9/9/10

DEL NOVIAZGO INTERMINABLE ENTRE EL JAPONES Y LA CHICHI

W.G.Greulach

            Llevo tiempo desenmarañando esta historia. Como en todos mis relatos basados en hechos reales, necesitaba exprimir mi memoria al máximo hasta encontrar el marco correcto que contuviese  al singular personaje que hoy les acerco.
            Nos concentraremos especialmente en las dos décadas largas que duró el noviazgo, desde principios de los sesenta hasta fines de los ochenta. El romántico escenario, un triángulo con vértices en Real del Padre, Jaime Prats y  General Alvear. El principal protagonista, mi tío Mario Tamura, un inefable y simpático japonés, especie única de play boy criollo.



            Antes de proseguir, quiero expresar mis disculpas a aquellos a los cuales alguna parte de los próximos parrafos pueda ofender. Es mi sana intención narrarles recuerdos de acontecimientos muy distantes. Eventos que se verán reflejados con toda la subjetividad que mi enclenque memoria y mis necesidades literarias puedan permitir.
            Mario Tamura desgastó gran parte de su vida en estoica soledad.. Vivía (y vive) en un puñado de hectáreas poco antes de llegar al pueblo de Real del Padre en el distante sur mendocino. Al inicio su historia se me hace difusa. Sus padres deben haber llegado alrededor de los veinte, quizás escapando de un estado nacionalista que se militarizaba peligrosamente. Como tantas otras familias niponas, encontraron una tierra generosa que los acogió a orillas del Atuel.
            Sé que eran amantes de las flores y que gracias a su particular filosofía habrán cultivado con amor y ahínco su finca, destacándose en el cultivo de frutas. Especialmente en lo que a ciruelos, damascos y duraznos se refiere. Construyeron una hermosa casa, la esbozo en mi recuerdo con techo de dos aguas, oscura y fría y con mucha madera. Poseería un encanto oriental que se habrá ido diluyendo con el correr de los días. En su patio profusamente arbolado conocí por vez primera un nogal y aprecié distintas variedades de olivos. Deben haber tenido un aceptable pasar los Tamura, así lo atestiguan las comodidades de su vivienda.
            A principio de los sesenta lo encontramos solo en su sombría residencia. Sus padres ya fallecidos, su hermana casada con un tal Van Houten. Aquí comienzan sus historias de galán irredimible, sin lugar a dudas exageradas por el imaginario popular. Lo que si quedan claras son sus inclinaciones hacia las maestras rurales. Es por entonces que conoce a mi tía Chichí.
            Las docentes recién egresadas María Bernarda Pereira y Mirta Emilia Rossa, eran todavía incautas adolescentes cuando vinieron a probar suerte (desde el norte provincial) a la escuelita rural Rio Bamba que regenteaba Ema Greulach. Entre jarilla y salitre el destino las unió con los hombres de su vida. A mi tía se le cruzó el tan mentado oriental y a mi mamá, Gerardo, el hijo de la directora. Al comienzo, las dos vivían como pensionistas en la casa de mi abuela en Jaime Prats, luego solo Chichí seguiría rentando.
            Mi mente araña las primeras imágenes de Mario arribando a nuestra finca los sábados a la tardecita. Me acuerdo de su lustrosa coupe chevi serie dos, roja con líneas negras, única en la zona. Lo veo bajar sobrio y respetuoso, vestido de sport, con pantalones y saco oscuro y la infaltable polera color claro, calzando unos zapatos que se me hacían bien caros. Chichi comenzaba el ritual de prepararse desde temprano y lo recibía toda emperifollada. Las veladas consistían, invariablemente, en la cena en uno de los dos o tres restaurantes de la ciudad, finalizando con las películas de turno en el España o en el Alvear. A mis ojos de niño, yo lo veía al Tamura más entusiasmado por charlar con mi papá sobre bueyes perdidos y tomarse algún patero, que por salir con mi tía, quien lo apuraba permanentemente con mirada  inquisidora.
           Puede ser que exagere un poquito, generalmente soy propenso a ello; pero les contabilizo veintitantos años de novios  y si la mollera no me engaña, por lo menos una plantada en el altar, con vestido puesto y todo.
          Anécdotas de él tengo varias, algunas compartidas, otras contadas por diversas bocas como la de mi padre, excelso relator de historias a las cuales sazona siempre con una picaresca muy suya.
           Mi tío Mario no era de beber seguido, pero tenía la borrachera fácil. Bastaban tres o cuatro tragos para que comenzara a soltar sus demonios internos en un verdadero proceso de des-inhibización (no existe el término, más lo incorporo por no encontrar otro mejor).
           Recuerdo un partido a las bochas en el fondo de casa. El tinto ya había hecho estragos entre los jugadores. El japonés hacia pareja con Gerardo Greulach (mi viejo) y enfrentaban a mi padrino el Negro Victor Lima con mi tio Lothar Lust. Cada tiro del oriental era una delicia de ver, no por la precisión (ciertamente la mayoría las tiraba al carajo) sino por la forma armónica, casi artística en que seguía la bola. Alargando su brazo lentamente, acompañaba con todo el cuerpo el lanzamiento. A tal punto, que luego de dar dos o tres pasos en movimiento descendente  quedaba totalmente acostado panza abajo en la cancha, con los ojos fijos en la bocha que se alejaba. Creo que  fue a mitad del cotejo cuando un tiro envidiable, que despertó aplausos de los contrarios, dejó la bocha (del rival, por supuesto) mamando al bochín. Luego de tan magistral acto de destreza no volvió ya a levantarse aquel día.
           Otra vez, luego de una disertación científica, en la cual había expuesto su hipótesis de que al enfrentar un gas humano con un fósforo prendido, se encendería una llamarada de vivos colores verdes y azules, procedió a la demostración práctica. El resultado fue totalmente inesperado, no solo no se produjo el fogonazo esperado, sino que hubo una especie de implosión, un vacío que trajo como consecuencia que sus vellos y su epidermis se quemaran impidiéndole su retorno al baño por varios días.
           Podría seguir narrándoles anécdotas de mi estimado tío Mario, aunque para muestra un botón. Elijo esta última pues la viví y disfruté a pleno en su momento.
           Tras sus épocas doradas en los años setenta, el play-boy de Real del Padre se vino abajo, el valor de las frutas descendió estrepitosamente y la cupé derivó en un Fiat 600. No por esto dejó de hacer sus religiosas visitas semanales a mi tía Chichí. Un sábado de esos, se quedó a dormir en casa y al día siguiente el fitito no le arrancó. Mi papá se ofreció a remolcarle el auto hasta un mecánico en Alvear, lo atamos con un cable a nuestro rastrojero doble cabina y comenzamos el viaje. Con la salvedad indicada que si algo salía mal, tocara la bocina. Enfilamos por la línea de los palos y agarramos el camino que une Jaime con Alvear. El Fiat de mi tío estaba en tan malas condiciones que lo manejaba sentado en un cajón de tomates, pues al asiento lo había perdido hacía rato. Mantuvimos siempre una velocidad aceptable que no sobrepasaba los 40 Kmh, al comienzo todo iba bien y el japonés contento nos mostraba desde atrás su OK con el dedo pulgar. Creo que antes de  llegar al asfalto de la ruta que viene de los Sifones nos enfrascamos en tan divertida conversación que nos olvidamos del pobre Tamura. Más como la bocina no sonaba, pensábamos que todo andaba bien, hasta que escuchamos los gritos de auxilio, y al volver la vista, nos encontramos con la desopilante escena: se le había desfondado el auto y el cajón de madera largaba chispas mientras era arrastrado sobre el ripio, lo único que se veía de Mario eran sus ojitos asomados por entre medio del volante y una mano desesperada que apenas salía por la ventanilla.
           Vale decir para ser justos, que un bendito día de cierto mes de un año que nunca supe, el japonés juró amor eterno a la Chichí, se casaron y se la llevó con él. Allá viven en la fresca y espaciosa casa de Real del Padre desde hace más de dos décadas comiendo aceitunas y bebiendo cerveza y les puedo jurar que son realmente felices. 


8 comentarios:

Walter G. Greulach dijo...

A MIS QUERIDOS TIOS MARIO Y CHICHI CON CARIÑO!!!!

Ío dijo...

jajajjaajajajajajajajja
no hago más que imaginarme al pobre Tamura sentadito en el cajón de tomates, jajajajajajaj y lo del gas humano........ sin desperdicio jejejejej
jope pero que buenas historias, Walter, no dejas ni dejarás de sorprenderme
Todo un placer leerte¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Besos

Ío

Anónimo dijo...

Hola, muy buen relato, ya lo había leído ayer en la página de Alvear. (Sólo figuran tus iniciales pero adiviné tu estilo.) En esas historias reales hay muchísimo argumento para escribir, muchas veces - como se dice - superando la ficción, y es bueno que alguien las deje documentadas. Un abrazo: Rubén Antolín

Anónimo dijo...

Muy bueno el recuerdo, si los datos de la familia son correctos, se pusieron de novios a los dos meses de que ella llego a la Río Bamba y se casaron dos meses después de que ella se jubiló de la Río Bamba con algunas interrupciones en el medio. Un abrazo Oki

Anónimo dijo...

Primito, como siempre me apasiona leerte porque hablamos el mismo idioma, sé cómo huele el campo en Jaime Prats y conozco las nubes de polvo que se levantan yendo hacia la Línea de los Palos, en aquel cielo nuestro tan azul...
Como sabés Mario Tamura es mi padrino y por si te has olvidado quiero recordarte esta historia muy humana: cuando el papi, gran amigo de Mario desde la edad escolar, se quebró su pierna en varias partes en aquel accidente fatal de moto y no había sino un solo hospital donde salvarla de una amputación de la rodilla para abajo, fueron sus amigos quienes recolectaron dinero para pagar la operación en el Hospital Británico de Buenos Aires, el único que podía hacerla a cambio de un dineral. Dineral que la abuela Emma, viuda y con 3 bocas que alimentar, no tenía... a pesar de su puesto de directora en la escuela Rio Bamba. Pasado mucho tiempo quiso mi padre devolverle a Mario su dinero, que no era poco. No lo aceptó, Federico era su amigo y no quería ver ni un centavo de aquel dinero.

Muy noble el japonés...

Y aunque tardó en decidirse, pocas veces he visto a una pareja en la que reina tanta afinidad, amistad y alegría de vivir como entre Mario y Chichí.
Un besote
Nos vemos en diciembre
Elisa

Anónimo dijo...

Roberto Triguez: He cazado algún apellido de un amigo en este relato, jajaj esta re bueno, contate algo del francés de los huesos. (no del inglés de los huesos) ¿como era? ¿Eslabap? ¿ Eslapa?

Anónimo dijo...

Aki Norma Oya: Gracias Walter !!nos hemos muerto de risa y lloramos con mi mamá recordando buenos y viejos tiempos. La verdad q me encantaba ir a esa casa cubierta de árboles, parecía la casita del bosque, mientras los grandes charlaban nosotros nos metíamos por los senderos del jardín . Nosotros también lo llamamos tío Mario pues él es primo hermano de mi abuelo, mirá vos Walter.. al final vamos a salir siendo parientes jaja!. Mi padre ha ido con él a la casa de Chichí en Mza, él tb era cómplice de sus aventuras, si viviera, contaría cada cosa...

Anónimo dijo...

Roberto Triguez: Esos personaje (salvo uno) dan vueltas por nuestras calles aun, alguno disfrazado de ave de color negro... vuela..jajaja