4/11/12

El Incomprendido (o de como Romeo Ultimó a Julieta)


W.G.G

Los rayos del sol recién nacido iluminaron con desgano la casucha de madera y chapa. Escondiéndose detrás de las montañas de basura el astro rey había evitado, al menos por unos minutos, tener que alumbrar tan desagradable paisaje.

            En la cuadra 8 de la sección 25 de la Villa Misericordiosa un barbado hombre casi en harapos, sumergido en una angustia indescriptible, se despedía de su ser mas preciado. Arrodillado junto el sucio catre de lona, enjuagábase una lágrima con la mano izquierda mientras con la derecha peinaba tiernamente la cabeza de ella.

            Romeo, es mejor que pase sus ultimas horas en una institución especializada, así le evitamos sufrimientos innecesarios le dijo el médico de la clínica con una pose de falsa humanidad.

Él se negó terminantemente e insistió en llevársela a la villa.

A nuestro nidito de amor le explicóallí compartiremos los últimos momentos de vida.

Le pidió unos calmantes para hacer más llevadera su agonía y salió llorando con ella en brazos ante la mirada atónita del personal de la clínica. Un remise lo esperaba en la calle.

            Ahora a la distancia las palabras del profesional  retumbaban en sus oídos: Una enfermedad nerviosa degenerativa, de carácter terminal, le quedan tan solo unos días de vida. 

            A mi también Romeo susurró quedamente.

La vida carecía de sentido sin su Julieta, ya no tenia dudas que el camino a la eternidad lo emprenderían juntos.



 
           La conoció a fines de los ochenta cuando aun era un destacado periodista deportivo, trabajaba en el diario Los Andes y conducía "Actualidad deportiva", el programa de radio mas escuchado en la ciudad de Mendoza. Los sábados transmitían los partidos de los equipos provinciales que jugaban en el Nacional B del fútbol argentino. Tenía por entonces unos cuarenta años y todo el éxito y el reconocimiento al que alguien puede aspirar en este tipo de trabajo. Solo un lado de su existencia estaba totalmente desatendido, el de sus sentimientos. Soltero empedernido, nadie le conoció nunca una novia. Sus padres vivían constantemente preocupados con los rumores que lo tildaban como homosexual y él, furioso, se encargaba una y otra ves de negarlos. No era que no le gustasen las mujeres, había salido con un par de ellas, solo que en el momento en que tenia que dar el paso adelante para profundizar la relación, siempre encontraba algo en ellas que le producía un profundo desagrado.

            Andaba por la vida en la constante búsqueda de su princesa encantada, alguien que reuniera todas las cualidades que apreciaba: amor, sinceridad, discreción, lealtad y compañerismo. Harto de tan fatigosa tarea se encontraba… entonces apareció Julieta.

 

El viento amenazaba con hacer más fea todavía aquella helada tarde de invierno. En la altitud, las nubes grises parecían agruparse para empezar un despiadado ataque. Era el día de su cumpleaños número cuarenta y tres, una fecha que ya no olvidaría jamás. Había salido temprano rumbo al centro. Esa mañana se despertó sintiéndose solo y desprotegido, era en esos momentos en que le gustaba pasear por las amplias y arboladas veredas cuyanas bordeadas de cantarinas acequias.

            Llegó a Mendoza siendo todavía un adolescente, venia acompañando a su tío Román Méndez, afamado comentarista de fútbol de una radio de Capital Federal. El partido a transmitir era Boca vs San Martín, por el viejo torneo Nacional.

             Quedó fascinado por la bella ciudad, tanto fue así, que convenció a su tío para que lo ayudara a encontrar un empleo. Comenzó de cadete en una emisora local y progresó tanto, que al año y medio trajo a sus padres y sus dos hermanas más chicas a vivir con él.

            Después de caminar como por tres horas, comió un lomito en un carrito situado en la Avenida San Martín. Luego subió al colectivo número 28 que lo dejó en frente de la cancha del Deportivo Maipu. Se disputaba la final de la liga local y pese a que no le tocaba cubrir ese evento, el hastío lo había empujado hacia el estadio.

            El anodino encuentro deportivo no conseguía captar su atención, para rematarla comenzaban a caer dispersos copos de nieve. Se puso el gorro de la campera impermeable forrada en corderito y prendió hasta el último botón del alto cuello. Su mirada comenzó a pasearse por las semipobladas tribunas. Cuando estaba aburrido- cada ves era mas frecuente este sentimiento- le gustaba realizar un juego mental. Ubicaba a los espectadores que le parecieran más interesantes, generalmente un núcleo familiar de cuatro a seis personas, y trataba de adivinar la relación que exista entre ellos. Si el tedio del partido lo permitía, les asignaba edades, posibles oficios y demás atributos que se pudieran deducir de sus apariencias. Nunca se imaginó que sus suposiciones podrían tener tal grado de certeza, hasta que conoció a una familia a la que alguna vez había "etiquetado". De diez predicciones, acertó en ocho, hecho que lo dejó más que complacido.

            Estaba en esos menesteres adivinatorios cuando vio a Julieta. Se hallaba sentada en el medio de dos  niños rubios a los cuales demostraba su cariño constantemente. Sus ojos luminosos, su fino pelo negro azabache y su delicado perfil lo impactaron de inmediato. Aunque seria esa alegría de vivir que emanaba de su delicado cuerpo lo que lo trastornaría para siempre.

            Bajo un pretexto inventado, hoy no recordaba cual, trabó conversación con el grupo familiar y se desarrolló a partir de entonces una relación imposible de describir con alguna frase. Simbiosis total, amalgama perfecta, encadenadas almas gemelas o como quieran llamarle.

 

Ella era extremadamente joven y los padres y hermanas de Romeo se opusieron de inmediato a este vínculo. No entendía porque, si fueron ellos los que insistieron hasta el hartazgo con que debía conseguir a alguien que lo contuviese y le diera todo el cariño que necesitaba.

            A primera vista, para la mayoría de la gente, existían diferencias irreconciliables entre ellos, Romeo era consiente, mas no le importaba. Una era la edad, otra el tamaño. Julieta lucia diminuta y frágil junto a sus casi dos metros de altura. Se sumaba también la parte económica, ella venia de una villa miseria y él era dueño de una pequeña fortuna, producto de haber invertido sus ahorros en exitosas transacciones bursátiles. Ni siquiera todas estas divergencias justificaban el accionar de sus progenitores, quienes habían llegado al extremo de sugerirle que se hiciera tratar con un sicólogo, o peor aun, que se internara en una clínica siquiátrica. Tampoco comprendía la actitud de sus jefes que, tanto en el diario como en la radio, le recomendaron "diplomáticamente" que se tomara unas largas vacaciones sin goce de sueldo. En síntesis, todos estos contratiempos solo sirvieron para unirlos más y motivarlos en esta cruzada de amor que estaban llevando a cabo.

             Cuando todos los caminos se fueron cerrando y la sociedad pacata y conservadora les dio la espalda. Cuando su familia se negó a recibirlo si iba con Julieta. Cuando a sus sobrinos les prohibieron ir a jugar a su casa, acabó por comprender que su adorada Mendoza ya no tenía lugar para ellos. Sacó la plata del banco, vendió todo lo que pudo y se despidió de las únicas dos o tres personas que aun lo saludaban al cruzárselo por la calle. Se subieron al siempre leal peugeot 505 y enfilaron hacia el acceso, rumbo al sur de la provincia.

 

 

En General Alvear alquilaron una casita en el barrio comercio, a tres cuadras de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús a la que se hicieron asiduos concurrentes. Les gustaba sentarse en la última fila, al lado de la gran puerta, para pasar desapercibidos. En ese pequeño poblado disfrutaron de los mejores años de sus vidas. En total anonimato y sin tener que darle explicaciones a nadie, ni tener que soportar miradas censuradoras. No tenían pasado y en solitario disfrutaban de un amor cada ves mas inmenso. La luna alvearense los siguió noche a noche mientras caminaban por las riveras del rio Atuel y el estadio del club Pacífico los acogió los domingos cuando se disputaban los partidos de la liga sureña.

            Nadie supo  de ellos en la gran ciudad, en el ambiente periodístico se preguntaban que se habría hecho de Romeo Méndez, el mejor relator de fútbol que hubiese pasado por aquellas tierras.

            El ponzoñoso destino se encargó de reventar de un manotazo la pequeña pompa que habían construido durante esos idílicos años en la puerta de oro del sur mendocino.

Julieta se enfermó y en la zona no hubo médico que diera con las causas de tal padecimiento. Día a día su condición empeoraba y Romeo tuvo que tomar la menos deseada de las decisiones, volver a Mendoza.

            Económicamente quebrados, pero con el orgullo intacto, se fueron a vivir a la villa de donde ella procedía. Con unas chapas y unas cuantas tablas construyó una pieza y puso de puerta una vieja frazada. La plata que le quedaba la invirtió en pagar la clínica en la que internó a Julieta. La mejor de la ciudad. Cuidó que nadie se enterase de su regreso, aunque la larga barba y su aspecto de completo abandono favorecieron la tarea.

 

 

La pobre respiraba cada vez con más dificultad, cada exhalación iba acompañada de un gemido de dolor. Hacia unas diez horas que estaba inconsciente y se veía claramente que el final estaba cerca. El hombre había previsto todo. Se levantó con dificultad y buscó una maleta marrón ubicada bajo una destartalada mesa de plástico. Sacó un pequeño frasco con una etiqueta escrita en manuscrito que decía “ARSENICO” y tenía la típica calavera que simboliza a las substancias venenosas. Vertió el contenido en dos vasos por igual y volvió con uno de ellos a donde se encontraba el ser moribundo. Lo inclinó con cuidado apoyándolo sobre la lengua de Julieta y se lo hizo tragar a la fuerza. Inmediatamente se bebió de un solo sorbo lo que quedaba y se tendió a la vera de su amada mientras la abrazaba con una dulzura infinita. Las primeras sombras del atardecer los envolvieron al mismo tiempo que se los llevaban las parcas.

 

 

LOS ANDES   martes 25 de febrero

                                               Extraño suceso en Villa la Milagrosa

 

Ayer lunes en horas de la Mañana, fue encontrado un cadáver en una precaria construcción de la cuadra 8 sección 25 de la mencionada Villa. El individuo, sexo masculino y aproximadamente 60 años de edad murió presumiblemente debido a la ingesta de veneno. Se encontró un frasco con restos de arsénico tirado a los pies de la cama. Aun no se ha podido identificar al occiso pero todo indica que se está en presencia de un claro caso de suicidio. Lo extraño del episodio radica en que el hombre murió abrazado a una vieja perra a la que aparentemente habría envenenado.

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