¡Ya lo sé! No hace falta que
me lo repitan…
Que toda la preparación ha sido un espectáculo
de despilfarro y corrupción. Que allá hay mucha gente con serias necesidades,
que es algo indigno, una falta de respeto todo lo que se ha gastado… lo sé, lo
sé. Que a esto ya poco le queda de deporte. Que nuestro gobierno va a
aprovechar esos días para acomodar los porotos lo mejor posible. Aumentando
impuestos, bajando subvenciones, aprobando decretos, enturbiando procesos
judiciales, etc. etc. En síntesis que nos la van a tratar de meter a todas tras
la fenomenal pantalla que se llama copa mundial de futbol…
Sin embargo (y
lamentablemente) no puedo aislarme de esa linda emoción que me embarga y crece
a medida que se acerca la magna cita del balompié. No me pidan raciocinio, no
exijan serenidad, ni una férrea postura política. Es algo inevitable que va
desbordando mis sentidos y más este año en el que volvemos a calzarnos la
pilcha de favoritos y llevamos, como en el 86, 90 y 2010, al mejor jugador de
este lindo entretenimiento.
Serán cuatro semanas con el
cuore repiqueteando a mil cada vez que la albiceleste pise el césped brasilero
y no intentaré ser la excepción, lo siento, discúlpenme, ¿qué más puedo hacer?,
es un vicio, algo inherente a mi ser, a nuestro ser argentino.
En Sudáfrica 2010 me sucedió
lo mismo, la ilusión al tope. Todo lo demás como que pasaba a un segundo plano.
Un Messi en la cima de su carrera me insuflaba un optimismo exagerado (como
ahora). Entraba en mi tercer año en la posición de acomoda reposeras en la
playa del National Hotel, en South Beach, Miami, y a lo sumo dispondría de un
puñado de días de vacaciones para disfrutar de los cuartos en adelante en el
sofá de mi casa. Por ello, convencí a mis compañeros de trabajo para que
hiciéramos una vaquita y comprásemos un pequeño televisor a baterías.
Conseguimos un sony siete pulgadas con una antena telescópica enorme, Univisión
iba irradiar al aire todos los partidos. Había un nimio inconveniente; teníamos
estrictamente prohibido ver tele durante el horario de trabajo. Algo lógico,
¿no?
Tuvimos que organizar un
sistema de campanas que nos pusiesen al tanto cuando un manager salía del hotel
dirigiéndose a la playa (que queda como a unos ciento cincuenta metros).
Manucho, el mejicano bartender de la pileta nos avisaba cuando el peligro se
acercaba, aparte de que nosotros nos turnábamos para mirar constantemente hacia
el lado del edificio.
Acomodamos el aparato en la
parte más alta de la cabaña y apuntamos la telescópica correctamente. Tras
ubicamos cómodamente (si hasta un par de camisetas, banderines y algunas
toallas alusorias engalanaban el escenario) disfrutamos la ceremonia y el
primer encuentro. Éramos cinco los “laburantes”: Jairo, el chapín, hincha a
muerte de Brasil; Brian, un colorado rasta, de Saint Kitts & Nevis, fanático
de Inglaterra; Robert Kaleta, un interno alemán que desde el principio ya me
anticipaba la goleada que nos iban a meter y Ronny, un chileno jodón y que poco
sabia de futbol. No debo olvidarme del azteca (así lo llamábamos), un homeless
mejicano aindiado que nos ayudaba a guardar reposeras y sombrillas. Se nos
sumaban también colegas de los hoteles vecinos y algún que otro turista
futbolero. En fin un colorido grupo que todas las tardes hacíamos vibrar la
caseta del National con vítores y alaridos.
Era tal el fervor que, la
mayoría de las veces, nos olvidamos de nuestros huéspedes dejándolos a su libre
albedrío. Apilábamos algunas toallas en el mostrador y les apuntábamos con
desgano los lugares vacíos sin movernos ni un ápice de nuestra butaca. No fuese
a ser que por atender a alguien nos perdiésemos de un gol o de una buena
jugada. No hacíamos un dólar de propina pero poco nos importaba. Mas el destino
es juguetón y tarde o temprano nos haría pagar nuestro viva la pepa de aquellas
jornadas.
Una calurosa tardecita de
junio jugaban México y Uruguay, nuestro linyera ayudante estaba agrandadísimo
(venían de ganarle a Francia dos a cero). Cuando llegó el gol de los charrúas
nadie le estaba dando ni pisco de bola a la salida del hotel. Nuestra campana
interna nos había llamado repetidamente, pero en el fragor de la batalla nadie
escuchó el teléfono. Dos uruguayos del Sagamore Hotel lo estaban volviendo loco
al azteca y el quilombo era infernal.
Los vecinos huyeron a sus
casuchas y quedamos solo los cinco mosqueteros, con el televisor al máximo
volumen tirado en el piso. Jairo le había pegado un fallido manotón tratando de
ocultarlo. Debieran haber visto la cara de carmelitas descalzas que pusimos
ante la mirada asesina de nuestro jefe mayor. Un huésped le había hecho un
minucioso reporte del jolgorio de los acomoda reposeras del National.
La reprimenda fu dura, con
amenazas de suspensiones y despidos. Al final logramos ablandarlo y pudimos
zafar de pedo. El manager peruano resultó ser más fanático que nosotros y por
eso nos condonó el castigo. Lo que si jamás pudimos perdonarle es que nos
hiciera perder los minutos finales del partido.
Comencé las vacaciones justo
el día en que Argentina jugaba los cuartos con Alemania, solo rodeado de
argentinos. Algo muy en el fondo me decía que podían haber sorpresas y no
estaba dispuesto a un bombardeo foráneo de cargadas. Vale la pena decirles que
Rober Kaleta me llamó cinco veces durante el match y días después tuve que
abonarle unos cuantos verdes perdidos en inocente apuesta.
Maradona demostró que seguía
con la misma capacidad de técnico que cuando dirigía a Mandiyu de Corrientes y
nuestra defensa se recibió de colador.
Bueno, borrón y cuenta
nueva. En una semana exactamente estaremos en el maracaná enfrentando a Bosnia
con la piel erizada y la total negación de la realidad que nos circunda. Aquí
en Miami volverá el ambiente caldeado con hinchas de casi todos los equipos
desparramados por las calles. Esta ciudad tan cosmopolita nos permite vivir a
los amantes de la redonda algo único. Banderas en autos y casas, camisetas de
todos los colores. Bares y restaurantes argentinos, brasileros, ingleses,
alemanes, españoles, etc., dispuestos a recibir a quienes se desgañitaran
alentando a su selección. Estamos listos, una vez más frotándonos las manos frente
al deseado manjar. ¡Qué ruede la esférica!
Si, ya sé todo lo oscuro que
se mueve tras bambalinas. ¡No sean plomos! Por un mes permitannos el engaño de
seguir creyendo que esto es solo un deporte. Futbol, el juego más bello del
planeta.
1 comentario:
Maria Chuspita · Seminario Teológico Nazareno del Cono Sur
por fin alguien que piense como yooooo, si me encantan estos dias previos al mundial, quiero ver un poco de alegria en mi país, si igual de todas maneras, haCEN lo que quieren y....... VAMOS ARGENTINA!!!!!!!!
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