23/8/10

LOS FANTASMAS DEL CINE TEATRO CASA ESPAÑA



Walter Gerardo Greulach            

           Tras doblar por la Sagrado Corazón de Jesús y cortar en diagonal la plaza principal, miré la hora en mi casio de plástico negro. Eran las veinte y cuarto de un lunes de verano del año setenta y nueve. En las palmeras que adornaban el sitio público un puñado de loros, a coro con un par de urracas, armaban una bataola infernal, aunque a mí en ese crepúsculo todo me sonaba a melodía. Bella resultaba la tardecita aquella cuando caminaba con la escases de prisa que solo puede acarrear un adolescente de quince junios, en un pequeño poblado del interior provincial. El olor de rosas y geranios endulzaba la tibia brisa y todo se barnizaba con un naranja oscuro, con esa paz poética que es capaz de disfrutar un espíritu libre y feliz.
            Presioné el timbre dos veces y me hice un paso al costado, esperando con ansiedad que alguien abriese la puerta. Rogaba que mi amigo estuviese presente. La intención era invitarlo al cine teatro Casa España. Hoy había función a tarifa rebajada y la primera película me involucraba directamente. Gustavo fue por años el compañero de butaca inseparable. Amantes fanáticos del cine, al grado de asistir, semana tras semana, a los “estrenos” de las dos salas de la ciudad. Razón vital para que si o si me acompañara esa noche especial.


            —¡Cabezón del alma, que gustazo! ¿Cómo te va? Tantos años sin vernos. —Todavía por Miami? —me dijo invitándome a pasar mientras callaba a un perro que ladraba en el fondo sin parar.
            Lo observé emocionado. Mi viejo y apreciado Gustavo Nedic, con su pálida cara salpicada de pecas, su pelo color sol y sus ojos claros, casi cristalinos. Transcurrieron tres décadas y allí estaba, igualito, vestido con sus desfachatados dieciséis años.

            —¡Qué lindo verte otra vez che! —exclamó regalándome un fuerte abrazo. —Me enteré que sos ahora un afamado escritor
            —Ni tanto. Escribo garabatos que algún pobre desprevenido lee de vez en cuando, —agregué honestamente. ¿Y vos?  Además de buen abogado, un corredor de autos de la puta madre. Me enteré que te distes unos tumbos el otro día.
            —Nada grave, por suerte solo unos rasguños. Hago lo que me gusta y sobrevivo bastante bien, pero entrá y sentate, me cambio en un segundo y salimos. ¿A qué hora es la película?
            —Hoy pasan una sola y empieza a las veintiuna y quince, —contesté sorprendido porque conocía la razón que me acercaba a su puerta.— ¿Sabías que vendría? —inquirí balbuceando.
            Se sonrió y puso cara de por supuesto, a la vez que abandonaba el living dejándome herido de intriga. La casa en su interior no había cambiado nada, hasta las figuras magnéticas pegadas en la heladera eran las que yo conocía.
            —¿Querés un vaso de jugo de naranja Walter? —me dijo la mamá de Gustavo saludándome desde lejos, como si fuera ayer mismo que me hubiese visto por última vez.


            
            Las sombras se habían ensanchado hasta volverse noche cuando pisamos la calle. Agarramos la avenida Alvear Oeste y al pasar frente al cine Alvear miré la cartelera, pasaban una nueva y una vieja.
            —A esa la vimos, está re buena, ¿te acordás? —le dije señalándole el afiche de Psicosis, con la tenebrosa casa y el perfil único de Anthony Perkins.
            Más allá me detuve en la esquina y observando con detenimiento acoté:
            —La ciudad es la misma de siempre, no han cambiado ni un ladrillo, —agregué extrañado mientras miraba la entrada lateral del Hotel Alvear con el café al fondo.
            —¡Perdón mocha!¿Me estás cargando? —me dijo en tono irónico. —Esto es un sueño, es tu sueño. No me vengas con huevadas, todo está así porque así es como lo recordás, —me recriminó el más grande de los cuatro Nedic.
               Cerré los ojos y apreté los dientes. Por unos instantes me había confundido, perdiendo la dimensión onírica de esta aventura. Debía apurarme, no fuese a ser que un gallo trasnochado o un perro vagabundo me volvieran a mi presente en las tierras del norte, tan pero tan lejos del añorado pueblo que pisaba en mi sueño. Alcé la vista y me encontré con el monumento al libertador, arriba una luna blanca e inmensa se derramaba por las alas del cóndor. Tomé conciencia del motivo por el cual estaba allí, e insté a Gustavo a que apurara su paso.
            


            A medida que nos aproximamos a la sala de proyección, mis invitados van apareciendo por todos lados.
            Desde el fondo de la avenida, un carro dorado tirado por cuatro caballos blancos es conducido por un tipo medio en cueros, quien se acerca pegando gritos al cielo.
            —¿Charlton Heston? —pregunta Gustavo emocionado.
            —Sí señor, el mismísimo Ben Hur, —contesto mientras saludo al príncipe judío abanicando mi mano.
            Al cruzar por Kuka, escuchamos una acalorada discusión en una de las mesas de la confitería de abajo. Cuatro hombres jugando al póker parecen estar a punto de irse a los puños. Exijo moderación a los gritos y les recuerdo a Newman y a Redford  que van a llegar tarde al cine. Los trúhanes  me hacen seña de que ya están saliendo. Del otro lado de la avenida, un par de manzanas después, Woody Allen se prueba unas gafas y regatea el precio con el gordo Mathez. Pasamos rápido, mirando para el otro lado. Lo que menos deseo es quedar atrapado en una de sus fascinantes exposiciones filosóficas.
            Es raro por la hora, pero Galver aún está abierto. Reconozco al taxi de Robert de Niro estacionado afuera. Tras las vidrieras distingo a Travis, el veterano de Vietnam probándose una camperita marrón oscuro.
            Atravesamos la rotonda y veo con alegría la gran columna de público formada al costado del cine. Gustavo me pega un tirón del brazo derecho y me pide que preste atención. Tres motociclistas acaban de pasar a milímetros de mi humanidad.
            —Son Peter, Dennis y Jack, no aprenderán jamás, —acoto y sigo con la mirada a los inadaptados que me hacen burla riendo a carcajadas.
            Ya en la entrada, veo a Belmodo acompañado por la Welch. El animal intenta explicarle algo, pero ella mira el piso y mueve la cabeza enfurecida. Lino Ventura de bermudas y camisa colorinches los observa aburrido desde atrás.
            Esquivamos la cola y nos dirigimos a la boletería, todos me reconocen y nos dejan pasar sin problemas. Náthan Pinzón nos estudia con desconfianza, enfocándonos con un ojo a cada uno y con voz tenebrosa nos dice:
            —Ustedes son menores de edad, lo siento mucho pero no van a poder ingresar.
            Gustavo protesta desilusionado, no puede entender mi falta de previsión. Estoy desorientado. ¿Será que acá se acabó todo? Una voz me saca de mis dudas.
            —Déjalos pasar. ¿Acaso no los conoces? Son Walter y Gustavo, —dice un barbado individuo vestido con ropas antiguas que está sentado en la esquina y nos había pasado desapercibido hasta entonces.
            —¿Y este quien lo juna? dice mi amigo, moviendo su mano izquierda con los cinco dedos juntos.
            —¡No seas irrespetuoso che! Es el maestro Narciso Ibáñez Menta, —contesto y me inclino en señal de reverencia. Cuando comenzamos a entrar al edificio, escucho a alguien protestándole a Náthan. Se trata del único, del auténtico agente 007. Pinzón tampoco lo identifica. Sean, el escoces lo mira ofendido mientras le dice:
            —Soy Bond…James Bond… — Más atrás Tiburón Delfín y Mojarrita lo censuran impacientes.
            Una vez adentro, un tumulto nos atrae al centro del hall. Nos cuesta traspasar la ronda, en el medio dos luchadores disputan un encarnizado enfrentamiento. Son Martín Karadagian y la Momia Blanca. Entre los espectadores, el Che Marrone aplaude a rabiar, imitado por Gabi, Fofó y Miliki.
            —¿Y ahora qué? ¿Me podes explicar esto? Pensé que habías invitado solamente a gente de cine, —me recrimina Gustavo.
            —Es mi sueño y hago lo que se me ocurra, ¿no? Así me dijiste vos en tu casa, —le digo un poco fastidiado con tantas preguntas. Aunque este hecho no lo tenía en carpeta, mis queridos personajes de la tele se han colado al avant premier. Para corroborarlo, el Chavo zapatea enfrente de un Quico que se hace el desentendido y entonces,  el sin casa,  le arranca el chupetín de un tirón diciéndole: —¡Ahora es mío!
En la puerta de la sala, siento una sedosa mano que acaricia mi nuca, un perfume embriagador me envuelve lentamente.
            —Or…Ornella, —exclamo paralizado al tiempo que la Mutti me estampa un jugoso beso en la boca.
          —Nos vemos adentro mi osito, —susurra y me revuelve el cabello con dulzura.
            —De reojo observo la expresión de celos de la francesita Isabelle Adjani (mi otro gran amor). Francois Truffaut la agarra del brazo, impidiéndole que me arme una escena.
            —¡Te pasaste cabezón! —dice mi rubio amigo.— Pensá en alguna para mí también. No seas egoísta.
            

            Ingresamos a la sala de proyección acompañados por un acomodador vestido con galera y bastón. Nos indica con el bigote las butacas en la primera fila donde debemos sentarnos.
            —¡Gracias Charlie! —le agradezco y le suelto un billete de un peso. En el asiento de atrás, el señor Spock se golpea el codo en la palma y me mira desaprobándome. Gustavo lanza una carcajada, pero es mandado a callar inmediatamente por un loco con cara de Jack Nicholson que lo censura amenazante.
Me levanto impulsado por las risotadas y la jarana que tienen los hermanos Charles en la tercera fila. Por suerte Trinity y Bud están cerca y les ruego que los controlen. Al volver me cruzo con Peter Seller, persigue a la pantera rosa quien se esconde bajo el asiento del joven Frankenstein.
No cabe un alma, el cine está repleto, hasta mi familia y mis mejores amigos están aquí. Lo veo a Néstor Prieto charlando con Clark Kent. El gordo Julio Fonzalida le tira los perros a la Loren, Marcello Mastroianni está a segundos de agarrarlo a trompadas. Ivan y Tito Barón contemplan fascinados a Sorba mientras este les narra historias griegas. Estan todos, Kirk, Henry, Burt, el petiso Rafael Rodriguez, Humphrey, El narigón Marcelo Nuñez, la Taylor con Richard, Carlitos Martini…todos.
Gustavo me señala el reloj indicándome que ya es hora, busco arriba la salita de proyección y levanto la mano. Philippe Noiret sonríe y me muestra el pulgar levantado.
Se apagan las luces y sube el telón…El guionista de Dios…¿o del Diablo? está a instantes de comenzar. 
            Soñar no cuesta nada…¿no

11 comentarios:

Ío dijo...

hombre, por dios .... no nos dejes así¡¡¡¡¡¡
Voy por otro, este me va gustando, Walter
Besos

Ío

Jacinto Piedras dijo...

Que barbaro. Re lindo el relato este. Esa mescla de realidades me encantó.

Nos vemos don Walter

Walter G. Greulach dijo...

Dedicado a mi amigo de secundaria Gustavo Nedic...

Anónimo dijo...

Roberto Zarate
Soy alvearense y este cuento suyo me emocionó. Yo también fui por los años setenta a los cines que usted nombra.
Era otro alvear mas sano y mas lindo aquel.
Hasta pronto

Ío dijo...

Me he querido volver un poco loca intentando discernir realidad y sueño; creo que no lo he conseguido, (discernir), lo otro si, jejejejej
Eres tremendo, Walter, no tiene fin tu imaginación, o tus recuerdos, que no sé si imaginas, sueñas o recuerdas, pero me da igual jejejejejj
Genial, como siempre, y un placer¡¡¡¡
Besos

Ío

Anónimo dijo...

Yo nací en Alvear, por ahí cerca de la casa de uds, a unos 500m. El papi estaba de socio con el Ricardo Kromer Sr. (creo que la cosa no funcionó porque la madre del tío Ricardo era bien jodía la vieja) y las finanzas andaban tan mal en aquella época que el papi quería llamarme "Crisis". La partera fue la Susi Schlegel, hija de la loca de la Tante Lydia; dice Susi que si no se apuraban a llegar a la sala de partos me caía de entre las piernas de la mami. Lo que me recuerda al chico de "Big fish", (vi la película hace poco con una amiga por segunda vez) que salió catapultado entre las piernas de su madre, como por un canal resbaloso, y fue a parar a un pasillo donde alguién lo atajó con maravillado gesto de asombro...
ansias por salir al mundo, ché
A los 3 años nos fuimos a San Rafael, a aquella casita humilde de la calle Corrientes, que en mi recuerdo es oscura, seguramente porque mi casi único recuerdo es de las siestas de verano en las que cerrarían todo por el calor y mi hermano y yo muy compinches en aquellas épocas chupábamos mitades de limón con azúcar en la cocina procurando no hacer ruido; y muy limpia y ordenada ya que vivía la Negra con nosotros, te acordás de ella, y la María? quien era muy hacendosa y muy cariñosa con nosotros y especialmente con Ebaldo, con quien no todo el mundo era así.

pero esa es otra historia
un abrazo
Elisa

Anónimo dijo...

Guillermo Arbesu

Imagino tu sorpresa. La misma que yo, cuando supe de vos a traves de tus historias (algunas compartidas) muy bien recordadas y elegantemente relatadas por vos.
Me entere de tus columnas el domingo pasado y despues de leer tu suenio de hoy decidi escribirte. (no tengo enie en esta PC de proqueria)
A manera de relato te voy a contar un poco de nuestra historia. Algunas tienen ese componente nostalgico de tus cuentos y creo que conoceras a muchos personajes.

Soy medico, igual que Gabriel Almada. Yo estudie en Mza y el en La Plata. Pero la vida quiso que ambos hiciermos post grado en Buenos Aires y alli nos volvimos a encontrar. Tal es asi, que Nenina su actual esposa (novia en aquel entonces) cuido a mi hija mayor. El se radico en Alvear y yo volvi a Mza capital.
Hago un parentesis para contarte que cuando vine a estudiar medicina a Mza comparti la casa con un tal Lothar Lust (tu primo verdad?) Un tipazo, personaje introvertido y economico para hablar como pocos. Era conocido por mis amigos porque cuando contestaba el telefono, se lo ponia en su oreja y esperaba sin hablar, cunado se le reclamaba decia "Si el que llamo fuiste vos, porque tengo que hablar yo?"


Caminando por Calle Corrientes en Bs As, camino al Gran Rex, las entradas en el bolsillo y mi mano en ellas para no perderlas, escucho, "Guille!!!", "Lothar!!" respondo. Que haces aca? Vine a la Feria del libro, su esposa Claudia es docente y el la habia acompaniado. Yo ya habia perdido la cuenta donde estaba, que anio era, el tiempo y el espacio se habian mezclado. Y le digo emocionado, "adivina a quien voy a ver?" A Alan Parsons!! Le dije, no esperando su respuesta, porque se hacia tarde y sabia de la locuacidad de mi querido amigo. Lothar pregunto, Alan Parsons?, Todavia vive? Haciendo con esa pregunta que me llenara de arrugas, se cayera mi flequillo en un segundo. Al darse cuenta que estaba a punto de romper el encanto de la calabaza, rapidamente saludo, nos deseo suerte e intercambiamos nuestros numeros de telefono.

Y alli llegamos, fila 22, el promedio de edad a nuestro alrededor era el esperado, la cantidad de pelo y barrigas masculinas tambien. Comenzo el show, mi piel de gallina, Alan Parsons aparecio con paso lento (65 -66 anios estimados), cerre los ojos, y estaba en mi casa, en la Intendente Morales, escuchando en el combinado de madera del living, el disco que habiamos comprado a medias con Gaby Almada.
Fue entonces cuando comienza un temazo, Ojo en el cielo!! Todos de pie, algunos cantando, yo casi no podia respirar de la emocion. Decidi marcar el numero de celular de mi amigo Almada y ponerlo en alto. Tenia que compartirlo!! era demasiado para mi solo. El sonido de la musica me impedia saber si el estaba al otro lado, pero

Despues fuimos a cenar y lo llamo a Gabriel quien me pregunta, "Que presentaron?" Pense, (este tambien esta en 1979, que van a presentar? Siguen tocando lo mismo de siempre!!)
Hablamos un rato, como siempre, como si nos hubieramos visto el dia anterior, lo mismo que con Lothar, o cuando me cruzo con Nestor Prieto o algun otro amigo del pueblo.
Gabriel me cuenta que hara un viaje a Cuba y que esta muy entusiasmado por ello.

El domigo pasado, por la maniana, a su regreso de Cuba, sintiendo la misma necesidad compartir su viaje con alguien que seguro lo entendera, me llama por telefono, hacemos los comentarios de rigor, me pasa algunas novedades de Alvear y entre ellas..Me pregunta, lees el MDZOL? Te acordas del Mocha Greulach?. Si, le contesto, esperando como sigue todo esto. Bueno, el es el Quijote verde. Leelo y despues hablamos.

Ya lo lei. Maniana mismo lo llamo.

Querido Walter. Desconozco las razones por las que pasan estas historias donde la realidad viaja en el tiempo. Creo que ello ocurre si uno se lo permite. Tal como transmitis en tus cuentos, es posible soniar despierto.

Un gran abrazo.

Guillermo, el mismo que saltaba en las tumbas de potrerillos.

Anónimo dijo...

Susi Palacios Este lo leí hace un tiempo, no recuerdo si en un diario o en este mismo medio!!!Me gustó mucho.

Anónimo dijo...

Julio Fuertes MARAVILLOSO,SOLAMENTE QUIEN ES DE ALVEAR,ENTIENDE TODO LO QUE TIENE ESCONDIDO ESTAS LETRAS,ES LA MAS FABULOSA NOSTALGIA DE MI JUVENTUD EN LO QUE ESTA ESCRITO AQUI....FELICITACIONES QUIERO MAS!!!!!

Anónimo dijo...

Elena Amione Que bueno que está... Un genio escribiendo ... Me considero una de esas pobres desprevenidas que menciona en el artículo...

Anónimo dijo...

Monica Beatriz Videla Caminé Alvear , disfruté cada cuadra y me emocioné recordando cada detalle. ESPECTACULAR !!!!!! me gustaría leer más