
W.G.G
Podríamos acotar que aquel pueblito enclavado en el medio de la nada, en el interior profundo de nuestro país, parecía un espejismo enjabonado sobre la ruta, de esos que alucinan al conductor después de kilómetros y kilómetros por las desoladas pampas. Pintoresco, acogedor (por lo menos ante el primer vistazo), poseía algo insanamente artificial cuando se lo apreciaba con más detenimiento.
Arroyito
Azul no debía tener más de setecientos habitantes. Todas sus calles estaban
impecablemente asfaltadas y en los postes de las farolas relucía el bronce artísticamente tallado.
Unas ochocientas casitas, inquietantemente similares y vacías, se apiñaban
sobre la avenida principal y sus ocho cortes transversales, la mayoría lucían
recién arregladas. Una escuela primaria, correo, registro civil, capilla, dos
almacenes y el edificio de la sede municipal alegremente decorado, matizaban el
paisaje urbano. Aunque lo que realmente acaparaba la atención del mas que ocasional
visitante era la fachada del club social y deportivo Patria. Con las puertas
azul marino y el techo de un rojo furioso, ocupaba cuatro cuadras completas en
las se desperdigaban una cancha de futbol con pasto sintético y tribunas para
cinco mil personas, cuatro canchas de bocha, una gran pileta con trampolines a
distinta altura y un polideportivo (rodeado de una pista de atletismo de
tartán) con relucientes baldosas verdes. Un conjunto de redes y tableros permitían
la práctica de casi cualquier actividad atlética.
El caserío se apiñaba al final de un amplio valle, entre el arroyo de las
piedras y los cerros dorados. Transcurrió la mayoría de su historia como un
paradisiaco lugar donde un pueblo feliz vivía del cultivo de tierras bastante fértiles.
Llegó a tener cuatro mil seiscientos pobladores en el censo del noventa. Hace como
veinte años llegaron ELLOS, los compradores de tierra y su suerte quedó hecha
añicos.