
W.G.G
Pedro
entreabrió la puerta que daba a la calle alrededor de las seis de la alborada,
como lo hacía siempre, y asomó la mitad del torso al exterior. Clareaba en
Paraná el segundo lunes de noviembre, una tenue luz re-coloreaba las casitas
sobre Francisco Soler y Vucetich. El aguachento cielo, sumado a una leve pero
fresca brisa, aconsejaba el uso del camperón impermeable para cubrir el saco de
la oficina.
Su primera acción tras ingresar
fue prender la radio que estaba sobre la heladera. Un escalofrió acompañado por
un bufido lo obligó a acercarse a la hornalla encendida donde se calentaba el
agua para el mate. Después de tomar un par de amargos que chupó con fruición,
provocando ese ruido que tanto le agradaba, se pegó al espejo del baño
iniciando el ritual de todas las mañanas. Quince minutos de exhaustiva
afeitada, depilada entre las cejas y ataque a los pelos de la nariz y las
orejas con la pincita.