11/1/15

Soy Sandro… ¿y qué?



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A la negra y la María, las primeras "nenas" que conocí...

El sulky rojo y blanco corría rápidamente por la entalcada calle lindante al hospital. La velocidad le era imprimida por dos chocos sarnosos, encariñados con las ruedas del carruaje.

Reticente a calentarnos, el sol, en complicidad con las nubes, disfrutaba el ignorarnos.

La negra manejaba al Tito, el matungo que Valerio Ríos nos solía prestar. A su lado, la María, Sigrid y yo nos amuchábamos, obligados más por el frío que por el reducido espacio.

Desgastábamos el 69 y para mi mente infantil, ese tour semanal por el pueblo de Jaime Prats, era todo un acontecimiento. Entonces, mi reposada vida transcurría entre la finca de mis padres, sobre la Línea de los Palos y la escuelita rural Río Bamba 453.

Recuerdo el itinerario sabatino, marcado por algunos hechos que lo fijaron en mi cabeza; Pasábamos por el registro civil, un desgastado edificio de adobes y ladrillos. Allí una canosa anciana nos regalaba siempre un puñado de caramelos de eucalipto. Después enfilábamos para el hospital, al costado existía un parquecito con tres hamacas, un tobogán y dos subi-baja. Luego le agregarían una pequeña calesita. Ese era nuestro Disney World.



Más tarde comprábamos algunos comestibles en el almacén de la calle principal y al final rumbeábamos al lugar esperado…El kiosquito de revistas. Bajábamos corriendo a buscar las ya reservadas Patoruzito, Hijitus y el Billiken. Mis tías postizas, unas adorables cholulas de casi veinte años, compraban la Radiolandia y la Antena. A mis padres les llevábamos El Tony, la Intervalo y Siete días, con su inolvidable Mafalda.

Quiero frenar mi descarriado sulky y enfocarme en el objeto de este relato, el cual podrán haber anticipado por el tenor del título y la foto por supuesto.


Al volver a la finca y después del almuerzo, las chicas (así las nombraba mi abuela Ema), se marchaban a su pieza a escuchar el radioteatro y devorarse los chismes de sus artistas, entre los cuales había uno que llamaba mi atención. Era un tal Roberto Sánchez, que a fuerza de escucharlo en el Winco blanco de la escuela (que mi mama se traía prestado los fines de semana), me terminó agradando.

Ellas coleccionaban todos sus discos, con la devoción propia de sus “nenas”. Más de una matiné las acompañamos (Sigrid y yo) al cine Alvear, ¿o era el España?, a ver al gitano de América. Me acuerdo de una película, creo se titulaba Gitano, con Soledad Silveira, en la cual cantaba “La causa de este amor”. No les miento al confesarles que lloré a la par de mis tiastras.

Los años corrieron, las chicas se fueron de la finca a San Rafael, pero su imagen quedó en mi recuerdo invariablemente asociada a Sandro.


Ya en Alvear, de adolescente, a fines de los setenta, cultivé amigos con los cuales “curtíamos” la progresiva nacional, idolatrando a Sui Generis, Almendra, Papo, Pastoral, Pedro y Pablo, luego, en los ochenta, Seru, Virus, Soda, los enanitos, los fabulosos, etc. etc. La palabra Sandro, estaba asociada a lo cursi, lo vulgar, lo ordinario

—¡Sos un Sandro! — se convertía en el peor insulto que podíamos decir. Me sentía Judas, al difamar a alguien usando aquel querido nombre.

Sin embargo, cuando en aquellas noches alvearenses, ya en mi cama, navegaba en el espectro radial, si un tema del "gitano" estaba sonando, se detenía por un momento mi búsqueda y volaba a mi Jaime Prats natal, a sentarme en la falda de mis tiastras una vez más. Sentía un nudo en la garganta, bajaba el volumen y entre impotente y avergonzado lo disfrutaba a pleno.


Con la democracia llegó Córdoba, la universidad y una explosión de libertad. El contestatario rock nacional fue aceptado masivamente, los milicos ya no nos jodian la vida. Tiempos de militancia de izquierda, el Santiago Papillón y el Frente Amplio. León Gieco, Charly, Silvio, Pablo, Santiago Feliú, toda la onda Che Guevara y Nicaragua.

—¿Quién te gusta más? —preguntaba alguna noviecita revolucionaria, entonces me despachaba con toda la trova cubana y terminaba con Viglieti y los Olimareños. ¿Cómo explicarle que en el fondo de mi corazón, sonaban Sandro, Leonardo Favio, Leo Dan y Palito Ortega?


Aruba me acogió en los noventa, quebrado política y económicamente, con la imperiosa necesidad de barajar y dar de nuevo. A la semana de llegar a la hermosa isla caribeña, asistimos con mi esposa Daniela a un restaurant-Bar, a orillas de un mar cristalino. Comíamos un estofado criollo de cabrito cuando lo escuché, no lo podía creer, en un perdido pedazo de tierra y a miles de kilómetros de mi patria, el maestro Sanches  me dedicaba trigal y luego maniquí en una vieja fonola.

En Miami ya no siento necesidad de mentir, de humillarme. Puedo gritar al viento que me gusta Borges, Cortazar, Sábato, Benedetti, que oigo a Rodríguez y a Milanes, a Fito y a Charly, a Serrat y Sabina, pero también que me encanta a rabiar el Gitano y disfruto escuchándolo… ¿Alguien tiene algún problema? Soy Sandro ¿y qué?

“Realmente no estoy tan solo, quién te dijo que te fuiste.

Si uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan,

Y aquí se te extraña tanto…

Realmente no estoy tan solo, quién te dijo que te fuiste.

Si cargaste con el cuerpo pero no con el recuerdo,

Y el recuerdo está conmigo…Tú sigues allí.

Ricardo Arjona


A cinco años de tu muerte, ¡gracias por todo gitano querido!!!


¡Basta de insensatez Dios mío! Por la libertad de expresión como un principio fundamental e inalienable. En honor a los colegas gráficos franceses.

Todos somos Charlie…

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