31/5/12

III LA MALDICIÓN EXTENDIDA












          Entré por la puerta de la cocina en puntitas de pie. Luciana lavaba ropa en el fondo y los niños no habían regresado del colegio. Tras entornar la puerta, bajé las persianas y me recosté panza arriba en la cama grande. Todavía sentía un ligero dolor en el área del ex apéndice, tres semanas después de la operación aun me costaba caminar con normalidad. Tendría que hacer un esfuerzo sobrehumano a la tardecita y empezar a entrenar. Cuarenta y cinco días me separaban de la fecha límite para ingresar a los juegos y en cuarenta y tres se correría el selectivo final, la serie mundial en Madrid. No pensaba que iba a ser necesario salir del país para alcanzar la marca, pero no me quedaba alternativa… siempre y cuando no me sucediera otra desgracia.


 Quería relajarme, analizar lo sucedido en el antro del manosanta. Lo recomendable seria no comentarle nada a mi esposa, no creo que lo entendiera. Nadie debía enterarse de lo acontecido esa mañana.


Apagué el celular, abracé con fuerza el osito de felpa de mi hija, que habia recogido a la pasada  y bajé los parpados. Buscaba proyectar en mi mente una imagen que me trajera paz, que me ayudase a descansar. Una y otra vez el desagradable rostro de la tarotista se me aparecía. Abrí los ojos inquieto, justo en el momento que sonaba el teléfono de casa y un instante después Luciana se aparecía y sorprendida al encontrarme, exclamaba:


—Ah, llegaste, no te escuché. Mas tarde me contás que tal te fue en lo del medico. Ahora contesta el teléfono, te llama una tal Cristina.
           —¿Quién es? —me preguntó  fingiendo desinterés mientras me entregaba el tubo.


         Le hice señas como que no tenia idea, tentado estuve de no contestar, pero no quería levantar sospechas en mi mujer, entonces me metí en el baño sin cerrar la puerta y en voz baja contesté:


—¿Digame?


           —Luli, chiquito mio, —dijo la maldita, con ese aire paternal que me sacaba de las casillas— no me gustó lo que hiciste hoy. Empezamos el conjuro sin problemas y de repente desapareces sin decir ni mú. ¿Qué paso? La cosa no es así mi cielo. Tenés que continuar hasta el final. ¿Decime, sos consiente de la inmensa maldición que cuelga sobre tu cabeza? Esto no es un juego bomboncito. La cosa ya esta en marcha no podes interrumpirlo, seria fatal —agregó recargando la frase en la palabra fatal.










—¡Claro que puedo! Lo voy a hacer ya. ¿Sabe qué Cristina? No me interesa seguir con esta farsa. Nunca creí en su método. No se porque me arrimé a usted, seguramente el miedo es amigo de la ignorancia.  Le ruego me disculpe haberla hecho perder el tiempo. Digamé cuanto salió el baño y la manoseada y no quiero verla más en mi vida. —acoté sacando valor no se de donde.

—No sé de que manoseada hablás. Lo habrás soñado, porque dormiste como un bebito por dos horas. En cuanto al dinero, la tarifa para estos conjuros tan complicados es de cien mil pesos, cincuenta mil ahora y el resto en cuotas. Si no abonas este monto, no solo tu vida, sino la de tus hijitos y Lucianita estarán en peligro —dijo sin que se le cayera una pestaña.

—¡Si… seguro loca de los mil demonios —exclamé reventando en un grito al escuchar que mencionaba a mi familia— ¿Sabes que? No te voy a dar ni un peso. ¡Anda a cobrárselo a tu abuelita, estafador de cuarta, la puta que te parió!

Corté la comunicación con tanta rabia que partí el aparato en dos, ya había logrado llamar la atención de mi esposa, la cual me miraba intrigada desde la puerta de la pieza.

Al principio la santafecina se destornilló de la risa imaginándose mi travesía por tierras de Cristina. No le hubiese causado tanta gracia si le contaba la versión completa, con franela incluida. Luego poco a poco la cargada fue transmutándose en reproche y con toda la razón del mundo. Solo un grandísimo idiota podría haberse embarcado en una insensatez así.
—¿No era que Lulito, el ateo, no creía ni en Dios ni en el Diablo? A la iglesia no me acompañas ni en pedo, pero a la primera crisis existencial salís disparado a ver a una bruja de cuarta. Bien hecho que te pase todo esto, por huevón —me recriminó alzando la voz indignadísima.
Cuando se cansó de la reprimenda, junto aire y se quedo mirándome con una expresión mescla de amor y lastima.
—Si te vuelve a joder, mi vida, la denunciamos de una vez. No te puede acosar así, vos no firmaste nada, va a terminar presa por tránsfuga la tipa esa… o el tipo, ¿Qué se yo que es?
—Tengo miedo que les haga algo a ustedes. A esta altura, estoy convencido que no solo habla de la maldición, sino que lisa y llanamente me está amenazando de muerte la desgraciada. Además no me gustaría que todo el mundo se enterase de esto. Seria una vergüenza total y capaz que los dos únicos sponsors que tengo se me piantan si se enteran. ¡Mierda mi amor! No sé que hacer. Tan cerca de mi gran sueño, los juegos olímpicos, y estoy hecho un desastre —sollocé con el cuerpo hecho un temblor, debajo mio el mundo parecía derretirse. Más aún cuando, tras encender el celular, leí el mensaje de Cristina: "Luli, si no cumplís lo acordado, vos o alguno de tus pequeñines van a sufrir en estos días un accidente gravísimo"
Escondí el teléfono de la vista de Luciana, ella me abrazó con fuerza, plantándome un tibio beso en la mejilla, tras lo cual desapareció sin decir palabra. Al rato volvió con mi ropa de entrenamiento y me la arrojó encima.
—¡Arriba campeón! No se vos, pero yo llevo tiempo preparándome para ese viaje a Londres y no me lo voy a perder por nada del mundo. Ser la esposa de un olímpico no es poca cosa ¿no?.
           La miré inventando una sonrisa, a la vez que pensaba si en verdad Cristina sería capaz de hacernos daño, o si al menos juntaría coraje para denunciarla antes de que esto sucedice... Continuará


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