
Quería relajarme, analizar lo sucedido en el
antro del manosanta. Lo recomendable seria no comentarle nada a mi esposa, no
creo que lo entendiera. Nadie debía enterarse de lo acontecido esa mañana.
Apagué el celular, abracé con fuerza el osito de felpa de mi hija, que habia recogido a la pasada y bajé
los parpados. Buscaba proyectar en mi mente una imagen que me trajera paz, que
me ayudase a descansar. Una y otra vez el desagradable rostro de la tarotista
se me aparecía. Abrí los ojos inquieto, justo en el momento que sonaba el teléfono
de casa y un instante después Luciana se aparecía y sorprendida al encontrarme,
exclamaba:
—Ah, llegaste, no te
escuché. Mas tarde me contás que tal te fue en lo del medico. Ahora contesta el
teléfono, te llama una tal Cristina.
—¿Quién es? —me preguntó fingiendo desinterés mientras me entregaba el tubo.
—¿Quién es? —me preguntó fingiendo desinterés mientras me entregaba el tubo.