Anoche, al contemplarla parada en las alturas del Snake hole, grité con furia su nombre, con una voz ronca y cargada de angustia, sofrenada por una eternidad. Fingió no verme y tras escuchar mi llamado se dio media vuelta perdiendose en el tugurio.
Subí a los tropezones y debo haber contado mal los escalones pues caí de pecho arriba de una mesita, volcando dos cervezas, junto a un plato de chips, sobre la falda de una rubia pechugona que se acordó hasta de mi abuelita religiosa. Aturdido, desde el suelo, la busqué en el interior del cabaret, mas ya no estaba.
No hallé una persona que pudiese contarme algo sobre la elegante señora cuarentona que engalanaba el balcón momentos atrás. El bartender, los guachimán (guardias de seguridad) y los meseros negaban con la cabeza, como por compromiso y después me ignoraban.
Pagué los tragos derramados y me quedé cómo una hora desgastando las maderas del piso del Snake hole. El saxofonista de “All that boys” entretenía a la concurrencia con un delicioso solo. Un par de cooperas, con escasa ropa y sobrados atributos, buscaban levantar algún punto para coronar la noche. Ya no podía con mis ansias, me hallaba convencido de que era ella, pero qué carajos hacia en un bar de poca monta en New Orleans, a mas de diez mil kilómetros de nuestro Salto de las Rosas natal.
Hoy lunes a primera hora volví al nido ofidio, estaba cerrado pero me quedé un rato mirando el balcón como embobado. Culpa de ello llegué tarde a la entrevista en el restaurante del gordo García, aunque Octavio debía tener muy buenos contactos porque después de unas preguntas de rigor me dieron el uniforme de ayudante de cocina. Tendría que ponerme las pilas, con suerte y viento en popa podía freír un huevo, con el peligro que quedara pegado en la sartén.
Ahora son las dieciséis treinta, cruzo el Missisipi en un antiguo ferry que tomé al fondo de Canal street, a orillas de un mall donde saboreé los recomendados buñuelos de Café du Mond. Cada paso por la ciudad mas grande de Louisiana es una referencia histórica, una mixtura anglo-franco hispánica que lleva centurias de elaboración.
Voy a Algiers Point, un barrio antiquísimo en donde, recomendación mediante, una familia haitiana me espera para alquilarme un cuarto. La embarcación va casi vacía a no ser por unos pocos turistas y un par de negros enmamelucados. Hay asientos y ventanas por exageración, tiene dos pisos y una terraza que parece clausurada. En alguna época, seguramente anterior a la construcción del puente que veo a mi derecha, debe haber sido muy utilizado.
En el instante que hacemos tierra se descarga una lluvia torrencial. Me refugio en una parada de colectivos y espero hastiado la oportunidad de entrar al barrio. Me acucia la necesidad de volver a Bourbon street, aunque primero debo resolver lo del alojamiento, solo dos noches me quedan en el hotel y mi billetera está famélica.
Al final conseguí una piecita con baño en el fondo de un caserón de tres pisos. Buen precio y la gente súper amable, cuatrocientos cincuenta dólares con luz, agua y cable incluidos, el miércoles les pago adelantado. Cené como a las nueve en un chino “all you can eat”, a unos metros del puerto y luego entré al mall. Me pasé como cuarenta minutos en una chocolatería donde un par de morenos entretenían a los potenciales clientes cantando y contando chistes, a la vez que elaboraban el fudge, con un nivel artístico ajeno al lugar. Terminé la noche indagando a la víboras del hoyo pero sin resultados, ya me empiezan a mirar feo.
Han transcurrido cinco días y ni una pista sobre Carina. Salgo del trabajo pisando la medianoche. Mas obsesionado que nunca voy trotando al cabaret, tras entrar al barrio francés por Decatur, cruzo por la plaza de armas y sorteo la catedral, donde un puñado de homeless me miran curiosos desde sus bancos vitalicios. Un grupo de músicos preparan sus instrumentos para acompañar a la pareja de novios que, junto a sus invitados, irán bailando los ritmos negros por las calles del french quarter. New Orleans no deja de sorprenderme.
Entro y salgo del antro a cada rato, preguntando por Carina a quien se me atraviese, hasta que uno de los guachimán me agarra con fuerza de un hombro y me saca a la vereda.
—Si lo vemos una vez mas por aquí, no solo lo sacamos a patadas sino que también llamamos a la policía. ¿Le quedo clarito? Nos tiene hartos con sus preguntitas —me dijo el pelado de dos metros y medio mirándome con rabia.
Me fui pateando bajito, cargado de resignación y con una molesta puntada en el hombro.
—Quizá no la vi, por ahí fue un espejismo o alguien muy parecido, imposible que fuese ella, una chance en billones —me digo para consolarme. —Tengo que sepultarla para siempre. Al fin y al cabo era esa la razón del viaje, comenzar de cero. Estoy peor que en Miami. ¡Para la mano loco de mierda! Ella está muerta, fría. ¿Entendiste? —repito al borde del llanto mientras me alejo arrastrando los pies como sonámbulo.
Los cordones de mis zapatos están desatados, mi camisa cuelga por los lados del pantalón. Un zaparrastroso es lo que soy, pienso abatido y aspiro con fuerza buscando consumir mis mocos.
—Pssst señor… señor —escucho el cauteloso llamado a mis espaldas.
Me volteo y encuentro a uno de los meseros del snake hole, se llama Mauricio y es mejicano. Uno de los pocos que no me ha tratado como a una basura.
—Si ¿Qué pasa? —contesto pensando que el muchacho solo iba a reiterarme el consejo de su jefe, asegurándose que no regresase.
—Yo conozco a la mujer que está buscando —me dice con aprensión mirando para atrás.
—No estoy para bromas, mejor olvidemos todo y gracias por tu interés.
—No, en serio, ella está casi siempre en el club pero su nombre no es Carina, se llama Soledad y es española, no argentina.
—Bueno, entonces me equivoqué y no es la persona que creí. Como sea gracias Mauricio —le digo tendiéndole la mano dispuesto a marcharme. —No me está entendiendo, estoy seguro que se trata de ella —me tira a boca de jarro.
—¿Seguro de qué? — le pregunto sin entender ni jota.
—La señora Soledad nos pidió que negáramos su existencia y evitásemos hablar con el pesado preguntón. Nos dijo que era algo de su pasado que prefería sepultar para siempre —agrega el mejicano bajando los ojos avergonzadamente.
—No comprendo ¿Ella estuvo allí adentro todos estos días?
—Si
—Escondida, ¿o qué? ¿Quién carajos es para darle órdenes a todos ustedes? —inquiero aturdido ante la inminente revelación.—La señora Soledad es la Madame, la dueña del snake hole.
http://waltergreulach.blogspot.com/2011/10/vi-la-mas-mortal-de-las-serpientes.html
5 comentarios:
No sé si el relato tiene o no que ver con la imagen de la atracción de feria.
Si es sí, me temo que no pudo hacer otra cosa más que eso, o más bien dejarse dar la vuelta; qué remedio le quedaba.
Otra cosa es si no tiene nada que ver, y entonces se quedó sin saber qué era lo que te angustiaba.
Sea lo que sea es un breve muy bien hilado.((O ...¿continuará???))
Me gustó mucho, Walter
Besos, querido amigo
Ío
Hola Walter, te leo desde hace rato y realmente es entretenido lo tuyo. Me enteré que estan haciendo dos peliculas con tus cuentos.
¿Cuando las podremos ver? Esta historia del viaje a Nre Orleans me tiene atrapadisimo. Un gusto, desde Miami
Julio Braccamonte
Teovaldo Angel Pesce Pawlow: Ay...noooo (continuara no) ahora espero la continuacion.
Mirtha Varas: Yo tambièn, muy bueno Walter...
Roberto Triguez: De entrada me golpeó el nombre del cabaret. Jajaja Muy bueno.. yyyy de ese tipo de casualidades... bueno tengo una muy parecida y real que algún día contaré, espero la 2º parte, saludos
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