3/2/12

ESCABECHITO


W.G.G

                       -UNO-

—¡Puta si hay tipos raros en este mundo! Gente a la que el término exótica no le cabe, simple y llanamente una parva de locos de mierda —reflexionaba  el detective Gabriel Alberto Giannoni mientras releía asombrado el informe del laboratorio sobre el contenido del frasco con forma de conejo y sentía un sabor entre acido y amargo escalando por su laringe.
            Había degustado por años esas exquisitas conservas y ahora que se enteraba de su verdadero contenido, le asqueaba el hecho de haberse convertido en una especie de adicto a ellas. Allí estaba como encandilado en la entrada del laboratorio, mas no le interesaba tanto desentrañar el misterio de la procedencia de los frascos, como el elaborar un plan de acción para que familiares y amigos no se enteraran en que consistía el apetitoso manjar con que los agasajaba en cuanta ocasión podía.
            Pareciese increíble que le estuviera sucediendo tamaña cosa. A él, Tito Giannoni, la persona menos confiada sobre la faz de la tierra (como muchas veces le gustaba presentarse). A él, que nunca se casó para no tener que dar explicaciones, ni compartir secretos con nadie. Es cierto que su trabajo, a lo largo de tres décadas y media, le había ido moldeando una personalidad muy especial. No tener compromisos era también no ofrecer flancos descubiertos, algo vital en el ambiente por donde se movían sus investigaciones. Disfrutaba lo que hacia y su profesionalismo lo condujo al escalón mas alto al que quería llegar, detective en jefe de la policía federal argentina. Se había granjeado a su alrededor respeto, odio, amor y envidia por igual dosis y  debió sortear los escollos mas riesgosos para llegar a aquel sitial. Ahora, con sesenta y cuatro años, a solo dos de poder retirarse (aunque eso no se le cruzaba ni remotamente por la cabeza), se le presentaba el caso mas complicado de su carrera.
            Cuatro primaveras tras sus espaldas comenzó esta historia, fue una tardecita en que Tito tomaba mate en la vereda de su casa. El domingo aquel escuchaba por radio Continental los comentarios del partido Godoy Cruz  y su adorado Lanús. A la derecha de su silla replegable, en dos bancos de plástico, estaban Irma y Walter, vecinos y amigos por casi veinte años. Entonces, en la esquina del almacén, apareció el canoso bigotudo pedaleando una vieja bicicleta montañera con un gran canasto atrás.
—Allá viene el tipo que te comenté, el de los escabeches, están buenísimos. No quiere nuevos clientes, dice que lo de él es muy excepcional. Alta calidad y poca producción, al final lo convencí y te va a sumar al selecto grupo Tito, después de vos se cierra la lista —dijo Walter orgulloso de su logro.
            —¡Y dale con Pernía! ¿Cómo le vas a comprar productos envasados a un desconocido que pasa por la calle? Que están ricos, no te lo voy a negar, pero es peligroso —comentó con cautela el detective.
Era extremadamente meticuloso con las cosas que se metía a la boca. Al cumplir los cincuenta, comenzó a comer más frutas y verduras y menos carnes. Ahora solo consumía productos orgánicos y se tomaba dos litros de jugo de zanahoria y manzana elaborado por él mismo. Esto, sumado a los cinco kilómetros que trotaba por día, le brindó una salud de toro y no se arriesgaría a perderla.
            —Este escabeche, aunque no tiene el sello oficial, cumple todos los requisitos de salubridad establecidos por ley. Mire sino la etiqueta señor —dijo el flaco que habiendo escuchado las objeciones del policía y después de apoyar la bicicleta, se acercaba con una caja en la mano.
            —Te dije que esta todo bien mi viejo, pero sos re terco, además es delicioso y orgánico ¿Qué mas querés? —dijo el amigo estimulándolo.
             Estudió con detenimiento, el frasco era de vidrio con forma de conejo, adornado con una cuerda entretejida de vivos colores que partía de la base y terminaba unida a un aro de cobre adosado a la tapa metálica. Muy artesanal por cierto. El recipiente solo ya justificaba el precio a pagar, pensó Tito y después de todo, si es orgánico y Walter aun no se ha enfermado, no se pierde nada con comprar un par. Había de vizcacha, conejo y gallina, eligió uno de cada uno y abonó el precio. Esa misma noche, mientras veía futbol de primera, se devoró uno casi sin darse cuenta.

            Hoy el recuerdo del primer encuentro con el vendedor le sonaba bien distante, lucia como si toda la vida hubiese disfrutado del escabechito. En ocasiones es tan placentero ser ignorante, pensó Tito al acercarse al auto estacionado en la esquina del laboratorio. ¿Cuántos frascos saboreó estos años sin cuestionarse nada?
Frecuentaba distintas amistades a las de Irma y Walter, por lo tanto estaba orgulloso de ser el único en su círculo que tenia acceso a la delicatesen aquella. El flaco les remarcó el tema de la exclusividad, que en ningún lado iban a conseguir algo similar. Se hacia a pedido y existía solo un distribuidor. El ciclista agregó que debido a la gran demanda no iba a aceptar nuevos compradores, razón por la cual les rogó no difundir la procedencia del producto. Tito encontró lógica la explicación y con el tiempo solo le importó que no se cortara el abastecimiento. Desde el año pasado el tipo se había retirado de las calles y el único contacto era su celular. El detective solía comprar un paquete con veinticuatro frascos por mes, todo un ítem en su presupuesto, novecientos sesenta pesos, pero lo exclusivo se paga. Las cajas llegaban sin remitente ni membrete alguno y ni siquiera esto despertó las sospechas del experimentado investigador. Fue la curiosidad (matriz de la mayoría de las desgracias humanas) y no la desconfianza lo que lo trajo a este desapacible presente.
            Semanas atrás intentó preparar su propio escabeche. Consiguió carne de conejo, la hirvió por más de dos horas en una olla con las verduras requeridas y después la dejo macerar en vinagre, con mucho ajo y otros condimentos. Pese a su dedicación, el sabor no era el mismo, faltaba algo. Cambio los ingredientes, alteró las proporciones, compró animales más tiernos y ni aun así…faltaba algo. ¿Cuál es el secreto del bigotón? -se preguntaba buceando en internet en la búsqueda de nuevas recetas. Si lograba preparar algo similar no tendría que gastar tanto dinero en este nuevo vicio que no pensaba abandonar.
Había algo bien adictivo en la conserva y Tito entendió que si alguien podía descubrir que era, se trataba de su gran amigo y colega Fernando Salvio, encargado del laboratorio central de la Federal. Además de la amistad, la soledad y el amor a Lanús, los unía otro sentimiento, el placer experimentado al deglutir el escabeche. Fernando solía ir a lo de Tito dos o tres veces al mes. Antes de la cena compartían un partido de futbol por la tele mientras picaban de algún frasco con silueta de conejo, gallina o vizcacha. Por eso Fernando no se sorprendió cuando su amigo le cayó con el envinagrado, solo le pidió un tiempo para brindarle el veredicto, pues en esos momentos estaba muy ocupado con un trabajo que debía presentar en menos de una semana.
—Me interesa tanto como a vos saber que mierda le ponen al menjunje este para hacerlo tan rico. Quiero dedicarle tiempo para analizarlo cuidadosamente. Dame una semana, te llamo apenas tenga novedades. Cuidate Tito y guardame algo del escabechito para cuando jueguen Boca y Lanús.

Cayó pesadamente sobre el asiento del Ford Focus, debía tener la presión baja, parecía   flotar en un mar de algodón. Tras cerrar la puerta con dificultad, insertó la llave y la giró, su otra mano, crispada, arrugaba el reporte del laboratorio. Traspiraba copiosamente pero no encendió el aire ni bajó las ventanillas. Un sabor agrio le quemaba la campanilla arrancándole lágrimas de los ojos. En el momento que iba a meter primera, una metralla de arqueadas lo hizo inclinarse sobre el volante y tapar el tablero con un ruidoso vómito.
Ya en su casa, un poco mas relajado y después de un buen baño y un te de boldo, Tito se recostó en el sillón del living y analizó la situación en la que se encontraba. Sentía rabia e impotencia por el engaño del que había sido objeto, no podía ahuyentar la sensación de asco que enangostaba su garganta, esa descompostura de estomago que le volvía de solo pensar en el escabeche. Tenia que, a como diera lugar y usando toda la cautela del mundo, desbaratar esa organización nauseabunda. Le seria muy difícil salir limpio de todo esto, la bomba estallaría mas temprano que tarde y seria una bomba de mierda que lo embarraria de pies a cabeza. Estiró los pies sobre la mesita de vidrio y repasó la reciente conversación con Fernando.
—Dejame manejar la investigación solo, en completo secreto por ahora, veamos hasta donde puedo llegar sin que nadie se entere y después lo daremos a luz de la forma mas discreta posible. ¿Nadie mas sabe de esto, no? —preguntó Tito mirando con recelo a dos trabajadores que transportaban una cajas con tubos de ensayo.
—Solo yo, no te preocupes. Aunque… ¿vos crees que vas a poder salir limpio de todo esto? Cuatro años van desde que compraste el primer frasco y ya se lo diste a probar a medio departamento de policía. Orgulloso estabas de tu “bocatto di cardinale” como decías. ¡Pedazo de aperitivo titito! —agregó Fernando sin poder contener una risotada.
—¡Secreto total Fernando, por favor! —rogó el detective ignorando el chiste de su compañero.
—¿Con quien te crees que hablas? Me conoces muy bien después de tantos años. ¿Porque no dejas todo quieto y te olvidas del tema? Creo que sería lo mejor.
—Ni loco dejo a ese hijo de puta sin castigo. ¿Tenés idea de lo que están vendiendo? No podemos dejar esa mierda en el mercado.
          —Para un poco la mano que no estamos cien por ciento seguros de que sea carne de perro —le recomendó Fernando.

Se estiró sobre la mesa ratona agarrando el celular, carraspeo dos o tres veces  y respiró profundo. Marcó entonces el número que en su agenda figuraba como “flaco bigotudo”.
—Hola flaco, te habla Gianonni el de Lanús.
—Perdón, creo que se equivoco de teléfono. Bueno, el numero lo tiene correcto pero el famoso flaco lo clausuró días atrás. Por desgracia ahora lo tengo yo.
—¿Por desgracia?
—Si, no han parado de llamarme por el tema del escabeche del diablo. No tengo idea de quien es, ni donde esta esa persona. ¡Por favor no me moleste mas! —dijo rabioso la persona del otro lado de la línea y cortó la comunicación... Sigue...
                       

5 comentarios:

Walter G. Greulach dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Que barbaro! Un cuentazo mi amigo, voy por el resto. ¿Que mierda tiene el escabechito?

Javier Lozano

Vero dijo...

Bueno, bueno, bueno mi colega Waltercito, a ver con que nos desayunamos ahora. Espero no sea lo que mi retorcida mente me está indicando.
Un beso...

Anónimo dijo...

Teovaldo Angel Pesce Pawlow Y bueno...esperaremos el próximo domingo

Anónimo dijo...

Aída Ayarra me gustó, pero debo esperar al próximo domingo...., de bebé me dieron de tomar caldo y comer carne de perro (que asco) debía ser recién nacida la perrita....una curandera dijo a mi abuela que no me salvaba si no lo hacía- (empacho? no sé, cuando me lo contaron morí de asco)bue..la ignorancia y el creer en ese tipo de gente-
No hablo de mi abuela que hacia lo posible para que todo saliera bien, de la curandera, creo en el pueblo- V.Atuel- había un medico (no lo voy a nombrar, por dignidad) que les dijo no me salvaba, y bue....acá estoy comiendo perro, como en el cuento, vivita y coleando!!