21/3/11

Por un momento pensé que soñaba

W.G.G



07 de marzo del año 2011 Miami U.S.A


Por un momento pensé que soñaba, que era una de esas pesadillas inspiradoras de algunos de mis relatos. La foto, el libro y el chip de memoria que sostengo, me indican que no es así. A no ser que se trate de un sueño largo del que aún no he despertado y que tuvo inicio esa mañana de otoño del año pasado, cuando lo vi cruzar la calle por enfrente del Dólar store.

Tomaba mate sentado sobre el deck de madera, bajo la sombra de dos paltas gigantes. En el mismo lugar donde hoy les escribo esta confesión (la cual va dirigida a todos, pero especialmente a mi esposa y mis hijos a quienes no he tenido el coraje de enfrentar con la… ¿verdad?).

Despertó mi atención al instante. Vestía unos vaqueros demasiado ajustados para mi gusto y una remera roja tan pegada que parecía formar parte de su cuerpo. Alto y atlético, lucia la cabeza rapada y (esto lo pude comprobar cuando me acerqué) tenía marcados rasgos orientales. Su rostro, blanco a mas no poder y de cejas exageradamente depiladas, era más el de un bebe que el de un hombre. Cargaba una valija mediana de cuero marrón y una expresión de alegría que detesté desde el primer momento.

La risa que me produjo el verlo, muto en temor cuando desde la puerta de la reja, levantó el brazo llamándome.

—¿Señor Roncalva? —preguntó alzando la voz y mientras me esperaba observó con curiosidad la variedad de plantas y flores que adornan mi jardín.

—¡Aha! —musité apático, intentando cortar de cuajo cualquier tipo de conversación.

—Buenos días, me mandan del negocio de la esquina, dicen que usted alquila un cuarto con baño y me interesa saber, si aún está disponible, ¿cuál es su precio? —dijo en un español tan castizo que parecía salido del Quijote.

Nuestra economía hacia aguas por todas partes, mi esposa estaba desempleada y mis libros no se estaban vendiendo muy bien (en realidad no se estaban vendiendo). A palta y mate cocido sobrevivíamos. Tiré una cifra descabellada con la intención que me dejara tranquilo.

—Mil quinientos dólares, con agua, electricidad y satélite incluido —dije saboreando de antemano la sorpresa que se dibujaría en su cara.

No se le movió ni una pestaña. Sonrió y mirándome a los ojos me dijo: —Trato hecho, me mudo ahora mismo sino tiene problema alguno.

Podría haber ideado otra excusa; que necesitaba referencias, que me dejara pensarlo hasta mañana, que se yo. Me tomo tan de sorpresa que debe haber inducido que mi silencio era una afirmación. Después de unos segundos inexplicablemente lo deje pasar.

Señaló la valija y agregó: —Todas mis pertenencias están aquí.

Me pagó seis meses adelantados, hecho que terminó de sellar mis labios. Le mostré el cuarto y se mostró encantado. Dijo que se pegaría un baño y después de una siesta saldría a conocer Miami.

Terminábamos de almorzar cuando apareció. Vestía un ridículo kimono fucsia. Aproveché para presentarle a mi señora y los niños. La mirada de desaprobación que me incrustó Virginia cuando el flaco se marchaba bastó para darme su opinión sobre el pensionista. Ya en la puerta, acotó algo que me desacomodo totalmente.

—He leído todos sus libros Don Mariano y me parecen excelentes.



Me tomarán por un lunático cuando termine estas líneas. Dirán seguramente que escribí tantas fantasías que terminé enajenado. Quizás tengan razón. Sería bueno que la tuviesen, pero lo que atesora mi mano es real. No sé cuándo mostrare este escrito. Dejaremos que el tiempo discurra para saber quién es el loco, él… o yo por creerle.



A la mañana siguiente, tras dejar a los niños en el colegio y a Virginia en una casa donde tendría una changa de limpieza, me senté a pasar en limpio mi último cuento. Trataba de almas humanas que eran pescadas por una inteligencia superior que se alimentaba de ellas. Un eslabón más en una larga cadena de disparatadas historias que a pocos interesaban. Por estar absorto puliendo el dialogo central no reparé en su presencia, estaba parado unos dos pasos detrás mío. Quien sabe cuánto tiempo llevaría allí. Al voltear el taburete para buscar el vaso con agua me pegué el susto de mi vida.

—Es de lo mejor de su producción literaria señor. Una obra de arte, el final es sublime.

Lo miré entre intrigado y ofendido. Sin dudas me estaba tomando el pelo, pues para mí era un bodrio lo que estaba escribiendo y aun ni final tenia. No le saqué los ojos de encima, tratando de visualizar un leve rictus de sorna, pero siguió imperturbable, con esa carita insulsa que me obligó a preguntarle:

—¿De en serio me lo está diciendo Aivars?

Por primera vez usé su nombre. El rarito este se llamaba Aivars Ozolins y venia de Latvia, o Lituania o algo por ahí cerca.

—Sí, sus libros han tenido un éxito rotundo allí de donde yo vengo —me dijo con indisimulable admiración.

Apagué la computadora y me levanté enfadado. No me había gustado ni medio que anduviera fisgoneando por mis espaldas. Además no paraba de decir incoherencias. Hablaba de mis libros, como si tuviese mucho más que dos, y que se vendían en su país como pan caliente. Amazon me había reportado solo cuarenta ventas en los pasados seis meses. ¿Quién era el demente este? ¿Qué hacía en mi casa? No iba a poner en riesgo la seguridad de mi familia por un puñado de verdes.

—¡Oiga joven! —comencé a recriminarle— Vamos a ser francos, usted no cayó por casualidad a mi casa y siempre supo muy bien quien era yo. O me decís la verdad (a esa altura creo que ya lo tuteaba), o te devuelvo la plata de una vez y te largas. No me gustaría recurrir a la policía.

El freaky (como dirían mis hijos) me miró, extrañado por mi reacción, y bajó la cabeza. Pareció transcurrir un siglo hasta que al fin me dijo:

—Discúlpeme Don Mariano, no me atreví a encararlo de frente e inventé la estupidez esa del alquiler. Soy un estudiante a punto de graduarse en letras modernas, en la Universidad de Latvia, con especialización en literatura hispanoamericana. Mi tesis monográfica final es un análisis de la obra del magnífico escritor argentino Mariano Roncalva.

Remarcó lo de magnifico y se me quedó observando con una expresión de devoto católico junto al papa. Nunca se me habían reído en la cara de esa forma, era demasiado. Lo agarré de un brazo con fuerza y empecé a desplazarlo hacia la salida. Estaba colorado de la rabia. Pese a su contextura era liviano y no opuso resistencia. En el umbral me miró apesadumbrado y utilizó su último recurso.

—Déjeme por lo menos que busque mis cosas y de paso le muestro algo que puede hacerlo cambiar de opinión.

Le indiqué con la mano la pieza y me quedé con la mano la pieza y me quedé esperándolo. Al rato cayó con su equipaje y una tarjeta de memoria que insertó en la computadora.

El archivo tenia cientos de páginas que hablaban de mí y mi obra. Estaban en inglés, español, letón y ruso. Empezaba con una extensa biografía de la que me mostró solo el principio, luego había un análisis de mis libros y de esto solo pude ver las dos o tres hojas iniciales. Se desplazaba rápidamente como no queriendo que fijara mi atención en nada. Evidentemente el flaco sabía más cosas de Mariano Rocalba que las que yo conocía. Estaba impresionado. ¿Cómo podía alguien haber conseguido tanta información de mi vida?, pero más que nada ¿para qué? Una tesis gigante sobre alguien que como escritor no existía.

Le pedí ver su trabajo con detenimiento y entonces rápidamente sacó el chip y lo guardó en un bolsillo interno de la maleta.

—Cuando termine la monografía, usted será el primero en leerla. Por ahora necesito aclarar algunas dudas que aún tengo sobre su niñez y adolescencia. ¡Por favor señor Roncalva déjeme quedarme! Esto es vital para mi futuro profesional… ¡Por favor!

Hasta creí verle los ojos húmedos. Sentí repulsión cuando me agarró de los hombros suplicándome. Quizá fue curiosidad, o el halago de ver mi obra tan bien ponderada, quizá los mil quinientos que nos hacían tanta falta. La cuestión es que le permití volver a su cuarto, rogándole solamente que no anduviera por la casa como un fantasma.



Pasaron las semanas, nada de los acontecimientos del segundo día comenté con mi señora, era una persona extremadamente racional y me hubiese obligado a echarlo de casa. A Aivars le ordené que no hablara del tema con nadie y entonces aprovechaba cuando Virginia no estaba para acribillarme con preguntas. Invariablemente me llevaba a un plano sicológico, se centraba en mis sentimientos, miedos y frustraciones. Hasta las nimias anécdotas de mi pasado le interesaban y se sorprendía por detalles que obligarían, solía decirme, a reformar parte de la monografía.

Un atardecer, como mes y medio atrás, me inventé un dolor de cabeza para quedarme en casa. Virginia y los chicos asistían a un concierto de cuerdas en el World Synphony Theather y Aivars estaba en los cines de Alton y Lincoln.

La puerta de su habitación estaba cerrada con llave, por supuesto que tenía una copia. Sus cosas estaban acomodadas con una pulcritud rayana en lo obsesivo. Inundaba el ambiente un aroma de incienso de lavanda y naranja. En la mesa de luz una foto captó mi atención. En ella Aivars aparecía tomado de la mano de una bella muchacha, mostrando a la cámara un libro con ¿mi rostro? dibujado en la portada. Del título escrito en un idioma extraño, solo reconocí mi nombre. Lo más raro era el fondo del retrato, parecía ser el rio Hudson y parte de la isla de Manhattan, pero había edificios nuevos, altísimos y piramidales. Con una ganzúa que tenía preparada abrí el candadito de la valija y extraje la memoria tratando de dejar todo en un perfecto orden.

Volé hacia la computadora, y mientras insertaba el chip en el C.P.U, mi corazón marchaba en taquicárdico galope.

La biografía se hallaba detallada año por año, con datos y referencias de las que ni yo mismo me acordaba. Lo más asombroso es que no se detenía en el presente, se extendía hasta septiembre del dos mil cincuenta y dos, fecha en la que supuestamente moriría a la edad de ochenta y siete años.

—Estaba más tocado de lo que pensé —me dije sonriendo mientras revisaba mis logros profesionales.

Premio Hugo 2015, 17 y 23. Nébula siete veces y la frutilla: premio Cervantes 2045, siendo el primer escritor de ciencia ficción en ganar el máximo galardón de las letras hispanas.

—Sin dudas el maniático este me tenía fe —musité entretenido—. No sé cómo me habían negado el Nobel. ¡Otro Borges!

Repasé luego la lista de mis supuestas obras. ¡Treinta y cinco novelas! Siete selecciones de cuentos, dos ensayos y una autobiografía. ¡Puta que prolífico! En veinticinco años que llevaba escribiendo solo llevaba dos libros de cuentos y auto publicados.

Había un resumen de cada obra. Me sorprendió lo original y atrapantes que lucían los temas. Sin pensarlo copié el trabajo en una tarjeta donde tenía guardados todos mis cuentos y la guardé atrás del cuadro del abuelo de Virginia. Luego lo repasaría con detenimiento.

Tenía un demente hospedado en casa y eso me provocaba un terrible desasosiego. Debía deshacerme de él lo antes posible, aunque me moría por dilucidar para que hacia todo esto. Lo más intrigante era que su tesis tenía un nivel superlativo. Fui profesor en la Universidad de Córdoba por casi diez temporadas y apadriné muchas monografías, pero nunca una de semejante calidad. Eso que tres cuartas partes de ella estaba basada en información inventada. En el fondo existía algo que me atemorizaba, algo que me indicaba que el tipo era más cuerdo que yo. Que de una forma inexplicable, el freaky podía ver el futuro. Quería creer que mi insulsa vida se encaminaría hacia el éxito. Que me quedaban cuarenta años extraordinarios. Quería creer, pero no me animaba a averiguarlo.

Puse la memoria en la maleta y la cerré con cuidado. Antes de retirarme descubrí un libro semi-escondido tras el televisor, en su interior sobresalía una fotografía. ¿Adivinen de quien era el ejemplar? Se trataba de una novela escrita en el 2025, la más premiada según la tesis. Mi obra cumbre, cuatrocientas páginas sobre una guerra entre mundos paralelos. Era la trigésima edición de “Delirios”, año 2050. Observé hipnotizado la cubierta, figuraban todos mis premios y la mención a los veinte millones de copias digitales vendidas. En la contratapa se me pintaba como el gran prócer de la ciencia ficción. Me senté en la cama, mareado por los acontecimientos, sin pensar que arrugaba las inmaculadas sabanas de Aivars, poniéndome al descubierto.

La foto terminó de noquearme. El flaco, igualito que ahora, se encontraba mirando como el anciano le autografiaba el libro. La cara de admiración del muchacho la conocía muy bien. Los rasgos del viejo también me eran familiares. A duras penas organicé las cosas, cerré con llave y Salí espantado de aquel lugar.

Virginia me halló sentado bajo las paltas, miraba para arriba con los ojos dilatados por el terror. Me preguntó asustada:

—¿Qué pasó mi amor? Nos cruzamos con Aivars en el jardín. Se llevaba sus cosas, estaba apuradísimo, apenas nos habló.

—¿Qué dijo? —pregunté angustiado, mientras me incorporaba de un salto mirando la calle desierta.

—Que agradecía nuestra hospitalidad y que disculparas su intromisión.

—¿Y..?

— Que serias el escritor más influyente del siglo veintiuno. Que tipo tan loco, ¿no? Por suerte se fue, a veces me daba miedo. ¿Qué pasó? ¿Discutieron por algo? ¿Tenés idea que le sucede?

—No, para nada, si no lo vi en toda la tarde —contesté sin apartar los ojos de la reja.

—Además te dejó este sobre y dijo que no te preocupes que se lo devolvés en cuarenta años. ¿Sabes de qué carajos está hablando?

—Ni puta idea —mentí a la vez que descubría los diez mil dólares guardados junto a la foto dentro de “Delirios”.

—¿Qué es? — indagó Virginia curiosa.

—Un diccionario que le presté días atrás —contesté mientras escondía el libro bajo mi axila y retornaba a la casa.



Manuscrito de Mariano Roncalba, que a pedido del insigne escritor de ciencia ficción, fue puesto a conocimiento del público solo después de su muerte, el veinte de septiembre del 2052. Considerado por la crítica como uno de los mejores relatos inéditos del genio argentino.

5 comentarios:

Ío dijo...

ayyyy que me está dando un miedo.....¿pero a quién vas a meter en casa???? jejjejejje
Prometo volver para saber¡
Besos, amigo Walter

Ío

Anónimo dijo...

Ohh, que será, que será...
Mr Walter otra ves jugando con nuestra paciencia,Porque tenemos que esperar siempre para conocer los finales. Este cuentito pinta bueno che!
Julián

Jacinto Piedras dijo...

¡Hola Maestro! Me enteré que anduvieron filmando un cuento suyo en estos dias...Lo pario!! se va pa' rriba el Greulach.
Lindo cuento este del flaco raro, vaya a saber en que terminará. No te demores con el final...please!

Walter G. Greulach dijo...

Asi es jacinto, cuando esté listo, pondremos una versión corta en you tube para que la puedan ver todos.
Un abrazo, cuidate...

Ío dijo...

He vuelto¡¡¡¡
Y volví para quedarme anonadado, o atontada, más bien hasta asustada con tu relato, amigo Walter.
Madre mía, y que bueno te quedó, mieditis aguda que me da leer estas cosas que tu mente creadora pinta con tanto acierto.
Leo por ahí, aquí mismo, que han filmado un video con un cuento tuyo, y ya quiero verlo jejejejej me avisarás cuando esté en youtube? o....a ver si resulta que ya existe y no me he enterado jajajjaja
Miraré en otras entradas, por si sí

Un placer y un gusto leerte, siempre
Un abrazo, querido amigo, besos

Ío