
Lo que ahora reflejan mis pupilas al alzar los párpados esta madrugada es un par de nalgas turgentes y un sexo femenino recientemente depilado. Esto es realmente interesante pues no se trata del de mi mujer. Primero, porque nunca en mi vida podría atraer a un hembrón de semejante nivel y segundo porque pisando los cuarenta estoy más solo que loco malo. Entonces… ¿qué está pasando? No tengo ni una remota puta idea, pero que linda que es Dios mio. ¿Dónde me encuentro? ¿De quién es esta cama grande? Tampoco tengo calzoncillo y cuando enfoco mi atención a mi amigo alborotado, caigo en cuenta que además de estar sin un pelo, este muñeco no es el mío, más quisiera tener uno así yo. ¡Mira vos, no sabía que se podían tatuar!, susurro estudiando curioso el dragón humeante grabado en mis bolas. Debe ser dolorosísimo.
Inhalo aire profundamente y
lo retengo en mis pulmones, debo serenarme, analizar esta confusa pero excitante
realidad. ¿Qué pasó anoche? ¿Acaso me emborraché y quien sabe cómo acabé junto
a esta ninfa? A ver… estuve hasta cerca de la medianoche en el café con el Coco
y el Tato, pero recuerdo bien haber vuelto a casa sobrio. Y aunque fuese así, a
estas piernas, a este tórax, a estos brazos, no los reconozco. Tengo los músculos
bien marcados. ¡Unos abdominales de la puta madre! ¿Dónde está mi pancita
gelatinosa, mis canillitas flacas, mi ombligo extraviado? ¿Qué es esto por
favor? ¿Quién carajos soy?