largan. Se ve que no se preocupan mucho por ellas, porque a veces quedan con un poco de conciencia, aunque no pueden reencarnarse. Son las famosas ánimas en pena, los fantasmas, —agregó desparramando una cucharada de dulce de ciruela sobre medio criollo.
—¿Y ahora que harás? — le pregunté y me sentí tan imbécil por haber llegado tan lejos con aquel diálogo totalmente irracional, pero el maldito me tenía definitivamente atrapado.
—Existe solo una posibilidad de salvar este planeta, —y cerró los ojos en un acto dramático, —Creo saber por qué soy inmune al mecanismo bloqueador de los supremos. Si puedo traspasar esta cualidad a otras almas buenas para que zafen de la red y vuelvan a reencarnarse, el nivel de energía subirá ostensiblemente en un par de décadas. Un espíritu bondadoso usado en sucesivos cuerpos, no solo alcanza un nivel energético supremo, sino que desparrama energía positiva que es asimilada por quienes lo rodean. En unas pocas generaciones el mundo sería un lugar hermoso para vivir y ellos y nosotros estaríamos chochos, ¿no? Si de alguna forma los primigenios comprenden mi actividad y facilitan mi accionar, sin duda que todo sería más rápido.
 —Sería como largar al agua los pescados que aún están demasiado chicos, para agarrarlos luego cuando crezcan, ¿no? —dije decidido ya a ponerle fin a toda esta locura. Al instante una fatal imagen lastimó mi mente. Cráneo poseía solo una manera de escalar a su supuesta red…el suicidio.
 Mi fiel camarada de mil y tantas tardes cordobesas pareció intuir mis sombríos pensamientos, porque agarró con suavidad mis dos manos y dijo en un susurro:
 —No hay nada que puedas hacer para impedirlo, si se lo contas a mis padres o buscas la ayuda de un siquiatra, negaré que te haya contado tan ridícula historia. Confió en tu palabra cien por ciento Mocha, no me defraudes. No sé si tendré éxito en esta empresa descomunal. Solo sé que no habrá segunda chance si me capturan. El tiempo apremia…
 En la madrugada mediterránea, de esto hace ya casi un cuarto de siglo, traté de hacerle cambiar su idea radical. Por horas seguimos discutiendo, le expuse de mil formas lo sin sentido de sus creencias. Toqué el tema de los cientos de cultos basados en contactos con extraterrestres, algunos de los cuales predicaban el suicidio. Le recalqué que esas sectas  nunca habían llegado a ninguna parte.
 Al amanecer callé extenuado, con la acongojante conclusión que la enajenación de mi estimado amigo era irreversible. En un último acto de bondad me dijo que esperaría hasta después de rendir la tesis, quería festejar la graduación y luego despedirse con un fuerte abrazo. Sus palabras finales aquella mañana mojaron mis ojos y cerraron cualquier posibilidad que  pudiese cobijar de volver a discutir el tema.
 —Por respeto mutuo Mocha, en estos días de convivencia que nos quedan no diré ni una letra sobre este asunto. Lo dicho, dicho está. Si en veinticinco años la tierra sigue dando vueltas, aunque sea tené la consideración de poner unas flores en mi tumba y agradecerme.

En agosto del 2010, volví a la Docta después de vagar dos décadas y media por nuestro sufrido planeta. Una helada tarde en que la llovizna calaba mis huesos, me detuve en un pintoresco cementerio de Alta Córdoba. Dejé tres rosas amarillas y dos claveles blancos en la descuidada tumba de Luis Gutiérrez. Corrí con la mano unas hojas de olmo pegadas al negro granito de la lápida, y con un pañuelo húmedo limpié como pude el vidrio que cubría una pequeña foto de mi viejo amigo. Me quedé unos minutos estático, como esperando que sucediese algo extraordinario.
 Cuando las alargadas sombras, complices de la noche, agudizaban el sentimiento de tristeza que me embargaba , segundos antes de marcharme, acerqué con apesadumbrada nostalgia mi rostro al amarillento retrato y no pude contener la frase que tibiamente se descolgó de mis labios: 
              —¡Muchas gracias mi querido Cráneo! 


6 comentarios:

Daniela E. dijo...

Un tiempito sin pasar por tu pagina y me encuentro esta joya.
Pone el final pronto, me muero por saber en que termina el pobre Craneo...

ALINA dijo...

Chismeando en la weg te encuentro y quede encantada con tus historis. Particularmente las de tu época de estudiante.
Otro dia vuelvo con mas tiempo. Soy mendocina Walter, de Maipú.

Walter G. Greulach dijo...

Esta historia va publicada en simultaneo con un diario del sur de Mendoza. Asi que no me apuren canejo, o le van a quebrar la ilusión y el suspenso a mis amigos alvearenses.

Un abrazo, cariños...W.G.G

DCF cuentista dijo...

Magnífico cuento, tiene todo lo que una buena historia debe tener.
Caci lloro al final.
Pero noté dos detalles:
1- -¿solo intervinieron en la actualidad?, -no, hasta el día de hoy lo siguen haciendo
2- En la madrugada mediterranea...
Yo creía que estaban en Cordoba.
Puede que yo no halla entendido bien esas partes, por si acasó revísalas. Saludos, Daniel.

Mastropiero dijo...

Mierdita!!! Bastante complicadito el Craneo tuyo.
Me encanto el cuento don Walter.

Ío dijo...

Que bella historia, Walter, la ficción convertida en realidad.
Precioso el final, me quiere arrancar alguna que otra lagrimilla.
Gracias por tan hermoso cuento, un verdadero gusto leer y disfrutar con él.
Besos

Ío