19/8/11

II UN MONSTRUO LLAMADO SHEIKRA



W.G.G

El agua me acompañó todo el trayecto entre Naples y Sarasota, en algunos tramos la cortina de lluvia era tan espesa que a duras penas observaba las luces del auto de adelante. Marchábamos casi a paso de hombre, me insumió cuatro horas una distancia que tendría que haber recorrido en apenas hora y media. Ahora me encuentro cruzando los puentes a la vera de St. Petersburg, el cielo luce increíblemente celeste. Al fondo de la bahía se puede apreciar el down town, resisto la tentación de entrar a curiosear y apreto el acelerador.

La proposición del brasilero me calló como anillo al dedo. En un momento hasta pensé en regresarme a Argentina, pero allá tampoco tengo a nadie. Mis padres fallecieron el invierno pasado y mis hermanos tienen demasiados problemas como para sumarles la presencia de un traumado más.

—El gordo García siempre anda buscando trabajadores, es argentino y tiene tres restaurantes en New Orleans y dos en New York. Seguro que algo te consigue, es muy amigo mío —me dijo Octavio, mi sicólogo, días antes de semana santa.




En unos veinte minutos estaré entrando en Tampa, reservé un cuarto por una noche en el hotel Wingate que queda pegadito a la ruta. Es lindo y barato, tiene el desayuno incluido y un bosquecito en la parte de atrás.

Hago el checkin, me baño y salgo dispuesto a comer algo y pasear por la ciudad, aunque hay un lugar especial que me atrae, me seduce y a la vez me mortifica. Es además la verdadera razón por la cual elegí dormir en Tampa. Es algo que está ligado íntimamente con el nuevo futuro que estoy buscando. Un desafío que presiento, de ser superado, se transformará en el percutor de lo bueno por venir. De alguna ilógica forma creo en ello y lo veo como algo insoslayable en mi camino a New Orleans. A quince minutos de aquí esta esa prueba, la chance de superar un trauma que de alguna forma está ligado a la desaparición de Carina… Un terror inmovilizador a las montañas rusas.

Faltan quince minutos para las cuatro, acabo de comerme unos exquisitos canelones en Carrabas y estoy en un cruce de avenidas esperando que cambie el semáforo. Un cartel me indica que doble a la derecha si quiero llegar a Bush Gardens, uno de los principales parques temáticos de rollers coaster en el mundo.

En mis sueños recurrentes, especialmente en los años posteriores a su desaparición, la observaba alejándose de mi en una montaña rusa. Tenia solo un par de segundos para ver si la seguía. Siempre el mismo final, siempre el pavor al riesgo, a la toma de decisiones. Entonces, inmóvil a la vera del riel, con mis acuosos ojos seguía la cabellera que, flameando al viento, se perdía velozmente. Me despertaba ahogado en el sabor ocre de la cobardía, con el cuerpo zarandeado por espasmos incontrolables. La montaña se repetía en todas las pesadillas, era una que ascendía como cien metros para caer en picada de noventa grados rematada por una serie de tirabuzones y al final otra gran subida con zambullida a plomo sobre un estanque de agua.
Fue en un documental del canal Discovery donde la vi por primera vez. Trataba sobre las diez roller coaster mas terroríficas del planeta. Se llama Sheikra y esta a solo un kilómetro de distancia.


El estacionamiento del parque es enorme, para miles de autos. Me ubico en el sector E y temeroso de no poder localizar el auto cuando salga, estudio con atención los alrededores, ya me he perdido en otros lugares. Un guardia de seguridad me observa curioso desde lo alto de una torre situada a mi derecha. Al final, ya un poco mas confiado, me encamino a la parada del trencito que me llevará a la entrada principal. ¡Que cantidad de gente por todos lados!

Ni la humedad, ni la bulla, ni el olor a hot dog de un puesto aquí al lado acceden a mis sentidos. Estoy prácticamente frisado, en un banquito bajo un monstruo llamado Sheikra, al costado del poso de agua, donde cada tanto pasa un carro salpicando a Dios y medio mundo. Con las pupilas pegadas al punto mas alto del recorrido, allí donde comienza el abismo. Allí donde decenas de ojos se abren exageradamente, donde el pavor distorsiona los rostros, donde las respiraciones se cortan y los masoquistas esperan colgados por unos segundos, que se desbloquee el freno y exploten sus angustias en el éxtasis del puro vértigo.


Pasan minutos…¿o son horas? Y no me muevo.. ¿Qué carajos hago acá? Extraño mi piecita de Miami, mis partidos por la tele, mi vida chata e insulsa. ¿Qué necesidad tengo de forzar las cosas al limite? ¿Qué gano con subirme a la mierda esa? Soy un solitario y qué? No tengo que probar nada a nadie, estoy perfecto así. La frase final la digo en una voz mas alta de lo aconsejable despertando la atención del vendedor de panchos. Me levanto con paso decidido, aspiro con fuerza, miro la salida, el sur, Miami y me encamino hacia las escaleras de Sheikra.







—Ustedes no se imaginan lo genial que es esta montaña rusa, parece como si se te termina el mundo, sentis como si el corazon te va a salir por la boca —dice la exitada adolescente tratando de asustar a sus padres que marchan detrás.

Apreto con fuerza las muelas tratando de cerrar así mis oídos, pero es imposible, sus palabras siguen fluyendo y el único amedrentado parezco ser yo. La joven simula ahora con su mano la caída violenta del carro y larga una risita histérica. El ademán acelera mis latidos, siento como que algo se vuelca en el torax. Me retrazo un poco para alejarme de la viciosa aquella y me confundo con un grupo de muchachas argentinas, de esas que vienen a celebrar los quince a Florida. Alzo la vista buscando algo que me distraiga, aunque solo consigo enfocarla en los apocalípticos carteles que indican precaución. NO SUBA SI TIENE PROBLEMAS DE CORAZON, SI SUFRE DE VERTIGO O DE ALTA PRESION, SI TIENE PROBLEMAS EN LAS VERTEBRAS, ESPALDA O CINTURA, SI ES MUY OBESO O MUY PETISO O ESTA EMBARAZADA O ETC, ETC, ETC. Si no fuese porque la marea humana me arrastra y luce faraónica la tarea de bajar las escaleras en contramano, pegaría la vuelta y saldría rajando a los gritos de aquí.

Sesenta y dos terribles minutos me insume llegar al principio del trayecto. Luego de la última curva descubro el molinete final y mas allá, la abominable Sheikra. Cada vehículo tiene ocho asientos, como de aerosilla, las piernas quedan colgando y te ponen un pechero que te sujeta dejándote casi acogotado. Por si no fuera suficiente tenés que ajustarte también un cinturón que te pasa por la cintura y por entre los muslos.

No me incomodan tanto las caras de expectativa mezcladas con pánico de los que están por salir, como la de desolación de algunos de los que llegan. ¿Qué gusto puede sentir el ser humano al someterse a este tipo de sufrimientos innecesarios? me pregunto a la vez que dejo en un pequeño casillero los lentes y la ojotas y me dispongo a montarme al monstruo.

Cae pesado el arnés, haciendo un ruido seco al trabarse. Mis manos están agarrotadas sobre dos manubrios de metal situados a los costados de mi pecho. Las tres hileras del carro se van llenando, circula un silencio espeso, únicamente se escuchan los suspiros de los que arriban y el cuchicheo de los que esperan en la línea. Estoy congelado, el tipo que controla me hace señas para que me prenda el cinturón y ante mi falta de reacción, se acerca y me lo coloca él.

¡Y allá vamos!…


Imposible describir la angustia que me domina. Ascendemos lentamente sshhhhzz, es un ruido que exaspera sshhhhzz, tan molesto como cuando alguien raya el pizarrón con un vidrio. Todos serios, la mayoría con los ojos cerrados, callados, unos pocos mirando el cielo o el piso. Solo sonríe la lunática adolescente (no la veo pero la imagino). El paisaje tendría que lucir hermoso desde acá arriba, una vista sublime de todas las atracciones del parque. Sin embargo todo es turbio, gris, tenebroso. Diviso el trencito que recorre el zoológico abierto y pasa bajo las restantes montañas rusas. Hay una que llama mi atención, si es que algún otro sentimiento que no sea el terror puede captarla.
Es espectacular, la veo ahora con claridad. Verde y amarilla, larguísima, los vehículos parecen transportados a mil por hora, con vueltas y contra vueltas que pondrían loco al mismísimo Newton. Los chillidos de la gente terminan de descomponerme el estomago. Debe ser Cheeta, la gran novedad de esta temporada. Es lo que puedo observar para el frente y abajo. A los costados no se lo que habrá, ni puedo saberlo, mi cuello está inmovilizado, contracturado por el estrés, no sede ni un milímetro.

Hemos llegado a la cima, superamos la loma y comienza el descenso.

Se perfectamente el tormento que vendrá, lo he estudiado con detenimiento sentado allá abajo. Centímetro a centímetro, grito a grito… ¡Dios mío me quiero bajar! ¡Que alguien pare esta mierda!

Estamos colgados, perpendiculares a la tierra, mirando los cien metros mas temidos, sufriendo sin sentido, gratis. Cierro los ojos y aspiro todo el aire del mundo y entonces… caigo y de mi garganta escapa un aullido gutural, largo en la u, emparentado con el llanto, vergonzoso podríamos decir.

No quiero pensar mas en Sheikra, lo hice y ya está. Estoy feliz, orgulloso. ¡Trauma superado! Susurro y pienso que la próxima vez, si hay, lo dudo, no será tan complicado. Me sacaron entre dos del carro, por suerte en la caída pude desviar la cabeza para el costado y pienso que mi vomito acanelonado apenas salpico a los de atrás. Por unos minutos, no pude ni pararme, las piernas temblaban cual gelatinas. Creo que mis ojos al terminar el trayecto, estaban en blanco, totalmente dados vuelta. Mientras tomaba agua fresca y me reponía, sentí la risita histérica de la adolescente viciosa y el ruego a sus padres para subir de nuevo a la montaña. ¡Tamaña loca! dije con voz ronca y pastosa.

Camino rumbo al estacionamiento, me siento bien. Nunca creí que me animaría a hacerlo. Es el comienzo de algo distinto, me digo satisfecho y chequeo la hora. Son las siete y el parque recién cierra a las nueve. Pensé en ir a pasear por el zoológico y ver los gorilas y las jirafas, pero llevo algo conmigo que me lo impide.

No fue tan terrible después de todo, afirmo sonriendo mientras me subo al auto y al sentarme siento la pastosa humedad contenida en mis calzoncillos.

http://waltergreulach.blogspot.com/2011/09/recien-envejecido-para-americanos.html

5 comentarios:

Mastropiero dijo...

¡Genial hermano!!!! Un cago de risa el relato este.

Anónimo dijo...

Ojo que te estan robando! http://www.infoalvear.com.ar/chispas-del-ayer/59-wgg/6554-un-monstruo-llamado-sheikra

Walter G. Greulach dijo...

Para nada!! Vivi y JoseMa tienen mi autorizacion para publicar mis relatos en su diario.
Gracias a ellos, la gente de mi alvear querido me lee desde hace ya mas de dos años. No siempre hay que ser tan mal pensado...
Un abrazo y sin rencores a quien sea!!!

Anónimo dijo...

ok, disculpa te avise porque decia que estaba escrito por ellos, pero si vos diste tu autorizacion, no dije nada y retiro lo dicho.
Saludos

Anónimo dijo...

Muy gracioso, a mi me pasó algo parecido.
¡Que julepe mi Diosito!

Julio de Tunuyán