
W.G.G
I
Es extraño, no
entiendo que me pasa, ni siquiera sé donde estoy. Me siento sucio, pegoteado,
cubierto de una hedionda mezcla de sangre y desinfectante. Para colmo no veo
nada y me cuesta horrores respirar. Siento un puntazo a la altura del ombligo
seguido de un picante ardor. Rebusco en mis recuerdos una imagen final que me
ancle. Es la de la pieza del hospital italiano donde poco tiempo atrás yo, el
siquiatra Enzo Razotti, me hallaba entubado hasta las orejas después de
resucitar de mi quinto infarto y segunda embolia cerebral a los setenta y nueve
años.
Ahora unas garras enormes me
aprisionan (¿o son manos?), me levantan con una facilidad desconcertante.
Siento voces desconocidas, cargadas de ansiedad, de expectación. Debo ser el
centro de atención, pero ¿por qué? y ¿de quiénes?
—Hace frio, ¡que alguien baje el
puto aire o que aunque sea me tapen por favor, no ven que estoy desnudo!
—intento decir pero solo emito un palido quejido.