6/8/13

Buena Vista Country Club




W.G.G

           
Como dóciles manos mecidas por la brisa, los helechos palmera se encaprichaban en darle la despedida. Sobre la rama de un roble, dos ardillas corrían alejadas del nido por una aspaventosa madre blue jay. Más allá, encaramada en lo alto de la palta, una comadreja parecía solazarse con el espectáculo. En el deck de madera, entre los pies del hombre, tres gatos jugueteaban sádicamente con una lagartija.


Desvió la vista del cuaderno y centró su atención en una hamaca paraguaya enredada en la cuerda de colgar ropa. No lograba recordar cómo había llegado a su poder. Luego estudió la distancia entre los mangos. Doscientas un veces se propuso colgarla y sin embargo allí seguía sin haber cumplido ni por un segundo su supuesto destino. Pensó en cuantas cosas y personas llegaban a este mundo con un objetivo y se iban así nomás, sin ton ni son.



—Fue lindo mientras duró —dijo prestando atención a la piscina bordeada por cactus, yucas, aloes y bromelias en flor, con un manto de pedregullo blanco que creaba hermoso contraste con las baldosas californianas y la colorida barbacoa bajo las paltas.


Tres primaveras duró la farsa, tres años en los cuales llegó a pensar que era alguien importante y lo que es aún peor, que estaba ayudando a las almas desesperadas que llegaban buscando ayuda. Había accedido al puesto por sus condiciones, esfuerzo, y sobre todo (eso por lo menos había creído) por su honestidad. Eran los ideales inculcados por sus viejos los que ahora lo acercaban al borde del precipicio. Desempleado, sin un peso y amenazado de muerte. Esta última, más allá de los problemas económicos, se constituía en la verdadera razón de su huida. Cuando se meten con tu familia se puede tomar dos caminos— meditaba Henry— enfrentar y denunciar a los opresores (para esto necesitás muy buenos contactos, unos cojones enormes y un espíritu  suicida) o meter violín en bolsa y desaparecer de la ciudad, del estado, del país y si es posible enterrarte bajo tierra. Así de poderosos eran los que poco tiempo atrás le daban de comer y le pagaban el country.


Miró a sus hijos zanganeando por el jardín del chalet. Entre santa ritas, bananos, palmeras y cortaderas disfrutaban de las horas finales en el Buena Vista Country Club. Serian ellos los que más extrañarían este edén al aire libre. En veinte cuadras se escenificaron los tres mejores años de sus vidas.


Revolvió con impotencia las facturas que se amontonaban sobre la mesa y que jamás podría honrar. Llevaba dos meses y medio sin trabajar. Para colmo, habían invertido todos los ahorros en una casa en Buenos Aires (allí viven sus suegros), a la cual ahora no le podían encontrar un solo comprador. El jueves a la mañana, después de amanecer con tres vidrios del frente de la casa rotos, además de pintadas que los invitaban amigablemente a desaparecer, gastó los últimos dólares en cinco pasajes para Argentina. En tres horas y media el aeropuerto los vería ingresar, quizá por vez final.


Paco de Lucia acariciaba la guitarra en su Iphone 5. Las tinieblas rondaban acosando  a las luces rebeldes de la tarde. Un pajarito se desgañitaba cantándole a su deseada. Más allá unas cuantas mariposas, amarillas y negras, aleteaban sobre las gardenias recién florecidas. El olor refrescante a menta, romero y albaca traído por el aire, ahora un poco más fresco, lo estaba lastimando. Su mujer, desde la huerta,  llenaba dos canastos con la idea de salvar los productos de la tierra regalándoselos a los vecinos.


—Tenés que dar el ejemplo comiendo sano y orgánico. ¿O no es esa la mejor prevención para el mal que ustedes tratan de curar? —lo había aleccionado Esther cuando, recién llegados, preparaba el terreno al fondo de la cancha de tenis con extremada devoción.


—Que nosotros tratamos de curar —se rio con tristeza el hombre recordando la frase y agarró la tarjetita que reposaba sobre la cuenta de luz.

 

Henry Matterson – Assistant Director of public Affairs – Kolnic Hospital - Miami

 

Que orgulloso se había sentido al ser parte de uno de los hospitales líderes a nivel mundial        en el tratamiento del cáncer. Ya desde niño fue un poco a contramano de los gustos de sus compañeros. Sus ídolos no eran ni Batman ni Superman. Admiraba a los científicos, a los investigadores, podríamos decir: aún más que a sus Dodgers de Brooklyn. Los giros de la vida lo llevaron a ser un escritor y periodista en el sur de este del país. Fue en ese carácter que ingresó al centro médico. Al poco tiempo ascendió al puesto de Director adjunto de Relaciones públicas. A esa altura, recién cumplidos los 34, tenía un salario excelente, se hallaba casado con una ex compañera de secundario a quien adoraba y por si fuera poco tenía dos hijos encantadores. Por aquel entonces le hubiese sido difícil encontrar qué le faltaba a su vida para ser perfecta.

—No pierdas tiempo con ese facturerío, no se puede hacer nada, ayúdame a cerrar las valijas mejor —le pidió Esther mientras se enjuagaba las manos antes de ingresar a la casa.

Ralph apenas la escuchó, navegaba entre sus recuerdos buscando atemperar el sentimiento de indefección que lo hundía bajo la hojarasca de los frutales.

Gran parte de su labor radicaba en escribir gacetillas para los medios informando acerca de las novedades sobre el tratamiento de la enfermedad y en organizar el folletín semanal interno del hospital.

No fue hasta una pegajosa mañana de agosto de este año cuando la realidad le chicoteó el rostro, mostrándole un mundo que no conocía, o mejor dicho, que se había negado a conocer.


Todo comenzó como un día normal, sin mucha actividad en las primeras horas de la mañana. Como a las diez le avisaron que una de las entrevistas tras la cual andaba atrás desde haces meses, se concretaría al mediodía. El doctor Erik Solberg era un prestigioso científico que realizaba desde hace años experimentos en ratones con drogas naturales buscando reducir y hacer desaparecer cierto tipo de tumores cancerosos. Sus resultados venían siendo extraordinarios, aunque muy poco difundidos hasta ese entonces. Su próximo paso sería conseguir la autorización y luego los sponsors necesarios para llevar a cabo el prometedor tratamiento con seres humanos.

La charla fue muy fructífera, Henry siempre se emocionaba cuando tenía la posibilidad de entablar contacto con una de esas mentes brillantes que podían aportar tanto al desarrollo de la medicina. Solberg, a través de estadísticas, filmaciones, fotos y cientos de otros documentos, le brindó pruebas concluyentes de la efectividad del tratamiento. Consideró excitado la primicia médica que tenía en sus manos y se puso al toque a organizar el material y diagramar la conferencia de prensa en la que daría a conocer al país y al mundo el trabajo del noruego. A las cuatro se presentó frente a su jefe inmediato, el director de relaciones públicas, exhibiéndole las líneas de acción y así también, como lo hacía siempre, difundió la buena nueva entre todos los directivos del hospital que encontró a su paso. La alegría no le duró mucho, antes de que terminara la jornada ya lo habían llamado tres veces a conversar en distintas oficinas. Lo conminaron a no redactar historia alguna y enterrarla para siempre. ¿Por qué? pregunto Henry azorado. No le dieron ninguna razón justa. Que la poca cientificidad en los procedimientos, que lo peligroso de la droga, que lo ignoto del científico, etc. etc. Pero él vio los resultados y por tres horas había examinado las concluyentes pruebas. Sus superiores apenas le tiraron un vistazo a los documentos y ya desechaban de plano el procedimiento. Erik Solberg era un científico con mayúscula, conocía bien su historial y lo más importante su estatura ética irreprochable.

Esa noche, tres meses atrás, ni siquiera pudo dormir, pero no comentó nada con su mujer ni con sus padres, buscando no alarmarlos. Fue a trabajar al día siguiente cargado de frustración, pero más que nada muy, muy intrigado. Aun le esperaban noticias peores. Lo conminaron a que elaborara una mentira convincente y la expusiera en una conferencia de prensa, frente a los principales medios de EEUU. Debía destacar la poca conveniencia de utilizar los descubrimientos del galeno noruego, recalcando sus peligrosos efectos secundarios, enfatizando que allí en el centro médico ya se había experimentado con la droga, alcanzando conclusiones negativas. Lo cual era una  flagrante falsedad.

Estaba refrescando, la noche ayudaba a enturbiar pensamientos. Las luces a energía solar marcaban el sendero del jardín ascendiendo hasta un gazebo sepultado entre potus y crotos. Un centenar de ranas le cantaban desde el pequeño estanque bajo la fuente que replicaba, modestamente, a la de las nereidas de Lola Mora. Se puso el sweater de hilo y les tiró dos puñados de comida a los gatos. Otra cosa que deberían regalar a los vecinos. Le daba pena, más que nada con tiger su favorito. Le acarició la cabeza y un lagrimón salpicó la oreja derecha del felino. Levantó la vista encontrando un alivio en la belleza de las orquídeas pegadas al tronco de la palta, había rojas, blancas y moradas.

Como olvidarse del sentimiento que lo sofocaba la tardecita en que volvía al Buena Vista Country Club después de que le adosaran el título de gran fabulador. Papel que de ninguna forma interpretaría, no lo valían ni diez sueldos como el que cobraba.  Detuvo el audi metros antes de ingresar en la interestatal, reclinó el asiento y lo tiró para atrás secándose luego las manos en el pantalón. Un par de puntadas bajo las costillas lo obligaron a contener la respiración. Su cabeza parecía un lavarropas a paleta, se mezclaban violentamente el desagrado, la aprensión, la curiosidad y más que nada el miedo, miedo por su futuro y el de su familia.

—Por tu bien y el de los tuyos olvídate del temita este Henry —le dijo toscamente su jefe al despedirlo minutos antes.

¿Era una amenaza? Henry ya había dado muestras más de una vez de su integridad moral y eso lo conocían muy bien en el Kolnic. Ahora comprendía la causa por la cual, seis meses antes, el puesto de Director de relaciones públicasse lo habían otorgado a alguien de afuera antes de darle la chance a él. Demasiado honesto, pelotudamente honesto dirían unos cuantos. Se preguntaba qué sucedería de no cumplir lo ordenado por sus superiores. Cerca de media hora se quedó inmovilizado, llorisqueando sin saber que hacer y solo el bocinazo de un camión que pasó a milímetros lo arrancó del letargo obligándolo a arrancar de nuevo.

Al llegar al country decidió respaldarse en la gente que quería, sobre todo pedir la opinión de su padre y de su esposa. Lo apoyaron sin condiciones, obligándolo a que se marchara y que hiciera públicas las investigaciones de Erik Solberg. Se tomaría unos días antes de renunciar, posponiendo como fuese el encargo de la indigna conferencia de prensa. Mientras tanto investigaría las causas ocultas que justificaban el poco ético comportamiento de quienes dirigían el centro médico. Su archivo creció a medida que descubría más y más factores, tan fascinantes como amedrentadores.

*En la mesa de directores del afamado hospital había un par de inversores de las multinacionales petroquímicas y otros negocios altamente contaminantes. O sea el Kolnic era dirigido en parte por aquellos que lucraban con inversiones en productos conocidos por ser en alto grado cancerígenos.

*Varios C.E.O. de empresas farmacéuticas líderes, aquellas encargadas de fabricar las drogas contra el cáncer, también estaban allí. Había pues una clara intención de promover sus drogas sintéticas para la quimioterapia en detrimento de las drogas naturales y de los tratamientos holísticos alternativos. De los nueve miembros del poderoso comité de política institucional, seis eran empleados de la industria farmacéutica y el hospital mismo invertía en acciones de estas compañías.

*Los directores de dos de las corporaciones de tabaco más importantes, como Phillip Morris y Nabisco tenían puestos de honor en la mesa directiva.

*Seis directores del board eran además importantes ejecutivos en el New York Times, Cbs, Warner comunications, Reader Digest, por solo nombrar a algunas.

Henry comprendió aturdido que se enfrentaba a un pulpo imposible de desenmascarar, y que él no debía ser ni el primero ni el último en intentarlo. Y si no había caído en cuenta de “la gran mentira” con anterioridad, significaba que sus predecesores no tuvieron ni una pizca de éxito en la tarea de desenmascaramiento. Cómo podían ocultar las cosas con tanta eficiencia. Le dio nauseas de solo pensar la forma en que se pasaban por las bolas la salud de la gente. Era lógico ahora imaginarse la razón por la qué una droga natural, tan efectiva como la usada por el doctor noruego, iba a ser sepultada cien metros bajo tierra. Si no había forma de patentarla, de inventarla sintéticamente, entonces para la “ciencia médica” no existía.

Luego de presiones insoportables y gracias al impulso de los suyos, una semana después convocó a una conferencia de prensa y largó la bomba que quedo picando por unos días, amenazando con explotar ante cada nueva revelación. Más con el correr del almanaque y el accionar de un sistema tan perversamente entretejido, una vez más todo quedó en la nada y los únicos mentirosos terminaron siendo el director adjunto Erik Solberg y el Dr. Henry Matterson.

Aquel día, al terminar la conferencia de prensa, su padre le estampó un beso en la frente dándole la mejor gratificación posible.

—Estoy orgulloso de ti mi hijo, obraste como todo un hombre de bien.

Se dirigió cansinamente hacia la casa y por anteúltima vez repasó el vergel en el que había vivido aislado del cruel mundo como en una burbuja. Su familia lo esperaba en el porche con las maletas listas. Respiró intensamente el aire plagado de fragancias y se sintió por primera vez en meses limpio, con la mente despejada. Un soplo de optimismo lo movió a besar a los suyos con los ojos chirles.

Esther lo miró con ternura y peinando su jopo con suavidad le regaló una frase que lo acompañaría en los años por venir.

—No te afanes más, pensá mi amor que el Buena Vista Country Club, con toda su frescura y belleza, ya está afincado en tu interior para siempre, y obrando así, con total integridad, siempre habrá Buena Vistas en nuestro camino.

 


 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esmeralda Alba Muller · Universidad Nacional de Mar del Plata

Me encanta como describes, me parece tan vívido todo !! tan real, lo siento como propio!como si caminara por es parque perfumado y viera a tus chicos sanos y adorables jugar bajo tu atenta mirada.

Walter G. Greulach dijo...

Gracias Esmeralda, un beso...

Anónimo dijo...

Teovaldo Angel Pesce Pawlow

Muy bueno. Lo lamentable es que hay mucho de realidad .