3/7/14

Extraña flor


          W.G.G

               


           A nuestro pionero Seizo Hoshi


Real del Padre Mza. Argentina, febrero del 2014.


Sucedió en verano, a principios de la segunda luna de enero de un año que mi memoria impide cifrar. Aunque aún mantengo nítidos el contexto y los hechos que se fueron desencadenando a lo largo de aquel día, el más inusual de mi existencia. Tras unas cuantas décadas traigo la historia a colación. Dos hallazgos, el dia de ayer, me dieron la certeza que no fue un sueño o una alucinación producto del exceso de cannabis.


Enfundado en mis ochenta años, extremadamente solo y con una compilación de males que me permiten olfatear las parcas, me dispongo a confesarles una experiencia extraordinario. Las dieciséis horas en que transité un mundo que no era el nuestro.


De una cosa estoy seguro, era el principio de los setenta, recuerdo que don Hoshi acababa de fallecer y corría un sentimiento de pesar por la colectividad nipona. Nuestra finca colinda con el sitio donde se emplazaba “Los Nogales” y nuestro pueblo se edificó en gran parte por el empuje de este gran visionario.

Me encontraba aquel anochecer bajo el sol de noche, estudiando las facturas desparramadas sobre la mesa situada en la parte más frondosa de mi vergel. Una fresca brisa aminoraba el calor y la humedad que esa tarde habían sido insoportables. Llovió como demonios aquella temporada y los helechos, bromelias, orquídeas, pasionarias, potus y demás plantas tropicales se hallaban exultantes.
Desde siempre forjé un culto del cuidado de este tipo de flora tan atípica para la zona en que vivo. En época de frio las mantengo en macetas bajo un invernadero, ayudado a veces, en las noches de helada, por pequeños calefactores. Vuelvo a plantarlas al aire libre en primavera cuando explotan con toda su hermosura. Amor por las flores heredado de mis padres floricultores,  imigrantes provenientes de Okinawa en los años veinte y que se especializaron aquí en el cultivo de diversas variedades de hortensias con buenos resultados económicos. Para mí, en el presente, esto es solo un hobby, pues sobrevivo a duras penas con una jubilación de morondanga y algunas frutas secas que muy de vez en cuando logro vender en General  Alvear.

Rodeado por un cerco de damascos, ciruelos, manzanos y durazneros, se encuentra mi jardín. Cobijadas por cedros, olmos, pinos y robles, nacen las variedades de flores más raras y hermosas que puedan imaginarse. Aquí he vivido solo desde que mis viejos murieron a fines de los sesenta. Visitado muy de vez en cuando por mi hermana o mis sobrinos que viven en San Rafael.

Adoradas flores, no les miento si les digo que en los pasados setenta años he llegado a desarrollar mil y pico de variedades distintas. Vivo entre ellas, sueño con ellas, hasta podría morir por ellas.

Bueno… he enredado un poquitín el hilo narrativo, volvamos al momento en que levanté la vista de mis deudas atraído por una fragancia desconocida. Era un perfume nuevo, dulzón, de procedencia desconocida. Similar al de las gardenias pero con un toque acido, delicadamente exquisito. Nunca sentí placer igual, ni siquiera cuando me encuentro saboreando mi cigarrillo diario de cannabis. Es mi único vicio, comencé a cultivarla tras la muerte de mis progenitores, buscando algo que menguara el dolor de mi alma. Es un secreto  férreamente guardado, las tengo disfrazadas entre helechos y bien fuera de la vista de ocasionales curiosos. Aunque no existe mucho peligro de ser descubierto, hay épocas en que por semanas nadie entra a mi finca, más solo que loco malo dirían mis sobrinos.


Tras rebuscar entre las plantas por largo rato y ayudado por la luz del farol, en la parte más recóndita de mi jardín al fin la vi. En un lugar en donde, si no fuese por su aroma, nunca la hubiese descubierto. Me encontraba ante la flor más extraña y hermosa que mis ojos hubiesen apreciado jamás. Me incliné trémulo de alegría. Poseía todos los colores del arco iris y sus pétalos parecían danzar en la suave brisa. A medida que acercaba mi nariz, desde su centro comenzó a irradiar un brillo hipnótico, naranja azulado. De repente tropecé y caí sobre ella de tal forma que sus duros pistilos se incrustaron en el fondo de mis fosas nasales. Entonces sucedió algo increíble, difícil de explicárselos con palabras. Fue como un torbellino de alucinaciones embriagadoras. Mi mente pareció girar a mil por segundo llevada a través de un espiral de luces y colores. Tenía plena conciencia de mi cuerpo inerte entre los helechos a la vera de aquella flor extraordinaria. Sin embargo mi espíritu, alma o como quieran llamarlo se dirigía a otro lado, y muy velozmente por cierto.

No sé cuánto tiempo duro la travesía etérea, siempre con ese aroma entre dulce y ácido atiborrando mis sentidos. Podría decir horas, pero me arriesgo a sentenciar que se trató solo de milésimas de segundo.

Al abrir los ojos me hallé tirado al lado de la misma flor, solo que ahora estaba en una maceta y en un paraje singularmente distinto. Para empezar, el cielo poseía un rosado perturbador con nubes naranja opaco. El aire olía… no se contárselos. Como si mi olfato pudiese diferenciar y aspirar por distintos conductos cientos de fragancias diferentes. Olores todos que confluían en mi cerebro explotando deliciosamente. Al sentarme mi vista se perdió en un horizonte curvo en demasía, sembrado con una diversidad de plantas que en su mayoría me eran ajenas. Pude descubrir, a duras penas, algunos crisantemos, un puñado de petunias y azaleas, cerezos, algo parecido a álamos y una singular línea de palmeras con cocos gigantescos. El resto, ignotos cultivos que encandilaban con un desparpajo de frutos y flores indescriptibles.

A mi espalda, un sendero de piedritas rojas me llevaba a un caserío desparramado sobre la cumbre de una baja meseta. Las viviendas no debían superar el metro y medio de altura. Sus paredes y aberturas estaban pintadas de colores vivos, podría decir: azul, ocre, amarillo, turquesa, etc. Aunque esas tonalidades no eran conocidas en nuestro planeta. Se me dificulta explicarles el paisaje aquel, tenía una armonía digna de la pintura perfecta.
Me levanté con más facilidad de lo que mis huesos me lo permitían habitualmente. Estaba lleno de energía, rejuvenecido. Debo mencionarles el hecho que durante toda esta experiencia, nunca llegué a tener miedo, ni siquiera incertidumbre. Había hallado al fin mi lugar en el cosmos. Quien ama con pasión lo que la naturaleza nos ofrenda puede entender lo que digo. Tan embelesado estaba estudiando las plantas mientras caminaba rumbo al insólito pueblito, que no percibí, hasta pasado un momento, los livianos pasos que me seguían.
Me causaron más gracia que inquietud. Lucían como salidos de cuentos de Andersen o de los hermanos Grimm. De treinta a cincuenta centímetros de estatura, tirando a rechonchos, con rostros amables, barba blanca bien recortada y ojos redondos, de color miel. A me olvidaba… tenían la piel de color verde y unos trajes rojos apapanoelados.
—¿Dónde diablos me encuentro? —inquirí con voz firme sin dejo de temblor, mirando al más alto y gordo que parecía estar al comando del pintoresco grupo.
Todos a la vez dieron un respingo hacia atrás asustados. Algunos hasta temblaban de temor. El supuesto líder me observó con cautela mientras frotaba sus dedos medios sobre las cienes, como si se estuviese destapando los oídos. Luego conocería que esa era la forma de activar el traductor universal que llevaban en su cerebro.
—En Florinlandia, o el planeta de las flores, como le guste más. En una galaxia bastante lejana de su tierra natal, señor… ¿?
—Isami —dije divertido, con el total convencimiento de que me hallaba soñando.— ¿Cómo he llegado hasta aquí, quienes son ustedes.
—Por alguna razón que desconocemos señor Isami, usted utilizó nuestro transporte interestelar. ¿Cómo conoció el método y la flor transportadora y para que está aquí?
—No tengo ni la remotísima idea de lo que están hablando —contesté levantando la vista para apreciar a unas cuantas mariposas que de tan delicadas y hermosas me cortaron la respiración por un segundo.
—¿Cómo sabía usted de la flor de la Valandra y sobre cuáles de los diez pistilos introducirse en la nariz para activar el viaje? —preguntó esta vez un gordinflón lampiño, el único del grupo sin barba.
—Casualidad simplemente. Me caí arriba de ella cuando me acercaba para olerla. —acoté intrigado por la forma de viajar que tenían esos pequeñines.
La cuestión es que de alguna forma logré convencerlos y terminé haciendo buenas migas con ellos… bueno, con casi todos ellos.
 
El planeta era bien pequeño, mil y pico de veces más que la tierra y solo era habitada por diez mil doscientos florindis. Así de gracioso se llamaban ellos, o por lo menos de esa forma me lo traducían. Su función primordial era colectar especímenes de flores en todo el universo conocido. Unos floricultores intergalácticos que mantenían la biodiversidad frente al peligro de las guerras y las catástrofes naturales que a veces terminaban hasta con un sistema solar entero.
Me confiaron que existían quince plantas que les permitían transportarse de un lado a otro, a veces a través de millones de años luz, aunque nunca me las mostraron ni me confiaron sus nombres. Una tradición mantenida por millones de años y heredada de los fundadores de Florinlandia, llegados de un lejano planeta a punto de estallar. No sabían cómo ni porque sucedía la transportación, tampoco les interesaba mientras sirviera para sus nobles objetivos. Los movía, como a mí, el amor a las flores, solo eso.
 Era el primero que visitaba su planeta, ubicado en uno de los puntos más alejados del mapa estelar. Me había colado sin quererlo, rompiendo una estructura perfectamente aceitada por milenios. Este hecho, según ellos, podía devenir en una catástrofe total para su gente y para la misma preservación del universo, exageraron. Hasta me dieron a entender que no podría retornar jamás a la tierra a divulgar un secreto conocido solo por los de su raza.
—¿A quién se lo voy a contar? Me tomarían por demente. Además porque le damos tanta vuelta. Esto no está pasando en realidad y ustedes son solo enanitos verdes, producto de mi acalorada mente. ¿No es cierto? —indagué ya un poco incómodo con la duración del sueñito aquel.
—Mejor que crea eso don Isami. Como sea, si lo dejamos volver nos aseguraremos de hacer desaparecer para siempre la valandra de su vista y olfato  —afirmó el jefe.
—Ya que estoy acá, ¿podría permanecer unas cuantas horas? Me gustaría conocer este mundo maravilloso un poquito mejor.
—Sabemos de su gran aprecio por las flores. Esa es la razón por la que una de las bocas de salida en el planeta tierra estuviese en su bello jardín mi señor.
—¿A que van allá ustedes?
—Ya te lo dijimos —gruño un petisín malhumorado desde el fondo.— Recolectamos variedades de flores para traerlas aquí. Somos los duendecillos, enanos de jardín, pitufos o como quiera nos han venido llamando despectivamente los humanos desde tiempos inmemoriales.
—¿Me puedo quedar un rato más? —repetí un poco cargoso.
Armaron una reunión allí mismo comenzando a discutir acaloradamente. Desde un costado los miraba masticando una menta color fucsia que me refresco hasta las uñas de los pies. El líder, junto a un numeroso grupo, estaba a favor de mi permanencia, mientras que gruñón y tres o cuatro más me querían mandarme por el tubo de la valandra en ese mismo momento.
Papa pitufo se acercó alegremente y me apoyó una manito contra la rodilla a la vez que decía:
—Está bien puedes quedarte Isami (allí noté que me tuteaba por primera vez). Comeremos algo primero y luego yo mismo te oficiaré de guía hasta que caiga la noche. La vamos a pasar re lindo —agregó mi nuevo amigo en un argentino aporteñado que me causó mucha gracia.
 
El resto sobra, solo deseo agregar que comimos frutas tan exóticas como deliciosas junto a los florindis. Que sus bellas mujeres resultaron hasta más simpáticas y hospitalarias que ellos mismos. Aquella tarde viajé por los lugares más divinos de florinlandia. Gocé como nunca antes en mi existencia y calentado por los tres soles del magnífico planeta de los gnomos verdes transité las horas más felices que recuerde. Antes de partir, les expresé mi deseo de volver y quedarme allí para siempre.
—Eso ya lo veremos, está muy difícil por ahora. Tal vez en el futuro Isami, cuídate y buen viaje amigo mío —dijo abrazándome y con ojos emocionados me señaló la maseta con la valandra que me esperaba.
 
Desperté a la madrugada del día siguiente, mojado por el rocío impregnado en los helechos y con mi cuerpo dolorosamente entumecido. Ni rastros de la extraña flor o de su aroma. Todo era normal a mí alrededor, sentí una intensa pena al reafirmar que solo había sido un lindo sueño. Ese planeta de colores y aromas sensacionales parecía estar solo en mi mente, enfebrecida por el sol, por el cannabis, o quien sabe por qué cosa. Por cuarenta y pico de años cargué con aquel recuerdo, dolorosamente bello. Nunca descarté del todo la posibilidad de que realmente hubiese sucedido.
 
Quiero culminar estas líneas, esta despedida, mandándoles un caluroso abrazo a mis sobrinos Aki y Oshi a quien quiero con locura. También a todo mi pueblo lindo de Real del Padre que me cobijó con cariño por más de ocho décadas y sobre todo agradecer a quienes aman las flores y las plantas, haciendo de esto casi una religión.
Bueno, ya, me voy, los dejo para siempre y no es que esta sea una misiva suicida o algo por el estilo. Simplemente ayer descubrí (ya lo dije al comienzo) dos elementos que desencadenaron esta partida. La falta de algunas flores que comenzaron a desaparecer sin explicación alguna, y la presencia de una espléndida vandana a la orilla del canal de riego, entre los espárragos y el berro. Su olor me llama en este preciso momento en que termino de escribirles.
Si no me ven mañana aporcando mis plantitas en el jardín, ya saben la razón de mi ausencia. Y si aún estoy aquí, con la vista perdida, apiádense de este loco japonés, de este pobre soñador amante de las flores.
 
Isami Hirosho, Real del Padre, planeta tierra.


14 comentarios:

Anónimo dijo...

Real del Padre: Tierra de pioneros y colonizadores

Walter. Muy lindo cuento. Lo hemos compartido en las páginas de Real del Padre. Esperemos la segunda parte.

Walter G. Greulach dijo...

Gracias Omar, un abrazo y mañana te alcanzo la parte final. Real del padre siempre estará en un rincón de mi Corazon. Tengo mucha familia por allá. Los Jockers y los Lust entre otros (las madres de Charles, Eribero, Lothar, Ernesto, Ricardo, etc. eran Greulach de apellido)

Anónimo dijo...

Maria Chuspita · Seminario Teológico Nazareno del Cono Sur

Como simpre Walter, es tan real el relato que hasta parece sentir el perfume de las flores.... muy bueno!!!

Anónimo dijo...

Mabel Calvente ·

Walter..que lindo domingo nos espera..festejar la copa mundial y leer la 2° parte de tu relato!! Jaja!!

Anónimo dijo...

Teresa Allevato · Instituto Superior de Profesorado Del Carmen

Buenisimo!!!! y no te olvides...tenes una cita el domingo...te espero!!!!

Anónimo dijo...


Gladys Lucero

Huyyy quiero el final!!!!para colmo me costo entrar ...a la pagina.genial exquisito relato un paraiso mi mente imaginar el lugar ....muy bello mil graciassss

Anónimo dijo...

Justina Elvira Rojas Jofre · · Trabaja en I.N.V. (Instituto Nacional de Vitivinicultura)

¡QUÉ GUACHO!...¡ME DEJAS CON LA INTRIGA!

Anónimo dijo...

Gotitasdemiel Jardin Maternal · Escuela Superior de Bellas Artes Manuel Belgrano

Muy bueno. Es increible pero siempre lo mejor esta a la vuelta de casa.

Anónimo dijo...

Mabel Calvente ·


Mantener el suspenso..! Genial!!

Walter G. Greulach dijo...

Gracias a todos por seguir mis relatos en Media Mza todos los domingos en mi columna del Quijote Verde. Mañana les dejo el final. Un abrazo desde Miami y ¡Aguante Argentina frente a Alemania!!!

Raul Firpo dijo...

Muy bueno Walter... y con onda verde y humoristica!!

Anónimo dijo...

Teresa Allevato · Instituto Superior de Profesorado Del Carmen

Este nuevo dia se me lleno de perfumes y colores maravillosos!!!! Gracias por regalarme un pedazito de tu sol!!! Que tengas un buen dia ARGENTINO!!!!

Anónimo dijo...

Gladys Lucero

Hermoso .delicioso perfumado e infantil y que lindo despertar a mi niña interior usted hace esas cosas muchasss gracias!!!y aunque nos falto un poquito para ser campeones que lindo es ser argentina !!!!!

Anónimo dijo...

Germán Dario Reinoso · E.E.M.Nº2

Hola! Como estas? Tenés razón, es un bello cuento para un libro infantil, sería lindo que edites un libro con cuentos como este. Que sigas bien e inspirado para que sigas escribiendo lindos cuentos.