2/5/13

Los Cien Mil y Un Universos de Heriberto Andrada




 W.G.G

            Desde chiquito, allá en su Bowen natal, al Tito lo embelesó todo lo que estuviese relacionado con el azar. Con el tiempo llegó a tachar de su vocabulario las palabras Dios y destino, navegando a la deriva por un rio de casualidades que estimulaban el momento en el que debía tomar decisiones cardinales. Como si en cada una estuviese jugando a una ruleta en que todo resultado podía ser viable.

            A tal punto llegó su afición a esta especie de “casualistica” (valga el término aunque no exista) que tras obtener los doctorados en física y matemática en la U.B.A, comenzó el más inquietante de los juegos: el de la bifurcación de su universo personal. Lo desvelaba el saber que habría sucedido si en determinada coyuntura, hubiese enfilado por otra senda.

A diferencia de Sergio Gerchunof, el hombre indeciso de una historia similar pero completamente diferente, al Tito le fascinaba tomar decisiones. Así fue que comenzó a contestarle a una misma persona que sí, que no o que tal vez. Retornaba a su casa desde el trabajo por tres caminos distintos, en auto, a pie y en bicicleta. Adoptaba distintas posiciones políticas para luego estudiar sus consecuencias. Podia ser un adoctrinado integrante de la Cámpora, un adorador incondicional de Lilita Carrió o hasta un apático cultor del no te metas. Trataba de construir varios caminos y mantener esos rumbos paralelos lo más lejos posible. Estos comportamientos veleta, que para Tito eran, en el plano experimental, altamente gratificantes, para la mayoría comenzaban a ser los de un perfecto loco de atar. Al límite mismo de ser encamisado tuvo el clic mental que lo salvó del hospicio.

Al comienzo de la primavera de doceavo año del tercer milenio (nunca supo cómo) pudo separar sus mundos y tras cada coyuntura trascendental, emprender todas las vías posibles. El Tito logró entonces entrar y salir de sus diferentes existencias en el plano de un simple espectador, regodeándose ante tamaña gama de chances.

A los pocos días ya había perdido la noción de cual era su vida base, más poco le importó y comenzó a saltar de una a otra inventando nuevas líneas cuando lo creía conveniente. ¿No era eso acaso lo que había buscado por más de treinta años?, una red interminable de azares.

Ateo de alma, tuvo la certeza de haber hallado al fin la confirmación de la no existencia del ser supremo, de un destino, de la justicia divina. Ese conocimiento lo hizo inmensamente feliz y desgastó los primeros meses del nuevo año henchido de satisfacción y orgullo.

Solo unos pocos días atrás cayó en cuenta que todos sus Titos eran tristes, erró desesperado por sus miles de rutinas buscando vanamente un protagonista alegre, optimista, con ganas de vivir. Buscó mortificado aunque más no fuese el esbozo de una sonrisa. Mucho le dolió deglutir la noción que por más vidas nuevas que crease había una constante que lo llevaba indefectiblemente a un penoso final.

Dicen sus vecinos, familiares y amigos (a mí no me consta), que allá en el distrito del sur mendocino lloró nueve días y diez noches antes de asumir que el destino existía y que le sería imposible sortearlo. Parece ser que el peso de un Dios (omnipresente, vengativo y que no aceptaba ningún tipo de competencia) terminó por enterrarlo.

No me pregunten en cual de sus cien mil y una vidas Heriberto Andrada se pegó un tiro aquella mañana fría de mayo del 2013.

4 comentarios:

Anónimo dijo...


CHARIS.CAVERA

23 mayo, 2013


Impresionante!!! Me ha gustado mucho todo: la historia, el personaje, la narración. Me parece sublime. Felicidades por tan buen texto y mi voto. Un saludo.

Anónimo dijo...


Asunfer

23 mayo, 2013


Estupendo relato, me ha encantado, muy bien llevado el tema tan difícil de narrar. Saludos.

Ío dijo...


Que bueno, Walter, que buen relato y personaje te sacaste de la manga; me gustó mucho, amigo mío.
Pobre Heriberto, creo que dio igual en qué vida se sucedió la bala.
También he leído lo que acontece en Arroyito azul, mucho me temo que les auguras algo no demasiado bueno, para mí que no, no hay más que ver esas máscaras.....
Espero la continuación y mientras tanto te dejo unos abrazos muy grandes.

Ío

Walter G. Greulach dijo...

Gracias Io, un beso...