Walter Greulach
A las siete desayuno un tazón de cereales, un bagel con queso crema y una manzana, no hay muchas mas opciones, es el desayuno continental como lo llaman los del norte. Un cartel promociona la memorable Sheikra a la entrada del comedor. “Ya sos historia, querida“, susurro y se me hace un vacío en el estomago de solo acordarme de la tardecita pasada.
Una linda mañana me recibe al abrir la puerta, dos ardillas corren por un cable de electricidad zambulléndose en un frondoso roble, no puedo saber si pelean o están enfrascadas en acalorado romance, los chirridos que lanzán me indican más lo primero. Agarro Dona Michelle Drive y subo por Downes Blvd. a la I 75 norte. La idea primigenia era empalmar la I 10 y rumbear directamente para New Orleans, pero me seduce la idea de visitar Gainesville y el legendario estadio de los Gators, así que al llegar a la altura de la ciudad universitaria doblo para el este.
Sobre la avenida número trece consigo un motel de cuarta aunque luce confortable. El Knight Inn es regenteado por una familia de simpáticos hindúes por demás serviciales, desde el niño mas chico hasta la abuela trabajan en el establecimiento.
La hamburguesa del Mc Donald y la siesta me cayeron de perlas. Salí a caminar un rato y sin querer llegue al campus. Pude entrar a la cancha de los Gators y no me impresionó para nada, en la tele se veía mas grande. Aquí el equipo de la Universidad de Florida ganó en los últimos años tres campeonatos nacionales de fútbol americano. Me sorprendieron más las instalaciones y el domo que coronan la piscina olímpica y la cancha de básquet.
Ahora camino por el distrito histórico, admirando el barrio de finales del siglo diecinueve, comienzos del veinte. Aquí vivian las familias ricas que regenteaban las plantaciones de algodón. No puedo dejar de pensar en la historia oculta tras estas bellas mansiones y en los cientos de negros explotados que habrán trabajado en estas tierras. Casas que ahora son pequeños hoteles (bed & breakfast houses).
Podría haber vuelto a la ruta preestablecida, pero gracias a un par de cubanos que me hablaron maravillas de Saint Augustine, la ciudad madre de EE.UU. (fundada por los españoles en la primera mitad del siglo XVI), ahora me encuentro recorriendo las sesenta millas que me separan de allí, en dirección contraria a New Orleans. El paisaje es cautivador, bosques de un rabioso verde circundan el camino que serpentea por lomadas y bajos. Hay granjas que venden sus productos a los conductores, hay bodegas que hacen vinos de frutas tropicales, hay viveros, ardillas, ciervos, pajaros de mil y un colores y coniferas por todos lados. Con lo visto hasta el momento, valió la pena el desvio.
Un cartel me indica la entrada a la ciudad, me hago a la orilla e inspecciono el mapa, buscando la A1 y la Avenida San Marcos, allí existe un Howard Johnson también recomendado por los caribeños.
El hotel consta como de cien monoambientes con vista a un amplio patio interno, en cuya salida a la calle se encuentra “el gran senator”, un árbol de seiscientos años, que cobijó al mismísimo adelantado Ponce de León cuando desembarcó por primera vez en estas tierras. ¿Cómo diablos pueden certificar la parte histórica de este fenomenal espécimen de roble? ¿Será que el conquistador hizo referencia en su diario que encontró el árbol junto al Howard Johnson? Me pregunto divertido.
La tarde la aproveché para recorrer los emplazamientos históricos. Esta ciudad me trajo a la mente el tema de Alberto Cortez, “los americanos”. Muchas cosas parecen recién envejecidas para el turista. Tanto la antigua cárcel, como la fuente de la juventud, la primera escuela, la casa mas vieja, etc, etc, todas son reconstrucciones. Si tenés suerte podes observar alguna ruina, me imagino que a los milenarios europeos les debe causar gracia toda esta “vejez retocada”. Pese a esto, la ciudad es linda, pintoresca, con su parte antigua muy bien cuidada de románticas callecitas con casas de madera. Terminé la jornada haciendo un divertido tour por los lugares embrujados del pueblo. Todo muy Disneylandia es la conclusión que me queda. Debo rescatar sin embargo dos sitios a conocer, el fuerte San Marcos y el majestuoso colegio Flagler.
Este domingo, bien tempranito, después de desayunar en el buffet del hotel, aprovecho el lavarropas y el secarronas ubicados junto a la cafetería. Mientras espero, preparo el mate y me siento en un banco bajo el senator. Cada tanto llega un troley naranja con tres vagoncitos y hace sonar su molesta campana. Sin duda el tema del turismo está extremadamente aceitado por estos lares. Me llevo el mate a la boca y recuerdo el mismo movimiento, el mismo mate, pero en la noche pasada…
…Serían las veintidos y pico, tras el tour fantasmal, me bañe y comí un sándwich. Puse toda mi buena voluntad para seguir con la veda de partidos, pero el cachudo es perro y allí estaba desesperado cambiando canales en la búsqueda de Argentina-Costa Rica por la copa America. Todos canales yankees y ninguno interesado en difundir el, para ellos, aburrido “soccer”. Mi última esperanza estaba radicada en la radio del auto, cotejé yerba, porongo y bombilla y me subí al P.T. Cruiser. Después de andar y reandar la frecuencia, dí con una débil señal de radio rebelde que transmitía el encuentro. Allí me encontraba disfrutando de unos amargos mientras sufría a un desabrido relator cubano que observaba en La Habana el partido por TV. De repente sentí unos golpes sobre el techo cayendo en cuenta del auto policial que se había estacionado a la derecha y de los dos oficiales que me indicaban que bajara del vehiculo. Tenia la conciencia limpia, por lo menos no había matado a nadie, así que baje tranquilo dispuesto a enfrentar el desconocido problema. Resultó ser que me había estacionado enfrente del apartamento de unos turistas californianos, que al observar a un sospechoso fisgoneando su ventana, a la vez que parecía consumir algún tipo de droga, hicieron la denuncia. Me llevó treinta y cinco minutos convencer a los agentes de mi inocencia, en un momento pensé que me sacaban esposado. Por suerte nada paso, me perdí el final de el único partido que Argentina ganó en esta patética presentación albi celeste.
Recojo la ropa y tras pagar la cuenta (para variar los administradores también son hindúes) me despido de la ciudad decana de los Estados Unidos, con el firme propósito, esta vez si, de llegar a Louisiana. http://waltergreulach.blogspot.com/2011/09/iv-aires-de-blue-en-new-orleans.html
1 comentario:
Alina
Conocí Saint Augustine el año pasado y tu descripción no puede ser mas exacta. Me gusto mucho el restaurant Santa Maria, creo se llama, que esta sobre el mar y donde puedes alimentar los peces.
Un beso, siempre te leo.
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