31/12/10

NOS VA LA VIDA EN ESTO


W.G.G

Avenida Hipódromo, Barrio Jardín, dos días antes del comienzo del invierno. Año 2006.

El hombre llega con pasos vacilantes y se detiene frente a la humilde edificación de ladrillo sin recubrir. Golpea con fuerza la puerta de lata, ignorando al negro timbre que se destaca a su derecha. En los instantes previos al giro del picaporte, su mente se ve impactada por un torbellino de recuerdos. El gran amor de su vida, la razón de su existir, está por aparecer frente a sus ojos. Cuatro mil noches, cuatro mil días soñando este momento.

—¿Vos? —

Sorpresa, miedo e incertidumbre transmutados en fingida alegría modelan el rostro de la mujer. Frente a ella, con su repulsiva cara desgastada por el tiempo - pero con la inquietante y perturbadora mirada de siempre- se encuentra Rodrigo, el primer hombre de su vida.

—Esperaba un recibimiento mas efusivo —le recrimina, amagando una caricia que es hábilmente esquivada por ella.— Diez años de espera valen por lo menos una sonrisa, ¿no?

Diana cierra rápidamente la puerta para que su novio que los mira curioso desde adentro no sea visto por el visitante. Tendría que inventar un primo lejano para justificarse y sonaría poco creíble. Se mueve lejos del ángulo de visión de la ventana. Disimuladamente le hace una seña a Guillermo -que ahora se asoma- para que no salga y se quede tranquilo. Piensa que sería terrible si Rodrigo se entera que él está allí.

—Mi amor no sabes lo contenta que me pone verte libre — miente Diana, coronando la frase con un beso en la mejilla que le produce la inevitable repulsión de siempre.

—Discúlpame que no te avisé de mi liberación, fue algo sorpresivo. El jueves llegó el abogado y me dijo que me soltaban un mes antes de lo pensado. Te podes imaginar mi alegría, estoy loco por conocer a nuestra hija. Nunca la llevaste a la cárcel en las dos únicas veces que me visitaste.

—Creo que ya hablamos de ello, ¿no?, Becca hubiera sufrido muchísimo si te veía encerrado — “Mentira, pensó, si ni siquiera sabe que existís perro”.

Ella se había encargado de ocultarle la porquería de padre que tenia.

—Ahora podremos estar los tres juntos mi vida — dijo—. “Antes muerta desgraciado,” musitó para sus adentros.

—¿Puedo pasar mi cielo? —exclama, mientras mira a una niñita que graciosamente saluda a Diana desde la vereda montada en una bicicleta—. ¿Es ella? —pregunta esperanzado.

—No, es una vecinita, Becca está en casa de su tía pasando el fin de semana. Vuelve mañana por la tarde —le dice y casi se le escapa el gracias a Dios.

—¿Puedo pasar? —repite, y sus ansiosos ojos se posan en los turgentes senos de la joven. “Cada día están más hermosos”, piensa y se le hace agua la boca.

La mente de ella funciona a mil tratando de elaborar la excusa perfecta.

—Está papá en casa — miente—. Sabes que nunca le caíste bien y lo que menos quiero ahora es una pelea.

—¡Viejo necio —murmura por lo bajo—. Siempre jodiendome la existencia. Necesitamos hablar con urgencia —insiste el hombre, pensando que lo que menos quiere en esos momentos es hablar, la proximidad de esa mujer a la cual desea con locura le electrifica el cuerpo entero y tiene que contenerse para no abrazarla y poseerla en ese preciso momento.

—Mañana mi vida, mañana —lo contiene desesperadamente.

En los últimos años había evitado todo tipo de contacto sexual con él. A través de excusas logró visitarlo solamente dos veces y si había mantenido el contacto, era porque la bestia vivía amenazándola con lastimar a Becca, la luz de su vida.

—A la mañana papá estará trabajando y la nena no la traen hasta pasado el mediodía, seré toda tuya, mi cielo —. El asco inundó sus poros una vez más.

En la casa Guillermo mueve la cortina y acerca su rostro al vidrio, solo alcanza a divisar las dos siluetas en la esquina de la casa. Los celos como filosos estiletes perforan sus sentidos. Se contiene para no salir a averiguar quién es ese hombre que habla tan cariñosamente con Diana. Afuera la joven presiente la agitación de su novio, temiendo un fatal encontronazo agarra al ex convicto y lo arrastra hacia la calle.

—No quiero que papá te vea, espérame enfrente del almacén que en quince minutos voy y seguimos hablando, un beso te quiero —le dice.

En su atormentada mente comienza a repasar el plan para el cual dispone solo de unas cuantas horas. Un plan para vengarse de ese ser inmundo, sacarlo de su vida para siempre y salir de la miseria en la que vive. Ha llegado el momento. Al fin y al cabo esperó con tanto o más anhelo que él este reencuentro.


El cartero la saluda desde la vereda de enfrente, ensimismada en sus pensamientos ella ni lo ve. Entra corriendo a la casa. Una fresca brisa con olor a lluvia anuncia tormenta. Entre gritos y risas un grupo de niños empieza un picadito de fútbol en el baldío de la esquina.

Su novio la espera con las dos manos apoyadas en la mesada de la cocina. En ese instante es más curiosidad que furia lo que lo domina, intenta parecer enojado.

—¿Quién era ese con el que charlabas tan amigablemente? —le dice, remarcando la última palabra para darle un tono irónico a la frase.

—Rodrigo el papá de Becca, lo largaron antes de lo estipulado, me agarró totalmente de sorpresa. No estaba preparada para ver a ese hijo de puta libre de nuevo —acota con la desesperación dibujada en el rostro.

—Tenemos que irnos ya mismo, no quiero que veas a ese degenerado ni un segundo mas — exclama Guillermo—. La buscamos a Becca y nos vamos bien lejos mañana al amanecer.

—Demasiado tarde mi amor, ahora el me vigila y a cualquier lugar que fuésemos nos encontraría. Si se entera que lo he engañado contigo estos últimos dos años, te mata a ti primero y después me muele a palos. Te dije bien claro el peligro que corríamos al empezar esta relación, pero tu terquedad nos trajo hasta aquí —dijo y se acercó para darle un abrazo y un beso en la boca.

—Terquedad no...amor. Sabes que sos mi vida y que haría cualquier cosa por ustedes dos. Bueno, tenemos que planear muy bien lo que vamos a hacer.


Guillermo era consciente que se encontraba ante una encrucijada bien jodida. A su manera de ver tenía solo tres opciones; La primera y más rápida, desaparecer para siempre de la vida de Diana. Más allá del loco amor que sentía por ella, el solo imaginarse a ese monstruo abusando de ella y maltratando a Becca, lo descomponía. La segunda alternativa era lograr que metieran preso a Rodrigo nuevamente, lo cual era jugar con fuego pues era un criminal peligrosísimo. La tercera vía -elucubrada en cien noches de insomnio- era el asesinato. “¿Matar a alguien?” se preguntó, si de niño había devuelto un rifle de aire comprimido regalo de su padrino, porque no era capaz de matar ni a un pajarito. En síntesis, la del medio era la única opción viable. Diana le había comentado alguna vez sobre una estrategia para lograrlo. Debían ser sumamente meticulosos y repensar cada movimiento.

Le vino a la memoria el momento en el cual ella le narró su trágica historia. Llevaban tres meses de novios y había ido a buscarla al término de su trabajo. Ante su insistencia, la joven comenzó a sincerarse. A la distancia, aun hoy se asombraba de la valentía que tuvo para continuar con aquella relación tras tal macabro relato.

Rodrigo era catorce años mayor que ella, vivían en el mismo barrio. Una tarde en que Diana recién llegaba del colegio, estando sola en su casa, entró por una ventana. La violó salvajemente, amenazándola con que si contaba algo, lo mataba de un solo tiro a su papá. Con ese mismo chantaje la mantuvo como su novia “oficial” durante los dos años que siguieron hasta su encarcelamiento. Época de terribles vejaciones que marcaron la mente de ella para siempre, alimentando un miedo y odio inconmensurables hacia aquel cretino. Para colmo de cinismos el destino se había encargado de dejarle un recuerdo permanente de aquellos días. Una bella niña llamada Becca había nacido tres meses después que se lo llevaran.

En abril de aquel fatídico año mató de tres tiros a un pobre infeliz. Supuestamente estaba cortejando a su novia. Sergio trabajaba con Diana en la universidad y era su gran amigo y confidente desde la época de la escuela primaria. Esa muerte sumergió a la joven en el más terrible de los abismos. El suicidio sobrevoló más de una vez tentador por su mente. La semilla que germinaba en sus entrañas apaciguó aquella idea radical. La aparición de Guillermo significó un pequeño remanso en un mar de borrascas incontenibles.


—¿Qué carajo hacemos ahora? —preguntó, sabiendo que ella ya tenía hace tiempo la respuesta.

—Tranqui Guillo, tenemos que actuar con mucho cuidado —y remató con una frase lapidaria— nos va la vida en esto.

—¿Lo del robo? — inquirió el muchacho.

—Aha. Días antes de matar a Sergio, entró en una casa por Salto de las Rosas y robó una cuantiosa fortuna. Cuando salía se cruzó con la dueña que llegaba y la ultimó de un tiro en el pecho. Era de noche y nadie lo vio, todo le salió perfecto. Nunca me animé a denunciarlo, no tenía pruebas. Seguro que hoy volverá a buscar su botín. Tenemos que estar pendientes y mandarle la policía para agarrarlo con las manos en la masa. Seguilo a sol y sombra. Cuando esté en el sitio preciso, llamame al celular. Estaré en la comisaría esperando. Tené mucho cuidado mi amor, me muero si algo te pasa —. En su hermoso rostro se dibujo una mueca de satisfacción cuando agregó: —Le meterán por lo menos veinte años más al bastardo.


Atardece, una explosión de matices oscuros mitigan los últimos azules del firmamento. Seis o siete palomas buscan cobijo en el derruido entretecho de un galpón. Diana cruza la calle, una gota de transpiración surca su sien derecha.

—¡Tiempo que no se veía un junio tan frió en Córdoba! — susurra y sin embargo es calor lo que siente.

Esta todavía aturdida por el encuentro con su ex. Debe serenarse, respirar profundo, superar el miedo, el terror que le inspira aquel hombre. Actuar como lo ha ideado desde hace tiempo. Inducirlo a que vaya ahora a buscar su trofeo.

—No tengo tiempo, tiene que ser si o si esta noche — murmura.

Sabe que mañana el posara sus garras nuevamente sobre ella y el pánico la inmovilizara, para siempre. En la esquina del portugués apoyado serenamente contra el palo de la luz Rodrigo la espera fumando, como no podía ser de otra manera, uno de sus apestosos parisién.


Se vistió de negro, calándose profundamente una gorra de lana marrón. Buscó el celular que estaba en la mesita de luz. Al pasar por el living se le estrujó el corazón. Una foto del verano pasado en la que se encontraba junto a Becca y Diana lo llenó de ansiedad..

Cerró la puerta y escondió la llave en la maseta del helecho. Murri, el gato del vecino, se restregó contra su pierna implorándole caricias con su suave ronroneo.

—Hoy no michi — dijo en un susurro mientras lo apartaba con su pierna izquierda.

Notó que había empezado a llover y se alegró de tener puesto la campera impermeable. Salió a la noche que recién nacía y le pareció más fría y oscura que nunca.

—¿Qué mierda estoy haciendo? — dijo, consciente de su imbecilidad.


Hacia menos de dos años era un promisorio estudiante de medicina, la vida lo trataba bien, tenía una noviecita y un auto. Vivía con sus padres que lo mantenían. Todo normal, hasta que un día apareció ella...
Trabajaba en el departamento de limpieza de la universidad. Una tarde de mayo barría las hojas que el otoño tercamente se encargaba de tirar sobre el sendero. Soplaba una fuerte brisa y se veía claramente que estaba perdiendo la batalla. Guillermo la observaba extasiado, parado como un poseso junto a la fotocopiadora. Había algo en la joven que lo perturbaba. No era su extraña belleza ni su voluptuoso cuerpo que se insinuaba tras esas ropas holgadas. Era algo más, algo profundo e instintivo que lo atraía; como un sentimiento de piedad. Cada uno de sus gestos, su mirada, la forma en que luchaba para meter las hojas con una inestable palita en la bolsa de basura. Toda la escena simbolizando una sola palabra: sufrimiento, martirio, impotencia. Algo que solo él podía apreciar, pues la gente pasaba impávida sin prestarle a esa mujer la mas mínima atención. Siempre maldeciría el momento aquel en que se acercó a darle una mano y quedó atado a ella para siempre.


Mientras los observaba desde la otra esquina, escondido tras la caseta del colectivo, no dejaba de sorprenderle la aparente intimidad que envolvía a aquella pareja. Era consciente del cariño que Diana le tenía y del odio que profesaba al ex convicto. Aun así no podía reprimir sus celos. Como la había hecho sufrir ese cretino. No soportaba verla al lado de tan despreciable criatura.

—¡Que se vaya pronto !—rogó y su corazón dio un vuelco cuando Rodrigo se despidió de su novia dándole un baboso beso en la boca. Intentó tocarle una nalga mientras se retiraba, pero Diana presintió el movimiento y lo eludió con mucha sutileza diciéndole: —mañana mi amor, mañana.

—¡Degenerado, hijo de puta! — insultó Guillermo en un tono más fuerte de lo que la cautela exigía, aunque en lo que realmente estaba pensando era lo excelente actriz que había resultado la joven.

Lo vio alejarse rumbo a la ciudad universitaria, a cuadra y media empezó a seguirlo. La llovizna no muy fuerte pero persistente, sumada a algunas luces rotas y los árboles desnudos, dibujaban en la mente del muchacho un tétrico panorama.

“Si la adrenalina oliese ya me hubiera descubierto hace rato”, pensó mientras miraba las curiosas figuras que el aceite y el agua garabateaban sobre el asfalto.

Cuando Rodrigo cruzó las vías y se adentro en el campus, su perseguidor lo seguía camuflado entre un grupo de estudiantes. Los escuchó hablar de la clase de esa noche y anheló ser uno de ellos, no ese estúpido enamorado que estaba realizando el acto más sin sentido de su vida. Se detuvo un momento al quedar al descubierto. Los jóvenes doblaban hacia Filosofía y Letras y su objetivo seguía derecho.

“En la zona de la facultad de economía hay menos edificios y mas lugares solitarios como para esconder lo robado”, pensó Guillermo.

A los cinco minutos descubrió que estaba equivocado. Pasaron sin detenerse y él se rezagó para unirse a un grupo que seguramente iba a la escuela de ciencias de la información. Recordó las lindas peñas que organizaba ese centro de estudiantes, guitarra, vino tinto y empanadas. Una vez más le dieron ganas de desaparecer para siempre de la vida de su adorada obsesión. Se insultó a sí mismo por su cobardía...o valentía. No tenía un adjetivo para encuadrar esta insensata acción. Al rato lo asaltó una duda. ¿Iría ahora a buscar aquello o se estaba dirigiendo al centro para hacer otra diligencia? Se imaginó que en unos minutos más podría terminar la persecución. Quizá Diana no lo había convencido, o lo atropellaba un auto, o lo partía un rayo, o lo destrozaba una jauría de perros vagabundos. En estas esperanzadas cavilaciones andaba cuando se percató que ahora se encontraban los dos solos. Había entrado en una cortada abandonada que desemboca en Hipólito Irigoyen. Iba cantando alegremente un clásico de la mona Jiménez. El viento le acercaba nítidamente la voz de aquel engendro.

—¡Vaya que está feliz el cabrón! — maldijo el joven—. Seguro que se está relamiendo por la mañanita prometida.

La idea le dio coraje y apuró sus pasos. Lo espiaría toda la noche si hacía falta. Estaba confiado, Rodrigo no había mirado para atrás ni una vez desde que salieron de lo del portugués.

La luna luchaba por liberarse de las incomodas nubes mientras algún que otro murciélago cortaba el firmamento. El hombre disminuyó su marcha y se hizo a un costado del atajo, adentrándose en el parque Sarmiento. A unos setenta metros una sombra se deslizó tras un gran eucalipto. El ex presidiario miró a ambos lados. Se arrodilló frente a un viejo columpio en desuso a la vez que palpaba su axila. Con la mano derecha apartó las hojas que cubrían la base del poste de la hamaca.

Con extremada cautela Guillermo marcaba un numero, rogando que el homicida se tomara su tiempo, necesitaba al menos unos diez minutos para que llegaran los uniformados. Sabía que la seccional cuarta estaba a la salida del parque.

—Hola mi amor —dijo en un hilo de voz—. Ya lo tengo, te doy la posición exacta, llama a la policía de una vez —agregó y le pasó la información.

Apagó el aparato y miró a Rodrigo que en ese momento sacaba una pequeña pala de jardín del bolsillo izquierdo de su impermeable.

“No te apures por favor”, rogó el espía, sorprendiéndose al oír sonar otro teléfono. Nunca se imaginó que a unas horas de salir de prisión el mal nacido aquel ya tuviera un celular. Escuchó que al final de la conversación decía: —gracias, no te preocupes, esto lo arreglo rapidito, ahora mismo.

El espanto lo congeló al observar que la bestia miraba para todos lados, como buscando algo o alguien. Pensó en huir pero estaba literalmente paralizado. De algún modo lo había localizado y ahora se acercaba rápidamente hacia su escondite.

Guillermo supo que transcurrían los últimos segundos de su vida. Tenía enfrente el nauseabundo rostro de la muerte. Sintió el rodillazo de Rodrigo reventándole los testículos y pensó cuanto se le parecía Becca. Cayó doblado en dos. Abrió desmesuradamente los ojos como queriendo despertarse y encontrar solo las paredes acogedoras de su cuarto. Levantarse para desayunar y -antes de irse a la facu- despedir con un beso a sus padres. Un clic lo devolvió al presente. Un ardor le quemó la frente y antes de la oscuridad creyó oír las sirenas de los patrulleros.


Amanecía, la llovizna perlaba los cristales de la casucha del barrio jardín. La muchacha ponía a calentar el agua y sacaba del mate la yerba del día anterior. Aquella mañana hizo algo a lo que no estaba acostumbrada, tomar una ducha al levantarse. Se sentía sucia, pero era una suciedad interior, mental.

—Pasara en unos días —se dijo.

Al fin y al cabo había obrado de la mejor manera, asegurando el futuro de su hija. Todo había salido a la perfección, mejor de lo que hubiera pensado.

Empezó a saborear la idea el mismo día que conoció al pobre Guillermo. La verdad es que con el tiempo llegó a quererlo, aunque siempre tuvo presente que sería la carnada. Veía con claridad cuál era su función en esta historia.

—¡Una verdadera pena! —musitó— Era un buen tipo.

A medida que se acercaba la fecha de la liberación del monstruo, fue elaborando meticulosamente la estrategia que terminaría sepultando a su ex marido de por vida en una cárcel. Se encargó de meter cizaña entre los dos. Llegaron a odiarse a muerte aun sin conocerse. Ella periódicamente les declaraba su amor eterno a ambos por igual. Como una excelsa hojalatera, fue diseñando el embudo por el que terminarían confluyendo las dos víctimas en el escenario final.

Sabía que un paso en falso sería fatal. Más de una vez en sueños se vio acuchillada, muriendo en lenta agonía ante los ojos de Rodrigo. Su duda radicaba en no saber si la policía llegaría en el momento preciso para evitar que el asesino escapase con el botín.

En cinco o seis meses terminaría el juicio en el cual ella era testigo principal. Luego partirían hacia Aruba, tenía unos conocidos en aquella hermosa antilla holandesa. Se imaginaba pasando el resto de su vida en un paraíso.

Puso el agua en el termo, dejándolo abierto para que se enfriara un poco. Se subió a una silla y buscó una caja que estaba en la alacena arriba de la cocina. Observó el fajo de billetes de cien dólares y los volvió a contar, como anoche cuando regresó del parque, el total era: catorce mil quinientos. Si le sumaba los brillantes y el oro seguro que tenía una linda fortuna. Pensó que Guillermo estaría contento de saber que la vida de la persona que el más quería en el mundo -como no se cansaba de repetirlo- se había arreglado para siempre.

Guardó la caja y se cebó el primer mate. Un sentimiento infinito de soledad la invadió y mordió la bombilla como para tratar de ahuyentarlo.

—Pasara en unos días —se dijo mientras comenzaba a escribir un recordatorio en un papel magnético que iría a pegar luego en la heladera...

COMPRAR CORONA DE FLORES PARA EL ENTIERRO DE GUILLERMO,

LLAMAR A LA CARCEL Y TRATAR DE HABLAR CON RODRIGO POR SI NECESITA ALGO.

4 comentarios:

Mastropiero dijo...

Ya lo habia leido en tu primer libro, pero ahora lo encontré mejor.
Flor de hija de puta la mujercita.
Un abrazo Walter...

Daniela E. dijo...

"Como una excelsa hojalatera, fue diseñando el embudo por el que terminarían confluyendo las dos víctimas en el escenario final."
Esa frase sintetiza todo.
Una historia atrapante, del principio al final.

Walter G. Greulach dijo...

A partir de hoy incorporo a mis portadas los trabajos de mi hermana Ceci, espero los disfruten.

Un abrazo y solo me resta contarles que el segundo libro va viento en popa. Con suerte estara saliendo en abril...

Anónimo dijo...

Me gusto mucho su relato señor. Estudio cine en Miami y sus historias son muy visuales.
Me interesaria en un futuro hacer algo en conjunto con usted.

Nos mantenemos en toque.(via email)

Jorge Rubirrosa