W.G.G
Pedro
entreabrió la puerta que daba a la calle alrededor de las seis de la alborada,
como lo hacía siempre, y asomó la mitad del torso al exterior. Clareaba en
Paraná el segundo lunes de noviembre, una tenue luz re-coloreaba las casitas
sobre Francisco Soler y Vucetich. El aguachento cielo, sumado a una leve pero
fresca brisa, aconsejaba el uso del camperón impermeable para cubrir el saco de
la oficina.
Su primera acción tras ingresar
fue prender la radio que estaba sobre la heladera. Un escalofrió acompañado por
un bufido lo obligó a acercarse a la hornalla encendida donde se calentaba el
agua para el mate. Después de tomar un par de amargos que chupó con fruición,
provocando ese ruido que tanto le agradaba, se pegó al espejo del baño
iniciando el ritual de todas las mañanas. Quince minutos de exhaustiva
afeitada, depilada entre las cejas y ataque a los pelos de la nariz y las
orejas con la pincita.
Efectuó unas pocas elongaciones
para aflojar los músculos y crickeó sus dedos en una infaltable rutina de los
últimos veintiún años. Tras sacar los panes de la tostadora, elevó el volumen
de la radio. Comenzaba el programa de Longobardi y los chistes de Rolo le
insuflaban el soporte anímico necesario para enfrentar la jornada. Entre
bocado, risa y mate, Pedro se fue vistiendo y una vez puesto el traje, repasó
obsesivamente el pantalón y el saco con el cepillo herencia de su vieja.
Alimentó al gato y revisó cerraduras, luz y gas.
Al pisar la vereda, a las siete menos veinte en
punto como era su costumbre, saludó con una leve inclinación de cabeza a doña
Julia que ya baldeaba la vereda de la pensión de esquina. Las dos cuadras hasta
la parada de Ramírez las realizó tarareando un tema de Sabina. Apuró el paso a
cincuenta metros de llegar, cuando los primeros gotones rodaron por su calva.
El perro de la rotisería del tano le ladró por milésima vez y por vez milésima
se sobresaltó. Comentaron con el quiosquero sobre el clima de mierda y el
partido que Patronato había jugado el domingo. La plática siempre era corta y
no salía de esos dos temas.
—¡Este año ascendemos Beto, hay que tener fe!
—exclamó mientras se encaramaba al bondi número ocho que enfilaba para Andres
Pazo.
Carlitos, el colectivero, le dijo algo sobre el
temporal que se avecinaba, preguntándole la razón por la que no traía
paraguas.
—No pensé que iba a ser tan brava la cosa, quizá
cuando salga ya no llueva más.
Se sentó en la fila del fondo, como todos los días
y estudió los rostros de los pasajeros, las mismas anónimas caras que lo venían
acompañando desde hacía tanto tiempo. Unos dormían, otros bostezaban, algunos
esgrimían una tibia conversación. Esa cotidianeidad, ese saberse seguro,
arrullaban a Pedro. La respiración, el murmullo, los olores de treinta y pico
de almas eran ya parte de su ser.
En la esquina de la Normal se observaba escaso
movimiento, solo algunos empleados públicos, bancarios, o madrugadores docentes
y alumnos se guarecían de la lluvia bajo los aleros. Al cruzar la peatonal, el
cielo se había terminado de desfondar, diluviaba y el viento creciente
estremecía arboles autos y edificios. Pedro sopesaba el lugar donde se bajaría.
Las oficinas quedaban en 25 de junio, entre las dos paradas. Siempre
descendía en la anterior, pese a que le quedaba unos pocos metros más alejada,
pues le gustaba detenerse unos segundos a chismear la vidriera de la librería
del Ateneo sobre Buenos Aires. Esta vez prefirió seguir.
Al pasar frente al edificio donde trabajaba vio a
Marcos, Julia y Aldo ingresando al edificio, tenía un desafío al paddle para la
tardecita con esté último, pero era difícil que el clima se los permitiera. Era
la hora siete menos cinco cuando bajó del ocho. Carlitos le prestó un paraguas
mientras le decía:
—Me lo devolvés mañana, tengo otro acá, es un
infierno allá afuera.
Trotó con cuidado por la resbalosa vereda
inclinando hacia el frente el paraguas para que no se lo desbaratara el
viento. Dos cuadras y media más allá se escucharon gritos y un puñado de
gente se arremolinó en la esquina en menos de un minuto. A la distancia
parecía como si cerca de la librería un muro se hubiese caído aprisionando a alguien, se
oían angustiosas llamadas de auxilio.
Pedro Heriberto Torres cerró el paraguas, se limpió
los zapatos en el felpudo e ingresó al amplio hall que precedía a las oficinas.
Entornó los parpados con fuerza sin poder
aprisionar el tibio líquido que desbordaban sus ojos, lo único con capacidad de
movimiento en el tullido cuerpo. La misma rutina interminable, el comenzar del ya
lejano lunes y aquellos setenta y cinco minutos calcados una y otra vez. El
despertarse, el afeitarse, los ejercicios, el desayunar mientras se viste,
el cepillado, la radio con el chiste infinitamente escuchado, la comida
para el gato, la ronda final por la casa, doña Julia, el camino a la
parada, Sabina, el perro, el quiosquero, el viaje en colectivo, la tormenta y el hombre atrapado bajo los escombros.
Todo se repite vívidamente en su cabeza cada mañana al despertar, como en
aquel inolvidable lunes de noviembre. Con una única excepción, un detalle que
no concuerda con la realidad y que su mente se niega a duplicar. El de haberse
bajado en la parada anterior, para, pese a la tormenta, ver los nuevos libros del Ateneo… como
siempre.
15 comentarios:
Ernesto Lust:
Hola acabo de leer tu cuento de La eterne rutina de Pedro Heriberto Torres, esta bueno, me gusto mucho...me reia porque parece que compartimos el gusto por la radio...Longobardi por la mañana, Leuco por la tarde...siempre que se pueda, obvio.
Un gran abrazo, y toda la suerte...
Colo
Armando Antonio Amieva
Qué lindo es leerte..Walter....!!! Qué pintura diferente que has hecho de un día COMO TODOS...! Qué bien que pintaste la rutina de un día y cuán informado te mantienes de la forma de vida de los argentinos....!!! Qué orgullo que alguien de nuestra tierra nos haga quedar tan bien en esa lejana tierra del Norte americano....FELICITACIONES....!!
Mirtha Varas
Buenìsimo, Walter, breve e ineteresante como todas tus cosas..
Marcela La Mendocina Alonso
Que bueno!!! hacia rato que no te leiamos por aca, gracias por compartir!!
Eduardo Martinez Carlevaro
Muy bueno Walter, tu forma de narrar no cansa. Saludos.
Blanca Yllanes
Muy bueno
Maria Chuspita
Excelente relato y tan cierto, buenisimooo!!!
Elsa Haydée Salvoni Archilla
Y hoy la lluvia me llega a vivir, con su mùsica intermitente, este magnìfico relato. Gracias Sr Walter Gerardo Greulach
Norma Acuña
Muy buena forma de describir cada paso de ese día que comienza. Felicitaciones.
Gracias mis amigos y lectores por tantos lindos comentararios. Les repito que muchas opinions las traigo de facebook y las posteo aqui...
Palmi Bernal de Gatto · Instituto San Antonio(Gral.Alvear-Mza)
Me encantó.Es el primer cuento tuyo que leo. Adelante... ideas no te faltarán. Cariños
Aldo Rocamora
Me gustó ,pero creo que no hace falta explicar de donde salió
Los de la quinta:
Muy bueno como siempre
José Manuel Boy En la página web "Tus relatos"
Un final digno de Cortázar. Mientras leía pensaba que la rutina estaba siendo desbaratada por el diluvio, a pesar de que ni el narrador ni el protagonista lo advertían. La rutina solo existe cuando se repara en ella, lo que significa que es subjetiva. Me ha gustado, bienvenido a TR y saludos.
Ay, amigo, que bien lo escribiste, que buena narración de lo cotidiano, y resulta muy interesante de leer este cuento, y el final, pues así como los tuyos que nos dejan siempre pensando pensando qué hay más allá, en este caso de Pedro y esa rutina interrumpida sin saberse por qué aquel día en especial. ¿Sería la lluvia la causa de tal imprevisto impensable?
Me encantó, Walter, te agradezco siempre estos momentos junto a tus cuentos, y tu imaginación.
Todos somos rutinarios en mayor o menor medida, :)
Me alegra que te gustara el poema acuático, y tanto como para que lo subieras a tu face, gracias por tan bonito detalle con mis versucos, y el caso es que como no estoy registrada en ese lugar pues después de buscarte y encontrarte por allá lo más que pude ver fue la foto, imagino de ti y tu familia, y paremos de contar. Esto de las redes sociales no me acaba de convencer y me sigo negando, de momento, a asomarme allí. Se puede vivir sin facebook, lo confirmo.
Abrazos desde España, un beso, mi querido amigo.
m.
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